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- EL PARLAMENTO DE LEUBUCÓ –

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Aquel no era el primer contacto del jefe Panguitruz con Mansilla. Meses antes, por carta, le había enviado el ofrecimiento —habitual en esos años— de ser compadres.

“Mi futura ahijada era una chinita como de siete años, hija de cristiana. Más predominaba en ella el tipo español que el araucano. La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña”, cuenta Mansilla.

Ser “compadres” para los mapuche implicaba no solo el cambio de nombre del ahijado al tomar el de su padrino. También trataba principalmente de confianzas y lealtades que se debían honrar hasta la muerte.

Era —cuenta Mansilla— traspasar un hijo (o una hija) del dominio del padre al padrino, quedando obligado este último a tratarlo como hijo propio, a socorrerlo, educarlo y encaminarlo para la vida. Hablamos de un verdadero voto solemne.

Pues bien, fue tras conocer a su futura ahijada en la toldería del gran jefe que comenzaron las tratativas más políticas entre Mansilla y Panguitruz. Los preparativos de la gran junta.

Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y ya tengo bastante para mi familia. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted me proponía ha sido porque tenía muchas voluntades que consultar. En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos. Allí manda el que manda y todos obedecen. Aquí hay que arreglarse primero con los otros caciques, con los capitanejos, con los hombres antiguos. Todos son libres y todos son iguales. Haremos una junta grande y en ella usted y yo expondremos nuestras ideas. Mientras tanto cuente conmigo para ayudarlo en todo (Mansilla, 1871:213).

Como se ve —escribe Mansilla—, para el jefe rankülche “nosotros vivimos en plena dictadura y ellos en plena democracia”.

“Le contesté —agrega el militar— asegurándole que el presidente Sarmiento era un hombre muy bueno, que por carácter y por tendencias era hombre manso, que no amaba la guerra y que por otra parte la constitución le mandaba al Congreso conservar el trato pacífico con los indios”.

Panguitruz interroga a Mansilla sobre Sarmiento, también sobre el Congreso y la constitución. Le interesa también todo lo relacionado con la familia de Rosas, su “padrino”. Están en ello cuando el jefe rankülche dispara: “¿Y para qué quieren ustedes nuestras tierras?”, le pregunta.

Mansilla, sorprendido, intenta explicar.

Argumenta que necesitan solo “quince leguas de desierto” para la “seguridad de la frontera” y para el “buen resultado” del tratado de paz, pero que los rankülche podrían transitar y “hacer boleadas” en ellas libremente, sin necesidad de pasaporte.

Es entonces cuando Panguitruz da el golpe de gracia.

—Mire, hermano ¿por qué no me habla con la verdad?

—Le he dicho a usted la verdad —le contesté.

—Ahora va a ver, hermano. —Y esto diciendo se levantó, entró en el toldo y volvió trayendo un cajón de pino con tapa corrediza. Lo abrió y sacó de él una porción de bolsas. Era su archivo. Cada bolsita contenía notas oficiales, cartas, borradores, periódicos. Él conocía cada papel perfectamente. Revolvió su archivo y sacó un impreso muy doblado y arrugado, revelando que había sido manoseado muchas veces. Era La Tribuna de Buenos Aires. En ella había marcado un artículo sobre el gran ferrocarril interoceánico. Me lo indicó, diciéndome:

—Lea, hermano.

Conocía el artículo y le dije:

—Ya sé, hermano, de lo que trata.

—¿Y entonces por qué no es franco? Usted no me ha dicho que quieren las tierras para que pase un ferrocarril.

Me vi sumamente embarazado. Hubiera previsto todo menos argumento como el que se me acababa de hacer.

—Hermano, eso no se va a hacer nunca y si se hace, ¿qué daño les resultará a los indios de eso? —respondí.

—Que después que hagan el ferrocarril dirán los cristianos que necesitan más campos al sur y querrán echarnos de aquí de nuestras tierras. Y tendremos que irnos al sur del río Negro, a tierras ajenas, porque entre esos campos y el río Colorado no hay buenos lugares para vivir.

—Eso no ha de suceder si ustedes observan honradamente la paz —le dije.

El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así!

(Mansilla, 1871:225-226).

La sorpresa para Mansilla fue grande. El jefe rankülche estaba perfectamente enterado de los planes argentinos. También de los acalorados debates en Buenos Aires sobre cuál era la política más conveniente para ejecutar “con los indios”, si la paz o la guerra.

Mansilla pronto caerá en cuenta además de que el espionaje estaba “a la orden del día en Leubucó”.

“Unas veces era un cristiano sucio y rotoso que andaba por allí haciéndose el distraído; otras un indio pobre, insignificante al parecer que acurrucado se calentaba al sol, y a quien yo le había dirigido la palabra sin obtener una contestación, no obstante que comprendía y hablaba bien el castellano”, relata.

Mediante estas estratagemas el jefe rankülche “sabe cuánto pasa a su alrededor y también lejos de él”, concluye el militar.

Aquello fue una constante en ambos lados de la cordillera. Sucede que los mapuche no vivían aislados del acontecer político winka. Todo lo contrario, se informaban cuanto podían de sus planes, dinámicas y también de sus disputas internas de poder.

Eran escenarios políticos que los lonkos analizaban para futuras negociaciones o bien para planificar la guerra.

Las grandes jefaturas mapuche del siglo XIX tuvieron mucha claridad sobre el acontecer político argentino y chileno, así como de la sociedad fronteriza y sus intereses en pugna.

Se trataba de información de inteligencia que —al igual que en nuestros días— era recogida ya sea por fuentes abiertas (periódicos, libros, documentos, todo aquello de acceso público) o bien por fuentes cerradas (agentes infiltrados, espías o informantes).

Un caso tomado de la historia fronteriza del lado chileno, el denominado Plan Benavente, resulta muy ilustrativo de la efectividad y sofisticación alcanzada por los lonkos a la hora de recabar información del enemigo. Lo recoge el historiador Arturo Leiva en su libro Araucanía - Etnia y política (1859-62).

Sucedió que el año 1853 fue presentado al Congreso Nacional un proyecto de ley relativo a la Araucanía conocido bajo el nombre de su principal autor, el entonces senador Diego José Benavente. De inmediato se hizo notar al sur del Biobío “una agitación que costaba atribuir a algo concreto”, según publicó El Correo del Sur de Concepción, por entonces el periódico mejor informado de los asuntos de la Frontera.

“La verdad era que los mapuche se habían informado del contenido del referido proyecto de ley aun antes que la información oficial fuera incluso dada a la prensa”, comenta el historiador Arturo Leiva. Así lo reconoció el propio periódico en una nota publicada el 13 de octubre de 1853.

¿Quién lo sabía primero, nosotros o los indios? Nosotros dirá usted, porque nosotros lo supimos por El Correo del Sur; pero no señor, que fueron los indios que tuvieron noticias de él como quince días antes que nos llegase la información al Correo. Vea usted si los indios se descuidan en averiguar lo que les concierne de cerca.

Después —agregaba el periódico—, por noticias recibidas desde Arauco y Tucapel, se sabía que diversos lonkos habían pedido al principal jefe mapuche de aquel entonces, Juan Mañilwenu, que se celebrara lo antes posible un Füta Trawün o junta general.

En vista de lo grave de la información recibida por sus espías desde Santiago, las jefaturas mapuche consideraban urgente tener una opinión colectiva acerca de los planes del gobierno.

No era tan extraño entonces que Painetruz tuviera información de primera mano acerca de la situación política de Argentina y de los planes expansionistas que hacendados, políticos y jefes militares fronterizos fraguaban —por lo visto, inútilmente— a sus espaldas.

Pero Mansilla, así lo cree Panguitruz, era un jefe militar que privilegiaba la paz antes que la guerra. Por ello aceptó recibirlo en su toldería en Leubucó. Sabía también que lo realmente clave era cuánto respaldo político tenía el coronel y la correlación de fuerzas existente en Buenos Aires.

De allí sus preguntas iniciales sobre el primer mandatario, el Congreso y la propia familia de su padrino Rosas, estos últimos hipotéticos “aliados” si las circunstancias así lo requiriesen.

¿Qué sucedió finalmente en el parlamento entre Mansilla y los rankülche? ¿Logró el coronel ratificar la paz frente al medio centenar de lonkos y otros tantos guerreros que Panguitruz logró reunir días más tarde en Leubucó?

Será tarea de los lectores averiguarlo.

Historia secreta mapuche 2

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