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1. APROXIMACIÓN CONCEPTUAL AL FENÓMENO DE LA RESILIENCIA

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El término Resiliencia deriva etimológicamente del latín, de la palabra resilere (Kotliarenco, Cáceres y Fontecilla, 1997) que significa saltar hacia arriba, volver a entrar saltando, rebotar, apartarse o desviarse; y del anglicismo resilence o resilency, utilizado para referirse a la resistencia de los cuerpos a los choques, a recuperarse, ajustarse. Este primer acercamiento conceptual nos adentra en el mundo de la fortaleza, la audacia, la versatilidad.

Con este término, la física comenzó a describir la propiedad de elasticidad y de regresar más fortalecido a la forma original que presentaban determinados elementos. Se comprobó que la materia es resiliente, resiste y se vuelve a recomponer tras efectos extraordinariamente adversos. Sin embargo, al trasladar este fenómeno físico a las personas, su proceso de conceptualización inicia un camino de mayor complejidad. En las relaciones humanas el paradigma de la resiliencia no se limita a la dureza o elasticidad frente a las dificultades. Más allá de estas capacidades, la resiliencia implica anticipación y, sobre todo, respuestas de transformación social (Luthar y Cushing, 1999). Nos encontramos ante un concepto difícil de apresar y de especificar empíricamente (Barlett, 1994), que refiere a un proceso complejo en el que se integran simultáneamente aspectos y procesos cognitivos, psicosociales y socioculturales (Puig y Rubio, 2011; Suárez, 2001) y que sigue en permanente evolución. En el avance de su estudio, el concepto ha seguido alcanzando un abordaje interdisciplinar (Madariaga et al., 2014), ya que para su comprensión se ha de recurrir a campos de conocimiento heterogéneos que permitan abarcar especialmente los aspectos relacionales y contextuales (Delage, 2010; Ramón et al., 2019).

Por tanto, su definición única parece poco probable, al entenderse desde una comprensión pragmática que inspira diferentes formas creativas para afrontar las adversidades (Vanistendael, 2014).

A falta de definición universalmente reconocida de la resiliencia humana, proponemos una simple definición pragmática: la capacidad de una persona o de un grupo para crecer en presencia de muy grandes dificultades (…) la resiliencia no es fija, sino que varía a lo largo de toda la vida; nunca es absoluta; se construye en interacciones con el entorno (…) siempre se encuentra en proceso; y, más allá de la simple resistencia, construye o reconstruye la vida (p. 53).

En lo que sí existe acuerdo es en considerar que el concepto de resiliencia no significa invulnerabilidad, ni impermeabilidad ante el riesgo. Más bien, se relaciona con el proceso de aprendizaje, con la propia experiencia y el fortalecimiento ante la misma, que permite “el desarrollo normal bajo condiciones difíciles” (Fonagy et al., 1994, p. 233). De hecho, junto a las situaciones extremas que visibilizan la resiliencia, se desarrollan comportamientos resilientes en la gran mayoría de las personas, que son menos visibles y documentados, pero que ofrecen importantes oportunidades de las que aprender (Vanistendael, 2003). Parte de hechos observables en las realidades humanas y valora las posibilidades de las personas y sus redes de apoyo (Puig y Rubio, 2015). Al analizar el proceso resiliente desde esta complejidad, se reconoce que éste involucra capacidades individuales y colectivas que, a su vez, dependen de la cualidad de las interacciones e interrelaciones de todos los agentes participantes en el desarrollo del bienestar. Su dimensión transciende de lo meramente individual, ocupando un lugar central el contexto comunitario en el que se producen las interacciones, al forjarse “cuando el individuo se abre a nuevas experiencias y actúa en forma interdependiente con los demás (Walsh, 2004, p. 27). De acuerdo con Forés y Grané (2008),

El concepto de resiliencia nos remite a la importancia de la imbricación de la persona en su matriz social (…) es falso el dilema establecido entre la aportación personal y la aportación social. Sabemos que las dos cosas están presentes en la resiliencia, y la dosis dependerá de cada caso (…) podemos afirmar que la dimensión comunitaria es una condición sine qua non (pp. 34-35).

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