Читать книгу La breve luz de nuestros días - Pablo Ottonello - Страница 8

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No quiero ser inexacto. Hasta el gran quilombo fue una época dentro de todo buena. De día diseñábamos semillas, aditivos especiales, herbicidas, fertilizante. Hay que darle de comer al mundo, decía nuestro comercial. Alimentando América del Sur, SoyMax. Alegre musiquita de acordeones. De noche galpón. Lo llamábamos también la olla o la jaula, pero sobre todo el galpón. A Buenos Aires íbamos poco. ¿Para qué peregrinar? Salvo Juancito y los de mantenimiento, la mayoría vivíamos en los cinco o seis barrios cerrados de la zona. No tenía sentido meterse en la locura de Capital Federal mientras los supermercados de Panamericana todavía recibieran alimento.

El Pasero de Compras del Norte funcionó hasta hace muy poco. (Ahora nos arreglamos con los mercaditos improvisados y los contrabandistas en camioneta.) Aprovisionamiento diario, decían los avisos radiales, y lo repetían algunos carteles sobre la autopista. De todo para el hogar, todos los días. La logística se volvió el gran valor de la época, casi un arte. Dentro de todo se vivía bien, qué se yo. Los chicos iban a la escuela a cinco minutos de casa, en Los Álamos, donde habían abierto primaria y secundaria. Buen nivel de inglés, alambrado perimetral, agua certificada, cerquita de casa. ¿Qué más se puede pedir? La oficina de Gloria quedaba cerca de los cines del kilómetro 50. Tenían varios proyectos en el estudio, el más lindo, justamente, otro barrio cerrado por la zona. No sé cómo hacían para construir, pero el trabajo no se había interrumpido. La gente se hartaba de Buenos Aires, que era invivible, y se venía para acá. Cordón Soria no era el edén, pero tenía sus beneficios: barrios cerrados un poco más baratos. Tenían de todo. Lago artificial, canchas de tenis, garitas de seguridad con uniformados a sueldo, alambrados altísimos, colegio y supermercado. El que proyectaba Gloria se llamaría Estuario norte porque quedaba cerca del río. Con colegio bilingüe dentro del perímetro. Era la moda. Que los chicos estudiaran sin salir. Los controles sanitario-policiales empezaban en Vicente López. En un buen día se tardaba dos horas y media en llegar a 9 de Julio y Corrientes. En uno malo más de cuatro, si es que la policía no te obligaba a pegar la vuelta. A nuestra zona, por eso digo, no le faltaba nada. Cada tanto abrían un restorán para aprovechar el público de los barrios.

Cerraban a los cuatro meses.

Afuera de los barrios era otro cantar. No había agua buena. Se vendía, directa del Mercado del Agua, en unas carpas blancas que flameaban al viento de la Panamericana. No se veía Buenos Aires, que estaba lejos y hacia el sur, pero sí el domo de aire negro y brillante, como un escarabajo, que oscurecía el cielo en esa dirección. (El dióxido de carbono asfixia pero queda lindísimo.) Los atardeceres tóxicos eran hermosos. (Esto en el juicio no lo dije.) En la ciudad ya no se podía respirar. La gente andaba con barbijo, que no servía de nada, porque el aire estaba arruinado y los virus penetraban igual. Bompa tenía su teoría sobre el efecto terapéutico del barbijo, y su comprobada inutilidad científica, pero en fin, para qué discutir. En los barrios, con un poco de buena voluntad, se podía experimentar la naturaleza.

Los precios del agua estaban por las nubes. No convenía comprar en las carpas. Las supuestas garantías de calidad eran falsificadas. (Lo sé porque hice pruebas en el laboratorio.) Agua que jamás podría aprobarse para consumo humano embotellada como agua mineral. La cosa no estaba fácil. El engaño, la trampa, la estafa se volvió cosa de todos los días. En Cordón Soria las salitas de primeros auxilios no daban a basto. De los hospitales de la Capital prefería ni enterarme. Supe que los había intervenido gendarmería. De los brotes y rebrotes prefería no saber. Nadie cumplía las cuarentenas. Era peor morirse de hambre que morirse de gripe o de insuficiencia respiratoria. Me enteraba de las cifras en la oficina. Leer por mi cuenta me producía una angustia maníaca. Nosotros, dentro de todo, estábamos lejos, no diría protegidos, pero lejos de los grandes focos infecciosos.

La breve luz de nuestros días

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