Читать книгу La breve luz de nuestros días - Pablo Ottonello - Страница 13

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El herbicida no estaba tan mal. Según las pruebas era un producto banda amarilla. Es cierto que las pruebas las hacíamos nosotros, y que si algún valor daba fuera de lugar, lo acomodábamos. Quiero decir: no permitiría fumigar los canteros del parque donde juegan mis hijos con GramaFlex. El problema era menos el producto final que el proceso de fabricación. Si hubiéramos tenido más plata lo habríamos hecho mejor. Pero había que producir, y a veces, como decía Madariaga, se hace lo que se puede. El SolarPlus, en cambio, era un veneno maldito. Pero en todo caso, insisto, el producto terminado, dentro del envase, era menos peligroso que los llamémosle residuos industriales implicados en su fabricación, aquello que quedaba atrás e iba a parar al cauce muerto. Yo entiendo el punto, y si fuera dueño de una empresa chica como SoyMax me preguntaría cómo proceder. La regulación ambiental ahorca a las empresas. El show debía continuar, decía Madariaga, y entre nosotros, hay que decirlo, nadie quería quedarse en la calle. La planta debe permanecer abierta y en pleno funcionamiento, y de a poco, trimestre a trimestre, mejoraríamos el cuidado de los residuos hasta alcanzar el punto de contaminación cero. Esto era una mentira inmensa y también morbosa, pero que nos dejaba medianamente tranquilos. (Nadie quiere estar del lado incorrecto de la historia.) Espero no perder la mano, o el brazo entero, como un castigo divino, por haberme dedicado durante años a este oficio venenoso. ¿Es un razonamiento muy católico? (Yo veo que mejora, me refiero a mi brazo, pero tiendo naturalmente al optimismo; de noche fosforece, como si la sangre intoxicada fulgurara.) Los piletones, hay que decirlo, estaban llamémosle en su lugar. Nuestra propia planta de tratamiento podía visitarse sin problema. Durante un tiempo funcionó bien, hasta que Madariaga revisó la matemática y decidió que costaba demasiado caro ocuparse de los desechos. Los tratamientos eran carísimos. Bomparola, con quien tenía cierta confianza, fue a reclamar. ¿Preferís que eche a diez empleados y tenga todo en regla, Mauricio?

Hacíamos teatro. Los piletones se veían como piletones de tratamiento de residuos químicos. Los caños iban de acá para allá. Simulaban las distintas fases del recorrido. Y el tramo final, que desagotaba lánguidamente en el río, era supuestamente inocuo. Tomé muestras. Las medí yo mismo. El fluido supuestamente inofensivo tenía de todo. ¿Y cómo no? ¡Si fabricábamos veneno! Fertilizantes y herbicidas, no veneno, me corregía Bomparola. (¿Pero el herbicida no es un veneno, acaso?) Entonces yo pedí una reunión y me senté con el jefe en privado. ¿Qué puedo hacer por vos?, dijo. Le leí la lista de metales que habían aparecido en mis exámenes. Expliqué que algo andaba mal, que echábamos sustancias nocivas al Reconquista. ¿Te querés ir a trabajar a Greenpeace?, dijo el jefe.

No contesté.

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