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- WINCHESTER Y REMINGTON –

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Pero aquella legendaria tradición guerrera hacía mediados del siglo XIX tenía sus días contados. Pasa que la guerra en el mundo estaba cambiando, fruto principalmente de los grandes avances tecnológicos en las armas de fuego.

Modernos cañones, fusiles con más de kilómetro y medio de alcance, devastadoras ametralladoras y, por si no bastara, los populares y temidos Winchester y Remington del Ejército de los Estados Unidos, las armas que derrotaron a las tribus de las grandes llanuras en las Indian Wars de Norteamérica.

El equipamiento militar es un aspecto muy poco estudiado a la hora de analizar nuestras propias Guerras Indias del siglo XIX. Lo mismo su implicancia en la derrota mapuche frente a los bien equipados batallones chilenos y argentinos.

Lo adelantaba en el prólogo: resulta curioso constatar que no existen mayores estudios respecto de esta guerra, solo menciones al pasar de tal o cual armamento en servicio. Es a todas luces una guerra oculta, secreta, tal vez por la vergüenza que provoca.

En cambio, todo sabemos de la Guerra del Pacífico. ¡Si hasta desfilamos siendo niños en su honor!

En lo referido a la tecnología militar hay hitos que son claves. Uno de ellos fue la aparición en 1830 del fusil de percusión y su temprana incorporación a los ejércitos chileno y argentino. Este fusil redujo a un mínimo el fallo en los tiros a corta distancia, incluso en las adversas condiciones climáticas que caracterizan el sur del Biobío.

En la misma década aparecen los primeros fusiles de cerrojo con cargador interno y de los cuales el más famoso llegaría a ser el alemán Mauser 98. Hasta nuestros días los fusiles de cerrojo son las armas favoritas de los francotiradores militares alrededor del mundo.

A mediados del siglo XIX, la introducción de la bala y el cañón rayado o estriado, perfeccionado en 1849 por el capitán francés Claude-Étienne Minié, resultó una verdadera revolución en los ejércitos de Europa, Norteamérica y Asia; aumentó hasta en quinientos metros la precisión de los disparos.

El fusil Minié, como fue llamado en honor al oficial francés, resultaría clave en la Guerra Civil de Estados Unidos y sobre todo en la Guerra Boshin de Japón, aquella que marcó el fin de su viejo orden feudal. Su llegada a Chile se produjo el año 1866 y de inmediato pasó a formar parte del arsenal del ejército de Frontera comandado por Cornelio Saavedra.

El militar se aprestaba por entonces a fundar su línea de ocho fuertes sobre el río Malleco: Cancura, Huequén, Lolenco, Chiguaihue, Mariluán, Collipulli, Peralco y Curaco. Estos abarcaban desde el primer cordón de los Andes a la cordillera de Nahuelbuta en la costa. Un verdadero “cerco” de cañones y fusiles sobre los mapuche de la actual provincia de Malleco.

Estanislao del Canto, general chileno, héroe de la revolución de 1891 y que prestó servicios junto a Saavedra siendo un joven oficial, relata en su libro Memorias militares la llegada de los fusiles Minié a la Frontera.

A mediados del mes de diciembre de 1866 habían llegado por tierra a Talcahuano los nuevos fusiles franceses, llamados Carabina Minié, para reemplazar al fusil de pistón y de ánima lisa que hasta entonces teníamos. Como los fusiles llegaron primero a Concepción donde yo me encontraba destacado, tuve ocasión de examinar dicha carabina que era rayada y con bayoneta o sable, y aún hacer con ella algunos disparos […] resultó que el fusil era magnífico, un arma inmejorable (Del Canto, 2004:25).

Del Canto no tardaría en pasar de las prácticas de tiro a las incursiones con su fusil al interior del territorio mapuche.

Un episodio en particular quedaría grabado en su memoria. Aconteció en 1867 y tuvo como protagonista a su batallón, el Séptimo de Línea, acuartelado en Angol y encargado de enviar divisiones armadas para subyugar a los mapuche rebeldes. Lo cuenta también en su libro, en detalle:

El 15 de julio de 1867 hicimos una internación que duró cuatro días por las orillas del río Huequén. La división tenía por objeto reducir al cacique Huechún que era el osado que venía hasta cerca de Angol y cometía las mayores depravaciones. Acompañaba a la división el señor Manuel Bunster y varios otros. Íbamos en grupos de seis a ocho personas cuando llegamos a la casa del cacique y notamos que los moradores huían y trataban de internarse a un pequeño bosque. Entonces el señor Bunster me dijo: “Vamos a ver. Ayudante Canto, cace aquel indio”. Yo me desmonté y le dije que era preciso pegarle en la cabeza y disparado el tiro cayó en el acto. Corrimos hacia él y cuando llegamos notamos que seis u ocho mujeres y una cantidad de niños estaban rodeando al cacique y lloraban amargamente. El cuadro me fue muy enternecedor porque yo había causado aquella verdadera desgracia. Como se tenía la orden de llevar prisioneros, hombres, mujeres y niños, me dirigí al señor comandante para suplicarle dejara libre a esa gente y tuvo a bien acceder a mi petición (Del Canto, 2004:26).

Catorce años estuvo el oficial en la Frontera, participando bajo el mando de Saavedra y más tarde del general José Manuel Pinto de campañas que no duda en calificar de “inhumanas y rudas”, evocando los días en que partían al interior de las selvas y reductos mapuche mientras sus jefes les daban fósforos a soldados y oficiales, obligándolos a prender fuego a las rucas, a los bosques y a devastar todos los sembradíos.

“Más de una vez —comenta el oficial en sus memorias— ante aquella crueldad e injusticia inaudita estuve tentado a pasarme al lado de los araucanos y hacerme solidario con ellos en su defensa de la tierra y de sus derechos que nosotros les íbamos a arrebatar”.

No fueron solo palabras de buena crianza.

Tras un duro artículo publicado en el periódico La Patria y dirigido contra el general José Manuel Pinto, su jefe directo y responsable de la infame guerra de exterminio contra los mapuche, Del Canto terminó destinado a la Baja Frontera, la actual provincia de Arauco.

Allí tuvo a su cargo delinear el pueblo de Cañete, siendo el primer gobernador de dicho departamento. Mismo cargo ejercería en el puerto de Lebu, donde además fundó el periódico El Araucano. También participó activamente en la fundación de los fuertes de Contulmo, Purén y Lumaco.

Años más tarde destacaría como uno de los oficiales chilenos más prestigiosos en la Guerra del Pacífico y como comandante en jefe del Ejército Constitucional que derrotó al presidente Balmaceda en la guerra civil de 1891. Su nombre incluso circularía como eventual candidato presidencial en las contiendas políticas de fines del siglo XIX.

Pero no nos perdamos; volvamos al análisis de la superioridad militar chileno-argentina sobre los guerreros mapuche.

El historiador José Bengoa, en su monumental Historia del pueblo mapuche (1983), da cuenta de otro hecho técnico-militar de gran trascendencia en el desarrollo de las campañas: el cambio realizado en el verano de 1871 por la caballería del ejército chileno de la carabina Minié a la de repetición Spencer.

Ello, a su juicio, cambió para siempre el curso de la guerra.

Así lo pudo comprobar el millar de guerreros al mando de Epuleo, hermano del toqui Kilapán, que el 25 de enero de aquel año atacó el fuerte y poblado de Collipulli, sin éxito.

Ocurrió que en el referido combate con el mayor David Marzán, donde hubo tantas bajas mapuches, se usaron por primera vez estas armas. Al primer disparo de los soldados los mapuches salieron de sus escondites y se abalanzaron al cuerpo a cuerpo. La costumbre preveía que allí los soldados debían recargar; el pánico fue grande cuando vieron que no había recarga, sino disparo continuo. Esta arma cambió la guerra. Un grupo pequeño de soldados podía contener a una gran cantidad de mapuches premunidos de lanzas y boleadoras (Bengoa, 1983:246).

Otro avance clave de la época fueron los fusiles de retrocarga y de repetición, destacando entre ellos el fusil Remington Rolling Block, un arma excepcional capaz de disparar hasta siete tiros por minuto con un alcance máximo de dos mil metros.

Fabricado a mediados de 1860 por la empresa E. Remington and Sons de Nueva York, su aparición revolucionó toda la industria de armamentos a escala mundial. También resultaría clave en la etapa inicial del avance norteamericano hacia el oeste y su infame guerra contra las tribus.

Por su popularidad, el Remington no tardó en interesar a los ejércitos sudamericanos.

En 1873 el ejército argentino incorporó a su arsenal los modelos 1866/71 y 74, haciendo desaparecer con ello el antiguo fusil a chispa o de pistón en servicio desde las guerras de independencia. El modelo 1866, procedente de Estados Unidos, tuvo su debut en la represión que aplastó el movimiento del caudillo entrerriano López Jordán.

Durante la mal llamada Campaña del Desierto (1879-1881, presidencia de Nicolás Avellaneda) el general Julio Argentino Roca reforzó a las tropas con diez mil fusiles Remington modelo 1879, bautizados en Argentina como Remington Patria, nombre que recibía todo material adquirido por el Estado para el ejército.

Sería el modelo reglamentario de la infantería hasta 1891, año en que fue reemplazado por los fusiles y carabinas Mauser. Por su parte, la artillería y la caballería usaban las tercerolas o carabinas conocidas como Remington Colí (‘corto’ en guaraní), de menor tamaño y peso, apropiadas para las actividades de ambos cuerpos.

Se trataba en verdad de un Remington con el cañón y la culata recortada, posible de usar por los soldados como un pistolón. Fue un arma célebre entre gauchos; así lo prueban sus referencias en la música folclórica trasandina.

Junto al Remington en Argentina fueron utilizados también los fusiles y carabinas Wernal modelo 1867. Eran de origen austríaco y similar cartucho. Estas dos armas fueron las que utilizaron las cinco divisiones del ejército de Roca durante el avance final sobre el Wallmapu oriental.

Esta superioridad no pasó desapercibida para los cronistas militares de la época. En 1878, en su célebre obra apologista de la guerra escrita a pedido del propio general Roca, La conquista de quince mil leguas, Estanislao Zeballos da cuenta de un escenario nada auspicioso para los guerreros mapuche:

El poder militar de los bárbaros está totalmente destruido porque el Remington les ha enseñado que un batallón de la República puede pasear la pampa entera, dejando el campo sembrado de cadáveres de los que osaran acometerlo. ¿Qué esperanza alentaría a los indios al persuadirse de que se avanza resueltamente sobre ellos con todo el poder militar del país? Nuestra convicción y el conocimiento que tenemos nos inducen a creer que los diez mil bárbaros que merodean en el fondo de la pampa van a deponer las armas a discreción en presencia del cerco de bayonetas que los oprimirá al este, al oeste y al centro. Ellos no aventurarán una batalla en que el Remington los diezmaría; y por otra parte, ¿qué pueden hacer mil chuzas [lanzas] que les quedan contra seis mil bocas de fuego, manejadas por un ejército regular? (Zeballos, 1986:412).

Pero a todos estos avances tecnológicos debemos sumar el arma que definió, sin lugar a duda, el resultado de ambas guerras: la temida ametralladora, invención del estadounidense Richard J. Gatling durante la Guerra Civil norteamericana.

Su primera versión, que data del año 1861, podía disparar doscientos tiros por minuto y era operada por cuatro soldados. Una década más tarde, hacia 1871, la ametralladora Gatling podía disparar, de forma segura, la devastadora cifra de cuatrocientas balas por minuto. Esta arma fue incorporada por Argentina y Chile a sus arsenales de guerra en la década de 1870.

Llegó a ser la ametralladora más usada por la artillería chilena en aquel tiempo y sus unidades eran fabricadas por la compañía inglesa Armstrong. Las Gatling adquiridas por Chile tenían calibre de 11 mm, una cadencia de cuatrocientos tiros por minuto y podían también usar municiones para fusiles Comblain.

Su configuración consistía en diez cañones montados en forma circular. Con ese diseño, mientras un cañón era disparado, los otros nueve estaban enfriándose. Los cañones giraban en torno a un eje central accionados manualmente por medio de una manivela. Los cartuchos eran alimentados desde un cargador montado en la parte superior.

Por su peso, la Gatling iba montada sobre una cureña y era arrastrada por mulas o caballos, tal como los cañones de artillería, o bien era cargada a lomo de mula y se montaba sobre un trípode. Las primeras se denominaban de campaña y las segundas, de montaña.

Tendrían activa participación en las campañas de la Guerra del Pacífico. Decretada la ocupación de Antofagasta, el gobierno chileno encargó a su ministro plenipotenciario en Europa, Alberto Blest Gana, la urgente adquisición de nuevas Gatling para equipar al Ejército. Las gestiones resultaron exitosas, y Chile compró en 1879 otras ocho ametralladoras, completando catorce en su arsenal.

Pero no solo eso. El listado de las adquisiciones chilenas en Europa y Estados Unidos incluyó además 62 cañones Krupp (24 de montaña y 38 de campaña), 12 cañones de montaña Armstrong, 39.000 fusiles (entre Comblain II, Beaumont, Gras y Snider) y 5.000 carabinas Winchester de repetición para las fuerzas de caballería y artillería.

La gestión para adquirir las populares Winchester recayó en Francisco Astaburuaga Cienfuegos, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Estados Unidos. Hablamos de un poderoso arsenal que causaría estragos entre las tropas peruanas y bolivianas en el norte. Y también en la selva de Wallmapu.

Lo subraya el historiador Rafael Mellafe, miembro de la Academia de Historia Militar y experto en la Guerra del Pacífico: “El armamento empleado por la infantería chilena en ese periodo era el más moderno que se podía adquirir en Europa, fusiles todos del mismo calibre, lo que simplificó el reparto de municiones. Lo mismo sucede con la artillería, todas piezas de última generación y de probada fiabilidad”.

Varias de aquellas piezas aún pueden verse empotradas como “recuerdos” en plazas públicas y miradores de ciudades como Angol, Mulchén, Collipulli y otras del sur de Chile.

Historia secreta mapuche 2

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