Читать книгу La breve luz de nuestros días - Pablo Ottonello - Страница 9

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En ese tiempo, antes de las denuncias, Madariaga compró una máquina de café. Nadie sabía bien a qué se debía la dádiva. Era exquisito y podíamos usarla sin pagar. Francisco Viñas, que nos mató a todos en el juicio, repartía los cospeles. Cuatro opciones. Cortado, ristretto, capuchino, café con leche. La leche, aclaraba un cartelito pegado en el costado de la máquina, era de vacas certificadas. Los diarios nos habían enseñado a desconfiar también de animales y tamberos, que vendían cualquier cosa con tal de sobrevivir. Era una ecuación simple. Si las vacas tomaban agua con metales, la leche salía pesada. Le decíamos así. La leche pesada traía mercurio, cromo, cobre, cobalto. De todo. ¿Cómo no desconfiar? Si estaba lindo, en especial a la tarde, salíamos a tomarlo afuera. El caminito que bajaba al Reconquista tenía bancos de plástico y una mesita. Olía mal pero en seguida el cerebro neutraliza la pestilencia. A esa hora el cielo se ponía lujurioso. Había perdido el azul y se había vuelto más bien color plata o aluminio y también violeta y morado. Como banda sonora se oía el rumor vehicular de la Panamericana. Para qué mentir, la escena era un encanto. ¿Cómo puede ser que las garzas nos se caguen muriendo?, decía yo al aire. Se adaptan, decía Bomparola. Igual que nosotros. Se ponía apocalíptico. Ya tenía en mente su teoría evolutiva, que por supuesto, era una grandísima simplificación, por no decir una estupidez. El efecto placebo de la seudociencia. Esto no será la extinción de la especies, decía Bompa, sino una prueba de adaptación. Sobre la margen opuesta veíamos pastar las cabras del ranchito de Simón, un tipo que vivía de sus animales. ¿Qué agua tomará Simón?, le pregunté a Bomparola. La que encuentre, contestó. ¿Qué te preocupa? Que alguien, dije, empezando por él y su familia, vive de esos bichos alimentados con pasto tóxico y agua venenosa. Bompa se hacía el cínico pero no era insensible. No contestó. Nos quedamos mirando cómo tres cabras metían el cogote en el agua negra del Reconquista.

Sorbían como si fuera un arroyito cordobés.

La breve luz de nuestros días

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