Читать книгу Qué hacer - Pablo Katchadjian - Страница 7

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Aparece Alberto junto con tres ingleses. Los ingleses, me dice, son alumnos nuestros. Los escucho hablar y algo me llama la atención; enseguida noto que ellos hablan en inglés pero yo los entiendo en español; después descubro que ellos hablan en portugués, yo percibo que hablan inglés y finalmente los entiendo en español. Le pregunto a Alberto si a él le pasa lo mismo, pero me chista y me hace un gesto con la mano para callarme. Lo agarro del codo, enojado, y eso provoca la ira de uno de los ingleses. Cuando lo miro, noto que mide tres metros. En ese momento descubro que estamos en un puente pero que a la vez estamos en un barco. Sin embargo, me parece todo muy natural. Le pregunto a Alberto qué piensa de eso; me responde que le parece muy natural. En ese momento, el barco (ahora no es más que un barco) comienza a hundirse, y entonces Alberto me dice: esto se hunde. Nos subimos a un bote que Alberto tenía, pero junto con nosotros se suben cuatro mujeres: una joven y tres viejas. La joven es muy linda y está desnuda; las viejas son bastante feas y también están desnudas, pero no nos interesan. La joven parece acercarse a Alberto, pero cuando Alberto la rechaza descubro que es joven y vieja a la vez. La sensación es horrible, y por suerte aparecemos en un puente (que no es el mismo de antes). Ahí hay tres estudiantes españoles que nos preguntan si sabemos por qué León Bloy sufría tanto. Alberto y yo comenzamos a hablar a la vez, y esto resulta perfecto porque no sólo nos entendemos y nos entienden sino que reciben el doble de información. Lo que no tiene explicación es que en lugar de hablar de León Bloy hablamos de Balzac: yo de El primo Pons y Alberto de La mujer de treinta años. Pero Alberto no leyó La mujer de treinta años, y los estudiantes lo notan y comienzan a inquietarse. Quizá por eso, uno de ellos, que mide dos metros y medio, lo agarra a Alberto y se lo mete en la boca. Alberto parece no sorprenderse y dice que está todo bien. Sin embargo, yo lo agarro de la capucha de la campera y lo saco de la boca del estudiante. Alberto me lo agradece mientras, con un trapo, se seca la saliva del estudiante que le arruina, dice, sus botitas negras.

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