Читать книгу Qué hacer - Pablo Katchadjian - Страница 12
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Alberto y yo tenemos los bolsillos llenos de manteca fría, y hace tanto calor que tememos que la manteca empiece a derretirse y nos arruine la ropa. Empezamos a correr por un camino que parece una pradera llena de algo parecido a frutas secas y entramos en una casa en la que vive una vieja. La vieja me señala y Alberto me dice: se te está agrandando la cabeza. Y en ese momento me miro en un espejo y veo que la cabeza se me está agrandando, pero el efecto en realidad es que todo se achica menos mi cabeza, que permanece en su tamaño normal. Alberto me da unas tijeras y yo trato de cortarme el pelo para evitar que la cabeza siga creciendo, pero no puedo hacer nada, porque todo sigue empeorando y se vuelve cada vez más confuso. En ese momento me doy cuenta de que lo que hace que todo esté mal es la vieja, que no para de gritar y nos pone nerviosos. Entonces le digo a Alberto que le ponga un trapo viejo en la boca para que se calle. Alberto no encuentra trapo viejo, aunque sí encuentra muselina vieja, y eso es lo que le pone en la boca. Pero la muselina cumple su función de tal forma que en lugar de gritos ahora sale de la boca de la vieja una melodía hermosa que encanta todo el bosque (en ese momento descubrimos que ya estábamos en un bosque). Dejamos a la vieja ahí y salimos, y al salir estamos en una universidad inglesa, pero esta vez como alumnos. Los profesores, sin embargo, también somos nosotros, y lo terrible es que nos escuchamos discutir sobre León Bloy y nos damos cuenta de que ya estamos cansados de nosotros mismos (cada uno de sí mismo). La discusión se interrumpe cuando una persona con una cara muy extraña nos dice que si seguimos con las bocas cerradas no vamos a poder hablar. Pero nosotros estamos hablando y nuestras bocas no están cerradas, por lo que llegamos a la conclusión de que el comentario de esta persona es una trampa: pretende que, al notar la falsedad de su observación, protestemos. Decidimos, entonces, no protestar, y ahí notamos que la trampa era más compleja: el intento de no protestar nos hace cerrar la boca, y cuando la persona vuelve a hacer su observación, ya no podemos protestar porque es verdadera.