Читать книгу La breve luz de nuestros días - Pablo Ottonello - Страница 10

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La perrera fue un proyecto de la intendencia. Vimos llegar los tres vehículos negros con escolta policial. Frías, el intendente, se bajó del auto con barbijo y guantes. Lo habían alertado no sólo de los virus, sobre todo de esa gripe nefasta de la que se sabía poco, sino de que el aire en nuestra zona estaba lleno de partículas malignas. Eso no era del todo cierto, pero en fin, para qué perder tiempo en aclaraciones. Ya ningún aire se respiraba como antes, ¿no? No era culpa nuestra. Las chimeneas de la papelera vecina dañaban la atmósfera mucho más que nosotros, que no teníamos casi ningún proceso de combustión. La ignorancia me pone nervioso. Los diarios levantan cualquier cosa. Les urge amedrentar.

Frías le propuso a Madariaga construir un canil para los perros de la calle. La rabia en Cordón Soria estaba fuera de control. Madariaga dijo que sí. No le interesaban los perros, pero sí la plata pública y mantener a Frías contento.

Caminar por la calle era un peligro. De repente sobraban perros. De todas las razas y tamaños, locos de furia, enfermos hasta los ojos, intoxicados con todos los metales habidos y por haber. En Rumania los hacen cagar, dijo Madariaga. Acá, por lo menos, los encerramos. Por supuesto que torcía la verdad. Más que nada, sufrían intoxicación general (lo mismo que sucedería en la jaula, con el cóctel estándar, pero bueno). Se les derretía el cerebro y atacaban. La calle se puso peligrosa. Con la saliva y la sangre contagiaban de todo. Pasaron de ser mascotas a difusores de enfermedad. Como las ratas, pero mucho peores, porque las ratas no te encaran para clavarte la dentadura. (Aunque depende cuáles.) Ya dije que los virus estaban fuera de control. Había gripe y pulmonía y fiebres altas y faltaban ventiladores y todos los insumos básicos y lo mejor, lo más seguro, era no enfermarse. Pero los perros no eran naturalmente malos. Se habían desquiciado, nada más.

Durante un tiempo la gente llamó a la policía. Venían en camionetas y los bajaban a tiros, como en Rumania. (Lo de Rumania yo también lo leí; parecía grave.) Al principio levantaban los fiambres. Nadie sabía dónde los metían. Supongo que los echaban a alguna fosa común en uno de los descampados de la zona. Poco después una contraorden declaró la desidia. Los perros muertos quedaban tirados pudriéndose a sol. Los caranchos bajaban a comérselos y atacaban a la gente. ¿Y las ratas? Pésima estrategia sanitaria. La cana dejó de responder a los llamados por ataques caninos. Había mucho de qué ocuparse como para además hacer el trabajo de Defensa Civil, que había dejado de existir (se habían fusionado, hacía unos años, al Ejército Argentino). La gente de Cordón Soria organizó protestas. Que el intendente hiciera algo con estos perros de mierda, convertidos en salvajes, que además atraían a las comadrejas y las ratas. (Las comadrejas, hay que decirlo, habían aumentado su tamaño y parecían feísimos chanchos irracionales.) Entonces se le ocurrió sacarlos de circulación. Hicieron el trato con nosotros, que teníamos espacio y voluntad de resolver problemas. Madariaga acondicionó parte de un galpón. No sé cuánto embolsó. Seguro no fue poco. Lo llenaron de celdas caninas. Nosotros no teníamos nada que ver con el destino de los bichos. Cada tanto la intendencia vendría a llevárselos, eso dijeron. (Para matarlos.) Nunca supe cómo. ¿A tiros? ¿Quemándolos? Nadie preguntó. Eso pasó dos o tres veces, nada más, me refiero a que se los llevaran. Usaban camiones de basura comunes. Por unos meses sólo traían perros súper enfermos, eufóricos de miedo, con urgencia de morder e infectarnos. (La muerte por rabia no es muy agradable.) Mucho cuidado, había dicho Francisco Viñas. Se repartieron guantes de goma gruesa a los operarios. Madariaga no quería problemas pero tampoco perderse un negocio. Nos dio guantes a nosotros también, por las dudas. Todo el personal de la fábrica debía usar protección anti-canina al entrar al galpón. Duritos, de buena calidad, resistentes a la furia perruna.

El aprovechamiento científico se le ocurrió después.

La breve luz de nuestros días

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