Читать книгу Historia secreta mapuche 2 - Pedro Cayuqueo - Страница 24

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Volvamos al año 1881 y al fallido último levantamiento que definió nuestro destino como pueblo. Ya vimos en el primer capítulo que las posibilidades de ganar eran prácticamente nulas. Pero aquello poco importó. Fueron miles los guerreros que llegado el día se presentaron con sus lanzas y escasos rifles ante los fuertes de aquel país mapuche bajo ocupación extranjera.

¿Qué fuerzas desconocidas movilizan la voluntad humana en circunstancias tan desventajosas y dramáticas?

Se calculan en cuatro mil los guerreros distribuidos en cinco teatros de operaciones, de costa a cordillera. Más de la mitad caería en el campo de batalla. Tras la derrota los sobrevivientes y sus familias buscaron refugio en las selvas al sur del Cautín y también en la profundidad de los cajones cordilleranos.

Allí fueron perseguidos, acorralados y cazados como conejos por los lleulles o soldados de reserva, el roto chileno experto en pacificar por la espalda, quemar rucas y arrear ganado ajeno.

Lo cuento también en el cierre del tomo I: las represalias de fuerzas regulares y paramilitares que no tardaron en desatarse en todos los rincones del país mapuche.

Los históricos guerreros de antaño, los bravos descendientes de Leftraru, Kalfulikan y Pelantraro, fugitivos en su propia tierra.

Por hallarse el grueso del Ejército de Línea en el norte, en la ocupación de Lima, aquella labor de persecución recayó principalmente en los lleulles, fuerza armada de frontera mezcla de ejército regular y banda de forajidos. Hablamos de campesinos, bandoleros mestizos, expresidiarios y veteranos de más de alguna guerra sucia, el también llamado “bajo pueblo” chileno.

Su particular nombre dice relación con el lleullequén, el cernícalo, pequeño halcón con el cual eran comparados de manera despectiva por los mapuche. Es que así se comportaban los soldados chilenos, como aves rapaces acostumbradas a obtener por la fuerza su comida y sustento.

“Sujetos desposeídos que harían lo posible por obtener algo del despojo, aunque sea su propio alimento. Sujetos con tal grado de exclusión y en general con historias de vida que les dificultaba construir una mejor moralidad, en manos de mandos superiores inescrupulosos, se convertían en un peligroso arsenal de guerra”, escribe sobre ellos Mathias Órdenes, académico de la Universidad Católica de Temuco.

Los oficiales tenían sin embargo un origen más conspicuo: en su gran mayoría los mandos del ejército de la época provenían de una clase media acomodada de provincia y los caracterizaba un alto sentido del deber, como bien demostraron en la Guerra del Pacífico. Lo mismo los oficiales de la Guardia Nacional, los llamados “cívicos”, de trascendental rol al sur del Biobío.

Los guerreros mapuche, por su parte, pertenecían a diversos linajes y clanes y eran liderados por jefes militares quienes respondían ante un füta ülmén (hombre rico, poderoso) o un ñizol lonko (jefe principal). Estos últimos a su vez formaban parte de alguno de los cuatro futalmapu (o gran franja territorial) que se articulaban bajo alianza militar, siempre de manera temporal.

Altas virtudes caracterizaban a estos guerreros, siendo tal vez la valentía y el honor dos de las principales. Ambas les eran inculcadas desde la más tierna infancia. Tras siglos de defensa del Wallmapu, los weichafe, los hombres dedicados al weichan (la guerra), se habían transformado en una respetada casta social.

Célebres jefes guerreros como Mañilwenu habían logrado poder y altos honores en la sociedad mapuche del siglo XIX sin ser descendientes de un gran linaje. Ello, al interior de un pueblo donde la tradición es ley, prueba el ascenso social logrado por los hombres de armas.

Ya comenté que no todas las jefaturas mapuche se sumaron al último levantamiento. Coñuepán y Painemal de Cholchol, Painevilu de Maquehue, Paillalef de Pitrufquén y Painemilla de Toltén fueron algunos de los poderosos lonkos y ülmén de la época que, puestos en la encrucijada, optaron por no facilitar lanzas, caballos ni hombres.

Miembros de históricos linajes y ricos ganaderos, lo de ellos fue instinto de supervivencia. Y una buena dosis de real politik.

Comenta respecto de Coñuepán el historiador José Bengoa:

Su discurso es coherente. Señala que no hay forma de oponerse al ejército, que los mapuches han perdido su capacidad militar y que la superioridad de los chilenos es evidente. Frente a esa realidad no cabe más que negociar con las autoridades la pacificación, tratando de que se les reconozca a los mapuches sus territorios. Coñuepán consideraba suicida enfrentarse a los chilenos y veía como inevitable la fundación de ciudades en el territorio (Bengoa, 1983:256).

Pero Millapán, hermano de Coñuepán, sí jugaría un rol clave en el ataque mapuche a los fuertes de Ñielol y Temuco en el Füta Malón de 1881. Se dice que estaba a punto de ser fusilado por el ejército cuando este último intercedió ante Gregorio Urrutia, salvándolo.

El 18 de noviembre de 1891, sobre sus tierras, distante a treinta kilómetros de Temuco se fundaría el fuerte Cholchol, un acto de represalia y escarmiento de Urrutia para con los alzados de esa zona. El cuartel se levantó sobre los escombros todavía humeantes de las rucas de Millapán. Dicho cuartel daría origen a la actual ciudad de Cholchol.

Fue también el caso del ñizol lonko de Boroa, Juan de Dios Neculmán, uno de los principales cabecillas del levantamiento. Hombre rico y de gran ascendencia en la zona de Cautín, no dudó en 1881 sumar sus lanzas para atacar el fuerte Temuco.

De antiguos tratos con las autoridades chilenas, la inminencia de la invasión de sus propias tierras —se cree— lo empujó a unirse al weichan (la guerra). O bien fue su relación de parentesco con el también célebre Sayweke de Puelmapu, su nguillan (cuñado), de clave participación en el alzamiento.

Como haya sido, tras fracasar el ataque a Temuco, Neculmán sería tenazmente perseguido por varios piquetes de soldados. El historiador Sergio Caniuqueo cuenta en su libro Historia del territorio de Boroa. Forrowe Mapu Tañi Tukulpazugun (2013) que terminó refugiado en las selvas del territorio de Huilio, actual comuna de Freire, bajo el amparo del lonko Kalkin.

Allí se mantuvo hasta ser cercado por las tropas, huyendo luego hacia Toltén, donde finalmente optó por presentarse ante las autoridades. Lo hace negando su real participación en los ataques y asegurando la más férrea lealtad al gobierno chileno.

Sorprendentemente, salió airoso de la situación.

Su gran influencia en un territorio que las autoridades chilenas necesitaban controlar obró posiblemente el milagro. A modo de simbólico castigo debió donar poco más de cien hectáreas a una orden religiosa. Digamos que lo hizo sin chistar.

Dos años más tarde allí se instalaría la misión Boroa, a orillas del río Quepe y en las cercanías del sitio donde los españoles habían fundado el fuerte de Boroa en el siglo XVI. Este había sido devastado por los mapuche tras la sublevación de 1598.

Historia secreta mapuche 2

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