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- FRANCIA Y LAS FRUTILLAS MAPUCHE -

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¿Pudo ser diferente el desenlace de la guerra en Wallmapu? Orélie Antoine de Tounens, el abogado y espía francés retratado como un “demente” por la historiografía chilena y argentina, fue a mi juicio la gran oportunidad perdida por los mapuche.

Lo cuento en extenso en el tomo I de esta trilogía: su arribo a Wallmapu desde Buenos Aires, la alianza política que establece con los toqui Kilapán y Calfucura, su monarquía constitucional y, lo principal, el compromiso de pertrechos y asistencia militar por parte de Francia “para que mantengáis vuestra independencia y libertad”, como había prometido.

No se trata de un juicio apresurado. Lo comparte, entre otros, el investigador Francisco J. Montory, un estudioso de la historia de la provincia de Arauco y en los ochenta un activo colaborador del boletín del Museo Mapuche de Cañete.

Quilapán pretendía formar un ejército de a lo menos ocho mil hombres dotado de caballería, infantería y artillería. No solo estarían armados de lanzas, cuchillos y macanas, sino que además el “rey” Orélie le había prometido modernos fusiles de repetición de origen francés, artillería liviana e incluso soldados de esa nacionalidad. Con tal poderío bélico, Quilapán y Orélie, con sus fuerzas franco-mapuche hubieran podido fácilmente aniquilar a las fuerzas chilenas y expulsarlos lejos de los límites históricos de la Araucanía (Montory, 1989:17).

No es ningún secreto. Por aquellos años Francia e Inglaterra se hallaban enfrascadas en una lucha por extender sus dominios coloniales a escala global. Francia desde el siglo XVII había fijado su mirada en la Patagonia y el estrecho de Magallanes. En el puerto de La Rochelle habría de nacer para ello la Real Compañía del Mar del Sur, de la que era accionista el mismísimo rey de Francia, Luis XIV.

En junio de 1695 cinco de sus barcos zarparían con rumbo austral para fundar en el estrecho una colonia al amparo del pabellón francés. Y, si bien la expedición fracasó, el interés se mantuvo intacto.

Solo queda agregar que entre 1695 y 1749 al menos 175 barcos registrados en Francia salieron para los mares del sur con el objetivo de explorar tierras para futuras colonias y contrabandear productos. Varias de estas expediciones tuvieron contacto con los mapuche.

Fue el caso del navegante y científico francés Amédée-François Frézier, quien estuvo en América del Sur entre 1712 y 1714 estudiando —académicamente, en teoría— las fortificaciones españolas del Virreinato del Perú. Lo cierto es que se trató de una labor de espionaje militar con vistas a intentar encauzar las riquezas americanas hacia la corte de Versalles.

Frézier recorrió sobre todo las costas del Pacífico desde Magallanes al Callao, redactando un completo informe que incluía mapas de los puertos, fortificaciones, depósitos de munición, recuento de piezas artilleras e incluso estimaciones de los soldados hispanos en cada sitio. Su viaje incluyó la bahía de Concepción y también los fuertes de Valdivia, las fronteras norte y sur entre la Corona española y el Wallmapu occidental.

En 1716, dos años después de su viaje, Frézier publicó en París el libro Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile i el Perú. Fue un éxito editorial, con reediciones en inglés, alemán y holandés, algo bastante inusual en esa época.

Cinco años más tarde el propio Luis XIV lo eligió para un nuevo viaje a América, esta vez a La Española (Haití). Allí tendría la misión de construir una serie de fuertes siguiendo el modelo español que observó en los mares del sur.

Pero en su libro Frézier no solo habla de puertos, mapas y fortificaciones. De su paso por la bahía de Concepción incluyó una extensa y detallada descripción de los mapuche, sus costumbres, territorio y estatus independiente respecto del reino de Chile.

Estos indios no tienen reyes ni soberanos que les prescriban leyes; cada cacique, así le llaman los españoles, es enteramente independiente y dueño absoluto de su dominio [...] Aunque nos parezcan salvajes saben muy bien ponerse de acuerdo respecto de sus intereses comunes. Por esta buena conducta y heroísmo han impedido en otro tiempo al Inca del Perú que entrara en sus dominios y han detenido las conquistas españolas, llegados solo hasta la orilla del Bio-Bio y las montañas de la cordillera (Frézier, 1902:23-26).

El libro, que incluye catorce láminas y veintitrés mapas y planos, cuenta además con bellas ilustraciones del juego de palín —chueca, le llama— y de las vestimentas mapuche. Pero no solo a ello prestó atención en Wallmapu, sino también a las frutillas.

“Los indios cultivan campos enteros de fresas; sus frutos son comúnmente del porte de una nuez y a veces como un huevo de gallina. Su color es rojo blanquecino”, apunta en su libro.

Hoy pocos saben que la actual fresa que se consume mayormente en el mundo, la Fragaria annanasa, es mitad originaria de este rincón del planeta. Así es: nació del cruce experimental de la Fragaria virginiana del este de Norteamérica y la Fragaria chiloensis, la misma que sorprendió al francés en su paso por Wallmapu.

En 1614 el jesuita español Alonso de Ovalle conoció esta fruta blanca (llaweñ) y roja (kelleñ), perfumada y dulce, que los mapuche cultivaban en jardines y campos y que por su gran tamaño superaba a la fresa de Virginia y también a la europea, esta última no más grande que una frambuesa.

Ovalle la bautizó como Fragaria chiloensis y así lo cuenta en su clásico libro Histórica relación del Reyno de Chile (1646).

Pero un siglo más tarde, en 1714, sería el galo Frézier el primero en llevar con éxito estas frutillas mapuche a Europa, entregando cinco plantas al Jardín Real para su análisis y cultivo. Es más, su propio apellido derivaría de fraise, la palabra francesa para frutilla (fresa) que el tiempo deformó en Frézier.

Las obras de navegantes y exploradores como Amédée-François Frézier fueron ampliamente divulgadas en Francia y ejercieron gran influencia en la monarquía. También en sus afanes expansionistas, especialmente hacia Oceanía y África.

Francia, en la primera mitad del siglo XIX, incorporó Las Marquesas y Tahití, así como también colonias en Argel, Costa de Marfil, Gabón y Guinea. Pero Inglaterra, su gran adversario colonial, se había instalado en 1833 en pleno Atlántico sur, en las islas Malvinas.

¿Es posible creer que Francia no vio con preocupación un posible avance inglés sobre la Patagonia y el estrecho de Magallanes? Desde allí podrían controlar puntos claves en las rutas marítimas entre las metrópolis europeas y el Pacífico.

¿Es posible descartar que Orélie Antoine de Tounens fuera parte de una empresa colonialista respaldada por el propio Napoleón III? En absoluto.

El historiador militar Leandro Navarro aporta un sabroso dato al respecto. El año 1869, en plena ofensiva del general José Manuel Pinto contra Kilapán, otros dos ciudadanos franceses fueron avistados merodeando por el país mapuche. Sus apellidos eran Portalier y Pertuiset.

El primero —cuenta Navarro— fue tomado preso en el fuerte de Queule por suponerse que era aliado de Orélie. Fue puesto en libertad al poco tiempo, “sin saberse qué rumbo tomó”. Respecto a Pertuiset, fue a recalar a Magallanes, donde lo conoció el capitán de Artillería de Marina Ramón Vidaurre, de guarnición en ese puesto, y a quien manifestó que era teniente coronel del ejército francés.

Décadas más tarde, cuando Vidaurre debió expatriarse en París después de la revolución de 1891, lo encontró en dicha ciudad llevando una vida holgada y gozando de una privilegiada posición social. Ello hizo presumir al militar chileno que “no podía ser un vulgar aventurero y por ende alguna misión especial lo llevó a Chile”.

Otro antecedente lo entrega el testimonio tal vez inobjetable de Abdón Cifuentes, destacado político conservador y docente chileno del siglo XIX, y uno de los fundadores de la Pontificia Universidad Católica.

Cuenta en sus memorias que mientras ejercía como oficial mayor del Ministerio del Interior, encargado de las relaciones exteriores del gobierno de José Joaquín Pérez, el propio secretario del Consejo de Estado de Napoleón III le confidenció en París, en mayo de 1870, que “el emperador había estado dispuesto a prestarle su apoyo (a Orélie)... que en el Consejo se había discutido la necesidad de apoyar las reclamaciones de Orélie”.

Un último dato respecto de Francia y sus colonias.

Nueva Caledonia, isla en medio del Pacífico, fue anexada por Francia en 1853, misma década en que Orélie Antoine arribó por primera vez a Wallmapu. Desde entonces la población indígena local, los kanak, han gozado de un estatus único que los sitúa entre un país independiente y un departamento de ultramar en el seno de la República Francesa.

Por si no bastara, en noviembre de 2018 sus habitantes votaron un inédito referendo de independencia. Y si bien el 59% votó en contra, la plena libertad de sus habitantes pareciera ser solo cosa de tiempo.

“Lamngen Pedro, ¿qué habría pasado si Chile y Argentina nos hubieran dejado ser?”, me preguntó hace unos años la cantante Beatriz Pichimalen mientras grabábamos en Santiago el programa Kulmapu de CNN Chile.

“Hablaríamos probablemente francés y mapuzugun, nuestros jóvenes estudiarían en universidades de París y pronto estaríamos votando nuestra independencia en un plebiscito”, fue —medio en broma, medio en serio— mi respuesta, en clara alusión a los kanak. ¿Cómo sería Wallmapu si ambas repúblicas sudamericanas nos hubieran dejado ser? Nunca lo sabremos en verdad.

Lo que sí sabemos es cómo era el país de nuestros ancestros antes de la invasión winka. Lo retratamos en el tomo I, siguiendo las memorias de dos insignes viajeros, el alemán Paul Treutler y el norteamericano Edmond Reuel Smith, quienes lo recorrieron en su lado oeste entre los años 1853 y 1859.

Pero hay un tercer viajero que logró internarse en el territorio mapuche trasandino, al sur de la actual provincia de Córdoba, Aconteció en abril del año 1870 y su protagonista fue un militar, jefe de frontera, que nos legó para la posteridad un relato extraordinario.

Los invito en las páginas siguientes a viajar junto al coronel Lucio Mansilla al mítico país de los ranqueles.

Historia secreta mapuche 2

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