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2. EL PROCESO RESILIENTE COMUNITARIO

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Las características del grupo de pertenencia, el ecosistema y el contexto, son elementos que no pueden ser ignorados en la comprensión del proceso de resiliencia (Melillo y Suárez, 2001; Ruiz, 2015; Uriarte, 2013). De acuerdo con ello, autores como Suárez et al. (2007) consideran que las claves explicativas de la resiliencia no se encuentran en las características individuales de las personas, sino en su combinación con las condiciones sociales, las relaciones grupales, los aspectos culturales y los valores de cada sociedad. En esta permeabilidad al contexto se encuentra la capacidad transformadora de la resiliencia, que permite el desarrollo individual de la misma, así como la construcción de comunidades resilientes.

Con un origen en gran medida latinoamericano y un enfoque marcado por la aplicabilidad, surge el concepto de resiliencia comunitaria. Numerosos autores la definen como la condición colectiva y la capacidad del sistema social y de las instituciones para hacer frente a las adversidades, sobreponerse a desastres para luego reorganizarse, de modo que mejoren sus funciones, su estructura y su identidad (Marzana et al., 2013; Uriarte, 2013). Por lo tanto, es un proceso y una condición colectiva, que se construye en el día a día, con recursos comunitarios compartidos de manera sinérgica por personas con objetivos comunes.

Esta dimensión colectiva propone un desplazamiento de la mirada más centrada en lo individual de los sujetos, hacia el ámbito de lo social, donde se concretan y desarrollan los procesos comunitarios de participación democrática y acción transformadora. De esta forma, el concepto de resiliencia comunitaria se dirige hacia el análisis de los diferentes recursos, medios y estrategias que las familias o colectivos culturales ponen en marcha para enfrentarse y sobreponerse a amenazas sociopolíticas o ecológicas (López y Limón, 2017).

Desde esta perspectiva, el enfoque de la resiliencia permite construir respuestas exitosas colectivas ante las situaciones adversas que la comunidad comparte, convirtiéndose por ello en foco de gran interés para las ciencias sociales. Las profundas transformaciones sociales que se están produciendo en los últimos años requieren de nuevos modelos y estrategias de respuesta comunitaria, entre los que la resiliencia muestra evidencias suficientes. En concreto, investigaciones realizadas en torno a la resiliencia comunitaria en países de Latinoamérica han constatado la existencia de la relación entre la cualidad de las interacciones e interrelaciones de los miembros del grupo con la posibilidad de un proceso resiliente. Poblaciones en estos países que enfrentaron crisis sociopolíticas o ambientales lograron anticiparse y sobreponerse con éxito en la medida en la que actuaron desde la colaboración y la equidad (González-Muzzio, 2013). En este contexto, Suárez Ojeda (2001) presenta algunos pilares de lo que él llama resiliencia comunitaria. Tales pilares son: “la autoestima colectiva, la identidad cultural, el humor social y la honestidad estatal” (p. 72). Son comunidades que construyen un proceso resiliente a partir de prácticas de intercambio, que buscan un bienestar compartido mediante cohesión social y acciones de solidaridad (Melillo y Suárez, 2001), implicando una conciencia de responsabilidad común frente a lo que afecta al sujeto como colectivo.

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