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Estoy furioso e indignado porque Alberto no para de hablar de Borges frente a nuestros alumnos de la universidad inglesa, que están extasiados escuchando cosas sobre espejos, laberintos y dobles. A Alberto esos temas no le interesan, pero sabe que sirven para cautivar a los alumnos ingleses. No sólo me molesta que él hable de eso sino también que yo, a pesar de manejar el tema, no pueda hacer lo que hace Alberto porque me resisto a hablar de eso. Trato de interrumpirlo hablando de León Bloy, pero los alumnos me chistan, me hacen gestos con la mano, me tiran trapos viejos y piedras… Quedo cubierto de trapos viejos y piedras, y cuando estoy por ahogarme aparezco en un barco que parece una universidad inglesa. Alberto está hablando con una vieja. Voy hacia ellos pero me intercepta un hombre que por algún motivo sé que es pobre de espíritu. Escapo de él y buscándolo a Alberto entro en una bodega con ochocientos bebedores de vino. Me ofrecen un poco pero digo que no porque sé que el vino tiene gusto a muselina. Alberto está sentado hablando con la vieja. Me acerco a ellos pero me intercepta el pobre de espíritu y se pone a llorar mientras me muestra un papel en blanco que tiene en la mano. Escapo nuevamente de él y me siento con Alberto y la vieja, que resulta ser una moza. Alberto le está hablando de Borges y yo me pongo realmente furioso, porque a la moza le podría hablar de temas más interesantes. Lo agarro de la capucha para sacarlo afuera pero él me agarra de la mía, de modo que quedamos cruzados y completamente inmovilizados. En esa misma posición aparecemos cayendo indefinidamente. De fondo se oye una música cantada por una vieja; por la sensación, parece como si estuviésemos en el paraíso.

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