Читать книгу La breve luz de nuestros días - Pablo Ottonello - Страница 6

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Siempre uno quiebra y abre la boca. En esta historia ese soy yo. No perdí la mano de milagro. Ya no está tan mal, aunque el verdor no termina de irse. De noche la fluorescencia no me deja dormir. Brilla (si puedo opinar) como un recordatorio. Decirlo todo no estaba en los planes. Sin embargo sucedió. El día menos pensado, uno se viene abajo, agoniza un poco, quiebra: confiesa. Y ya está. Confesé. En mi caso la dolencia física, el brazo, pero también el antebrazo, y técnicamente también la mano, apuró un poco las cosas. Me asusté. No lo niego. Me asusté muchísimo. ¿Y lo de Julia? Qué se yo. Debería preguntar cómo sigue, pobrecita. Es inexplicable o no tanto. ¿Quién no se viene abajo ante el desastre? Hasta los más duros, como ella, caen. Todos, tarde o temprano, caen. Dije todo. Hablé. Está todo dicho, salvo que me vuelvan a llamar de Tribunales. Eso nos advierten. Que esto recién empieza. Que la cosa no terminó. Ojalá que se disipen las energías justicieras y nos dejen en paz. Salimos en los diarios, en la tele, en internet. La gente se enojó. El público no perdona. Aunque estábamos acostumbrados, no es agradable sentir repudio popular.

Se hicieron arreglos y la gente lo sabe. Se puso dinero. Ninguno de nosotros irá a la cárcel. (Siempre en teoría.) A lo sumo, dicen, Madariaga se come unos años. Yo lo veo difícil. Sobre todo él, estoy seguro, ya urdió su plan. A pesar de todo el viejo disfruta de salir en los diarios. La vanidad es lo último que se pierde. La figura legal es una delicia: daño permanente a los recursos hídricos de la Nación. Bompa dice que no lo condenan. Pienso igual. No me da pena el viejo. La Argentina es así, y no me gusta decirlo. El que tiene guita zafa. Soy un patriota de verdad, no como él. El acuerdo, del que sólo escuché rumores, está cerrado, dicen. La prensa necesita a quien masacrar. Y en el Ministerio se ocupan solamente de las elecciones. Todo sigue igual. (Y seguirá igual.) Durante semanas, quizás meses, seremos otra vez el centro de atención. Mejor bajar el copete y soportarlo como se pueda. (Y que el bracito mío no se me gangrene y pudra y el médico sugiera la amputación.) El país se prende fuego y somos, parece, los únicos culpables.

Será difícil conseguir empleo en el sector. Bomparola la vio venir. Ahora me queda clarísimo. Estos días se ocupa de venderle su teoría evolutiva a alguna cátedra universitaria en el centro. (No sé cómo pretende entrar en Capital Federal, pero ese es otro tema.) Que todo lo que vivió, eso que nos difama, se convierta en trabajo de campo, en ciencia, decía.

Si le sale bien merece un monumento.

Me dicen que no lo pierdo. Duele y brilla y parece extraterrestre. La infección es extraña. El médico no explica mucho. (Quizás no sabe qué decir y entonces sólo murmura.) Dijo que no me preocupara e hiciera reposo. ¿Qué me va a decir? Por suerte tengo antibióticos (y sedantes) para cinco semanas. No conviene ir al sanatorio y que la gente me reconozca. ¿Para agarrarme una gripe viral y morirme de pulmonía? ¿Para que me pique un mosquito en el camino y sufra dengue? Mejor quedarse en casa. Ya no se puede salir. En teoría la fábrica cierra oficialmente la semana que viene. Me gustaría presenciar la ceremonia de clausura. Bomparola dijo que no se la pierde. Me ofreció quedarme en acá, en su casa, hasta la restitución matrimonial. (Si es que me la otorgan.) Gloria tiene razón en no querer hablarme. Policías, cintas, vallas. ¿Cómo perdérselo?, dice Bompa. Hay que ir, vayamos, insiste. Qué se yo, le dije esta mañana. No quiero saber más nada con ese tipo ni su fábrica. Nos trató públicamente de empleados corruptos, sobre todo a Julia San Marino y a mí. (Me mandó al frente porque hervía de celos.) Su hipótesis del complot es bastante cómica. Nadie en el tribunal le creyó. Quieren hundirme, dijo Madariaga. Quieren hundirme estos ingratos. ¡Tantos años viviendo de mí! Gloria no quiere verme. Mis hijos me hablan por teléfono. No puedo verlos. Tocará esperar. Viejo hijo de puta. ¿Hacía falta decir todo? Se vengó. Yo lo hundí primero, aunque no me fascina ser el traidor. Todo va a estar bien, dice Bompa, que no sabe ser optimista. ¿Qué me va a decir?

Y yo con el brazo todo verde.

La breve luz de nuestros días

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