Читать книгу La breve luz de nuestros días - Pablo Ottonello - Страница 16

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Lo voy a repetir: Madariaga no era ni buena persona, ni buen jefe, ni buen líder. Ni había sido en su momento un aceptable bioquímico. Antes de trabajar para su padre pasó unos años en las empresas grandes. Según él, haciendo tareas de inteligencia. Único talento: las relaciones públicas. (Que no es poco.) Sabía sentarse a hacer tratos empresariales. Había heredado el negocio familiar. Lo cuidaba con escasos pero suficientes atributos intelectuales. Como buen empresario chico, se las arreglaba para sobrevivir. Había visto en los perros una salida interesante, aunque sin saber bien en qué terminaría. Apuró las refacciones. Se venían más animales, muchos más. Juan Lorenzo duplicó la cantidad de caniles que nos había encargado el intendente. Pobre Juancito, lo que sufrió con los perros. Les daba de comer. Pidió más gente para ocuparse de los pichichos. No podía más solo. Y que renovaran el stock de guantes, porque los animales llegaban cada vez en peores condiciones, más alterados. Le llevó un guante agujereado de un tarascón a Francisco Viñas. El gerente le trasladó la inquietud al jefe. Inédito: Madariaga dijo a todo que sí. Que se compraran guantes más resistentes, el doble de gruesos. Todos los que hicieran falta. (Costó encontrar quien los fabricara pero al final aparecieron.) Le gustaba la idea de los perros. Antes de la primera pelea ya había por lo menos 90 animalitos. Contrató personal de manera irrestricta, algo nunca visto. Vislumbraba, creo yo, el negocio. Compró indumentaria. Se preocupó, o eso parecía, por la seguridad. Venía al galpón a verlos. Caminaba triunfal frente a tanto cautiverio.

Mártires de la ciencia, decía.

La breve luz de nuestros días

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