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Sumo otra noche sin poder dormir profundamente. En cuanto me acuesto la imagen de mamá recostada en la cama ortopédica comienza a flotar por la habitación. Cierro los ojos y sigue flotando dentro de mi cabeza. Y si duermo, flota en mis sueños y me despierta, como si pidiera ayuda, como si hubiera una forma de bajarla de esa atmosfera donde levita recostada en la cama ortopédica. Navega en el aire pero sin suficiente aire. Y yo no sé cómo hacer para bajarla de ese limbo enfermo y ayudarla a respirar.

Antes de salir elijo un CD. Silvio Rodríguez es una buena compañía. Enciendo el motor, pongo el disco y salgo. Avanzo por las calles de Castelar. Cruzo la avenida Vergara y tomo la autopista del Oeste. Mientras el poeta cubano canta, yo navego por el mar revuelto. Un camión me encierra. Un recuerdo me toca. Un auto me hace luces. La imagen de mamá me pasa, se pone delante, me guía. El cielo está tan poblado de nubes como el asfalto de automóviles; pero las nubes no luchan, conviven, juegan, se asocian, arman su rompecabezas. Paso el peaje de la autopista 25 de Mayo y a la altura de La medalla milagrosa el tráfico se pone más lento. Es una señal. ¿Estaré volviéndome loco? Aprovecho para hacerme la señal de la cruz. Levanto la cabeza. Miro a la virgen. Le pido por mamá. “Dios te salve María, llena eres de gracia…”, pero suspendo mi rezo cuando el tránsito arranca con su trastorno de ansiedad. Bajo en avenida La Plata. El disco sigue girando. Vuelvo a poner el tema “Cita con ángeles”. Estaciono sobre la avenida Avellaneda. Me pongo el barbijo. Tomo la matera. Me bajo del auto y camino en dirección al sanatorio mientras Silvio sigue sonando dentro de mi cabeza:

Pobres los ángeles urgentes

que nunca llegan a salvarnos

¿Será que son incompetentes

o que no hay forma de ayudarnos?

Me anuncio en la guardia. Una mujer carente de simpatía me toma la temperatura: “36 grados”, dice al aire. “¿A dónde se dirige?”, me pregunta. A cuidar a mi mamá, como antes ella cuidó de mí. Ahora es mi turno. Me autoriza. Cargo con el cartelito de cuidador. Y subo, una vez más. Mamá sigue en la habitación 502, en la cama A. Desde hace varios días, ese es, según ella, su nuevo planeta por donde desfilan extrañas figuras, alienígenas con guardapolvos, guantes, barbijos y anteojos, que le hablan y la examinan. Sobre el campo de su cuerpo suceden cosas que ella no comprende: Pinchazos, detonaciones, rayos, caricias, invasiones, mientras su mente se bambolea entre el ser y la nada, entre la cordura y el delirio. Por la noche llama a su padre y me llama a mí, me cuenta la enfermera. “Te quiero”. “¿Vos me querés?”. “Los quiero a todos, pero vos me das seguridad”, me dice. Es una niña encerrada en un cuerpo enorme y dañado. Va y viene del sueño a la vigilia, del ayer al hoy. Va y viene de la realidad a la ficción.

Me siento en el sillón. La habitación es un campo de exterminio de las razones. Contemplo a mamá y trastabilla mi equilibrio, mi bienestar, mi cordura, mi fe. Regresó de la muerte pero no está del todo viva. En la terapia intensiva le extirparon una parte de su ser más vital. Me cuenta que anoche la visitó su padre, mi abuelo Domingo. Pero no fue un rapto de locura ni un sueño. “Me visitó”, me asegura, mirándome fijamente a los ojos. Le creo. ¿Estaré enloqueciendo también yo? Mi abuelo le dijo que esté tranquila. Que respire. Que se quede un poco más. Que tiene una familia hermosa. Mi abuelo vino a decirle que aún no era su hora, y regresó al cielo o al paraíso. Le creo. No me importa ser parte de delirio compartido que nos envuelve, que nos engaña, que nos ofrece algún espejismo para velar el agujero del existir. Después de todo, quizá sea mejor cierta locura que estar cuerdo en esta cruel realidad.

Mamá me habla de mi niñez. Recolecto sus palabras, perlas preciosas, y las guardo en la caja fuerte de la memoria. Me cuenta, me vuelve a contar, del día que me confeccionó un piyama y unas chinelas haciendo juego para un desfile que se haría en el jardín de infantes. Pero que llegado el momento dije que no iba a desfilar porque yo iba al colegio a estudiar y no a hacer de payaso. Reímos juntos. Aprovecho de este minuto de cordura y me cuelo en su mente, abro la puerta que da al ayer, la tomo del brazo y salimos a caminar por las calles de los recuerdos. Me vuelve a contar lo bravo que era de niño, que cuando llegábamos a la plaza las otras mamás recogían a sus hijos o estaban atentas a que yo no les pegara. Volvemos al milagro de la risa compartida. Me cuenta, me vuelve a contar, cuando me escabullía silencioso en el patio de la casa y abría las puertas de los jaulones para liberar a los pájaros. Hay una foto en la que papá capturó ese instante del asalto a la cárcel de los canarios. Mamá relata con dulzura, un recuerdo, otro, saboreando las palabras. Sus ojitos claros y achinados se iluminan con el sol del pasado de esa mujer joven que recién metía los pies en la fuente de la vida. Pero la felicidad, lo sé, es efímera. Y se levanta una ráfaga de dolor que interrumpe el paseo por el ayer. Regresamos al presente, al adentro, a la habitación 502, a la cama A.

Cuidar a mamá. Mamá loca. Mamá niña. Mamá obesa. Mamá de emociones livianas. Mamá con sus luces y sus sombras. Mamá con pocos deseos. Mamá con muchas necesidades. Darle de comer. Cambiarla. Limpiarla. Pañales. Talco. Cremas. Desnudez. Olor a caca y pis mezclados con ácidos y medicamentos. Comida triturada. Emociones trituradas. Calidad de vida triturada. Todo artificial y naturalmente violento. Un volantazo brusco en la ruta de la vida donde los roles se trastocaron. Donde ella soy yo en el presente y yo soy ella en el ayer. Soy mamá; mamá es Pablito.

Salgo del sanatorio. Desando la mañana. Rebobino la cinta de las sensaciones. Camino rumbo al auto, rumbo a una tarde en la que tendré que andar con esta tremenda sensación de dejar a mamá detrás, internada. Enciendo el motor. Arranco. Avanzo. Lloro. Pienso. ¿Existo? Me voy agujereado. Mamá queda en las manos ajenas de la medicina. Soy un ángel sin Dios, desocupado, que no puede salvarla. Siento el fracaso en todo mi ser. ¿Será que soy incompetente o que no hay forma de ayudarla?

El mundo sin mamá

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