Читать книгу El mundo sin mamá - Pablo Melicchio - Страница 14
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Transcurre otro día, mamá resiste, aguanta, sigue. El hisopado dio negativo, no tendría coronavirus. No obstante se lo van a repetir porque dudan de no sé qué por lo que se ve en la imagen pulmonar. Si ellos, los médicos, dudan, qué nos queda a los familiares. Suponen que hay vida en Marte pero no localizan a ningún marciano.
Las sensaciones tristes se adosan al espíritu y parecen tener mayor intensidad y duración que las desencadenadas por la felicidad. Es tal la incertidumbre, que vivo y no, disfruto y no, puedo hacer el amor o tirarme en el sillón y dejar una serie que enseguida abandono porque mis ojos se cierran, buscan en mi interior otra serie, una serie de recuerdos que me liguen a otra forma de vida. Tomo un mate, lo saboreo y no. Se me impone la imagen de mamá entubada, dormida, a merced de la medicina, de Dios, de su destino o de lo que sea. ¿Sentirá algo? ¿Pensará? ¿Tendrá temor? ¿Qué le dolerá? ¿Qué sucederá dentro de su mente, de su espíritu, en los confines más sagrados de su existencia?
El sábado la vi por última vez y el martes la internaron. El sábado estaba más lenta, irritada y perdida que otras veces; prefacio del derrumbe que finalmente ocurrió. Avanzaba con el andador, muy despacio; un pie arriba, el otro arrastrándolo, y el suelo como una amenaza inminente. El miedo, el maldito miedo a caerse, a que el cuerpo no le responda. Y la dependencia a papá. Niña gigante. “Pa”, “pa”, “pa”, la escucho llamando a mi padre como si fuera el suyo. Papá asistiéndola permanentemente. Papá oscilando entre su mundo de artista plástico, de jardinero, del hogar lleno de colores, y su mujer al borde del abismo, sombra de la que un día fue. Entonces comenzamos una vez más con el operativo rescatando a mamá. Pero no pudimos evitar su nueva caída. No llegamos a tiempo. Hay veces que deseamos proteger lo que más amamos y no podemos. Detrás de cada movimiento que realizamos hay mil combinaciones que desconocemos.
Valentín, mi hijo menor, que hacía seis meses que no veía a sus abuelos por la cuarentena, quiso acompañarme y se confrontó, distante y con barbijo, con esa parte de la vida que existe pero que preferimos negar. Pero así es la ley de la existencia, hijo: nacer, crecer, enfermar y morir. Recuerdo que subimos al auto y mientras él buscaba una canción en su celular, el DJ que pone discos en mi cerebro me impuso el tango Naranjo en flor.
Primero hay que saber sufrir
después amar
después partir
y al fin andar sin pensamientos…
Escuela del dolor: El desapego es la marca definitiva de una persona sabia; quizá por eso hayan tan pocos seres humanos sabios.