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No dormí en toda la noche. No hubo una dimensión mejor. En cuanto me acosté fui asaltado por mil imágenes hiperrealistas. Mamá en la terapia y yo en la comodidad de mi cama. ¿De cuántas injusticias está constituido este mundo?

Me levanto. Afuera, un día primaveral, cálido, de cielo celeste, inmenso, de pájaros alegres y flores nacientes, como si la naturaleza se burlara de mí. Desayuno con mi mujer, recibo mensajes y llamadas de amigos y amigas, de compañeros y compañeras de trabajo, cadenas de oraciones, salvavidas para un tiempo en el que me siento más a la deriva que nunca. Oscilo entre ser y no ser. Estoy en suspenso, en una existencia puntos suspensivos, imaginando, haciendo teorías, tratando de entender qué le pudo haber sucedido a mi mamá y qué puede pasar de aquí en adelante; un adelante que es un túnel oscuro y tenebroso. Soy un náufrago en medio de una tormenta. Las olas de la incertidumbre no me permiten ver el faro. Al menos tengo una certeza, mamá está viva y esa es la única tabla a la que me aferro, mi pequeña esperanza frente al tsunami que se avecina.

Llama papá. Me pregunta si tengo alguna novedad. Le respondo que no, que seguramente por la tarde tendremos algún parte. Entre las palabras, interferencias, ruidos de sentimientos no expresados. Escucho su moqueo. Le pregunto si está congestionado. “No, estoy triste”, me dice. Mi viejo es de ese tipo de hombres que lloran poco. Lo recuerdo con los ojos ahogados por la emoción, pero no llorando. Sí recuerdo esa suerte de llanto de alegría, como cuando Maradona les hizo los dos goles a los ingleses; o cagándose de risa, ahogado, sin poder terminar un chiste. Pero este moqueo es otra cosa, es la filtración del llanto contenido, de la angustia irrefrenable. Está solo, sin su compañera de casi toda la vida, y la casa seguramente debe de ser un lugar raro, un museo de emociones, con todo lo de ella pero sin ella. Una casa en pausa.

Finalmente llega el parte del doctor Ledesma. Habló media hora con mi hermano Martín y él nos sintetizó en un audio de dos minutos lo que pudo decodificar. Ninguna buena notica. Mal pronóstico. ¿Quién maneja los vientos que puedan disipar la tormenta de síntomas que están enfermando a mamá?

Me bajo música en el reloj y salgo a correr. Necesito descargar. Corro por las calles de Castelar. Pink Floyd entra por mis oídos, se expande por mis emociones. Pero hay palabras que se imponen entre las canciones, que son más fuertes que la música: Neumonía grave. Epoc. Obesidad. Entubada. Esperar. Coronavirus.

Escuela del dolor: El ser humano nace dependiente, inacabado. Sin los cuidados de un adulto moriría en horas. Hacia el final de la vida se regresa a ese estado de indefensión. La vejez y la enfermedad remiten al origen, a la necesidad de los cuidados primordiales. Cuando empiezan a morir los que te salvaron de la muerte, se vuelve a sentir el desamparo original.

El mundo sin mamá

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