Читать книгу La breve luz de nuestros días - Pablo Ottonello - Страница 14

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Los perros son mucho más afectivos. ¿Quién quiere aplicarles inyecciones y retirar tejidos para mirar las células en el microscopio? Pero había que trabajar. Cualquier tejido animal servía para medir la tolerancia a las dioxinas y los PCBs. Los pichichos no eran lo ideal, pero roedores dóciles ya no había. Esto es oferta y demanda, explicó Madariaga. No hay más ratitas. El proveedor se fue del país. ¿Qué vamos a hacer? ¿Ponernos a llorar?

Por supuesto que cualquiera de nosotros hubiera preferido hacer las pruebas de otra manera. Los ratones no te miran a los ojos. Pero se podían hacer. En los pichichos, digo. Enfrentar a Madariaga era mala idea. Ninguno de nosotros podía arriesgarse a perder el trabajo. SoyMax tenía sus cosas, pero ofrecía seguro médico, agua potable para cada grupo familiar, aportes jubilatorios, tres semanas de vacaciones. No es que a nosotros nos diera gracia inyectar perritos inocentes y echar dioxinas al Reconquista. (Dioxinas para empezar, pero la lista, como ya sugerí, es larga y barroca). Eso sí, te matan de a poco, con los años. No es algo letal, como decían los diarios, ¿no? No somos asesinos, somos la industria nacional. Era parte del trabajo. ¿Cómo se piensan los periodistas que se hacen las cosas? ¿Sin consecuencias? El idealismo irreflexivo me enloquece. Había que producir, y producir tiene costos.

Los sueldos, que se acreditaban tarde, eran normales tirando a buenos. Y todo el mundo estaba ahí para asegurarse el agua, que era carísima. Para la época en que se construyó la perrera ya era impagable. ¿Qué tomará la gente?, pensaba. Fácil respuesta. Agua de pozo, que a esta altura era igualmente venenosa que la del Reconquista. No existía escaparle al envenenamiento. Muchas empresas lo empezaron a hacer cuando se declaró la primera emergencia hídrica. Ofrecer agua como beneficio corporativo. El mercurio te vuelve loco muy de a poco, casi sin que se note. El cromo da cáncer de hígado. El arsénico no es digamos benévolo, pero tampoco había tanta cantidad. Política empresarial. Priorizar la salud de los empleados, empezando por los cuadros altos. No era muy democrático, pero qué se yo. Todo no se puede. Nos mandaban un camión para rellenar el cisterna. Además, era agua buena. Yo mismo las verifiqué en el laboratorio. A Madariaga nunca había que creerle. SoyMax habrá sido una empresa con problemas, pero los laboratorios estaban bien equipados. Excelente calidad. Y las pruebas del agua fueron óptimas. Ya no se podía comprar agua mineral en los supermercados sin correr riesgos inútiles. El agua mineral era cualquier cosa menos agua mineral. La otra opción el Mercado del Agua con sus dos sedes, Escobar y Ezeiza. Pero era incómodo, estaba lleno de gente, eso aumentaba el riesgo de contagio viral, y si no tenías una camioneta con tanque no daba la matemática. Por menos de 500 litros no tenía sentido hacer el viaje hasta allá. Además, nada más común que las emboscadas delictivas al salir para robarse el cargamento.

Siempre lo pensé. Me quedo acá por el sueldo, por el agua, por mi familia. No soy un criminal, soy padre de dos criaturas. El agua nuestra de cada día, para eso voy a trabajar. ¡Qué tiempos! Si los perros ya se morían solos, que por lo menos sirvan a la ciencia, decía Madariaga. ¿Me convenció o simplemente obedecimos? Nadie quiere sentirse un torturador de animales. ¿Y un intoxicador serial de aguas y suelos? Tampoco. ¿Pero perder los beneficios en esta Argentina del sálvese quien pueda? Y como ya teníamos pésima prensa por las primeras acusaciones por los desechos no tratados, era casi imposible que consiguiéramos trabajo en otro laboratorio (o en cualquier otro lado) viniendo de SoyMax, que era el último círculo del infierno. Madariaga, un sujeto peligroso, se ocupaba de recordárnoslo: ¿quién les va a dar trabajo a ustedes, genocidas ambientales?

Se reía dando vueltas por el laboratorio. ¡Si esto se hunde, nos hundimos todos!

La breve luz de nuestros días

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