Читать книгу Qué hacer - Pablo Katchadjian - Страница 11
Оглавление8
Estamos Alberto y yo en un bar que parece el de una película extranjera (no inglesa, pero sí norteamericana). Llamamos a la moza para pedirle el desayuno. Cuando se inclina para limpiar la mesa Alberto trata de mirarle el escote, y yo lo copio y hago lo mismo. Entonces empezamos a pedirle cosas todo el tiempo para tratar de verle el escote: un café, un té, que limpie la mesa, medialunas… Hasta que noto que por más que mire no voy a ver nada, porque la visión está bloqueada, es decir, porque existen agujeros en el fondo del sueño que impiden ver lo que habría ahí si el fondo estuviese completo. Le comento esto a Alberto. A él le pasa lo mismo, y luego de una discusión muy confusa descubrimos que el fondo tiene esos agujeros porque está hecho con trapo viejo. De repente, Alberto es una momia. Y si bien no se ve la cara de la momia, yo sé que la momia es Alberto, principalmente por dos cosas: primero, porque se ve que por debajo de las vendas sobresale la capucha de una campera; segundo, porque las vendas son de trapo. No estamos ya en el bar, pero la moza está conmigo, muy preocupada por lo que pasa con Alberto. Yo trato de mirarle el escote, aunque en ese momento tengo la certeza de que en realidad la moza es una vieja y que mirarle el escote no tiene ningún valor. Lo que sí hago es tratar de sacarle las vendas a Alberto, pero por más que me esfuerzo siempre hay más vendas. Cuando creo llegar a su cara veo que no es la cara de Alberto sino la de un estudiante de una universidad inglesa, y me pongo muy contento al notar que ya estamos en una universidad inglesa y que Alberto está haciendo una comparación entre San Pablo Apóstol y San Pablo Ermitaño mientras yo explico la división por edades de San Isidoro. Pero los alumnos no entienden de religión y nos acusan de místicos y de estar alardeando, y Alberto y yo nos ponemos un poco nerviosos y empezamos a parpadear. Después escuchamos una voz que dice: «tantas otras cosas hermosísimas que me serán explicadas en el paraíso». Pero Alberto cree que eso lo digo yo, y me acusa de pedante delante de todos los alumnos. Me pongo tan nervioso que empiezo a generar mucha saliva mientras los alumnos me tiran piedras y Alberto, arrepentido por haber provocado todo esto, me protege con su capucha y con unos trapos muy livianos, como de muselina vieja.