Читать книгу El mundo sin mamá - Pablo Melicchio - Страница 9
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Me despierto de golpe. Marcela duerme a mi lado, ajena a mi sobresalto. Enciendo el celular para saber la hora y me encuentro con varias llamadas perdidas en la madrugada y un mensaje de mi hermano Martín:
Mamá está internada. Se descompensó.
Salto de la cama, bajo las escaleras y comienzo a vagar por la casa, a oscuras, sin saber qué hacer. Finalmente llamo a mi hermano y sus palabras son contundentes. El cuadro es grave. Mamá queda en terapia intensiva.
No se sabe qué le pasó. ¿La edad? ¿El epoc? ¿La obesidad? ¿El cuerpo trastocado por tantas operaciones? ¿La suma de lo no resuelto? ¿Cuál es el desencadenante de una caída así? ¿Dónde empieza una enfermedad? No lo sé. Pero algo terminó causando su internación, una maldita gota tóxica derramó el vaso de todas las complicaciones acumuladas. Cuando el cuadro es grave –cuadro, qué palabra más horrible para enmarcar una enfermedad, que sea lo que sea nunca es arte–, los médicos arrojan dos o tres diagnósticos posibles para que la familia se prepare: covid-19 –infaltable por estos días–, ACV, o una falla de no sé qué en un sistema que ya venía fallando.
Papá me contó que durante cuatro noches mamá llamó entresueños a su madre, mi abuela Felisa. ¿Llamar a un muerto en sueños es empezar a morir? O más específicamente: ¿Convocar a la muerta que te parió a la vida te empieza a parir en la muerte?
Escuela del dolor: La enfermedad nos recuerda que somos mortales.