Читать книгу Qué hacer - Pablo Katchadjian - Страница 9
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Oigo un ruido y aparecemos con Alberto en un cuarto con cuatro paredes cubiertas de estanterías. Las estanterías están repletas de unos muñequitos de cerámica sin forma clara, o al menos no clara para nosotros. Alberto me dice: nosotros somos esos muñequitos. En ese momento veo que los muñequitos tienen mi cara o la de Alberto, aunque no puedo explicarme cómo pueden tener mi cara o su cara, es decir, cómo incluso algo así puede estar sin definir. De repente oigo otra vez el ruido del principio, pero esta vez más potente. Sin saber cómo, aparecemos en otro cuarto que es exactamente igual al anterior, pero con la diferencia de que todo parece ser más endeble: las paredes, los estantes, los muñequitos. Hasta yo mismo. Le pregunto a Alberto si él también se siente así, pero no llega a responderme porque todo empieza a caerse. Los muñequitos se derrumban de los estantes movedizos y yo empiezo a desesperarme tratando de agarrarlos en el aire para evitar que se destruyan. Pero no puedo, y los muñequitos caen y revientan en pedazos, y esto me produce mucha angustia. En eso, veo que Alberto deja de intentar agarrarlos en el aire y ahora está muy tranquilo, casi sonriendo. Le grito que me ayude, pero me dice: mejor tirar todo antes de que se caiga solo. Le pregunto qué quiere decir pero en lugar de responderme empieza a barrer con los brazos los estantes y a destruir todo lo que puede mientras grita que sí. Al verlo tan contento lo copio, y la alegría que siento me hace tan bien que no puedo parar de romper todo, de destruir los muñequitos contra el techo, contra otros muñequitos, contra ellos mismos. Y seguimos así mucho tiempo destruyendo todo lo que podemos, y como siempre hay algo que está por caerse siempre seguimos gritando de alegría destruyendo muñequitos de cerámica.