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- ADIÓS A LA DINASTÍA DE LOS ZORROS –

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El viaje de Lucio Mansilla se publicó por entregas en el diario La Tribuna y bajo el formato de cartas dirigidas a su amigo Santiago Arcos, quien por entonces residía en España.

Comenzaron a publicarse el 20 de mayo de 1870, pero se interrumpieron en septiembre del mismo año. Héctor Varela, director del diario, recopiló las cartas publicadas más otras cuatro finales y completó en 1871 la primera edición del libro bajo el nombre Una excursión a los indios ranqueles.

En 1875 Mansilla recibió el primer premio en el Congreso Geográfico Internacional de París. Una segunda edición de su obra se publicó en 1877 en Leipzig, Alemania, como parte de una colección de autores de lengua española. Una tercera fue publicada en 1890 por Juan Alsina. Llevaba un prólogo de Daniel García Mansilla, escritor, diplomático y sobrino del autor.

Desde entonces las reediciones del libro se cuentan por docenas. Para no pocos estudiosos se trataría del verdadero clásico fundador de la literatura argentina, a la altura de grandes obras como Martín Fierro de José Hernández o Facundo de Domingo Faustino Sarmiento.

No fue —desde luego— Mansilla el primero en ocuparse del tema de la otredad (o del “indio”) en la literatura argentina. Antes lo hizo la generación del 35 a través de autores como Esteban Echeverría (El matadero, 1840; La cautiva, 1837), en donde ya se plantea el binomio civilización/barbarie desarrollado más tarde por Sarmiento.

Pero Mansilla llegó mucho más lejos al lograr retratar y entender la conflictiva relación existente entre ambos mundos, aquel choque cultural donde la gran pregunta que ronda su escritura pareciera ser quiénes son los civilizados y quiénes en verdad los bárbaros.

Sucede que el militar se enamoró de las pampas y de aquella libertad de los rankülche.

¡Es tan agradable el varonil ejercicio de correr por la pampa que yo no he cruzado nunca sus vastas llanuras sin sentir palpitar mi corazón gozoso! Mentiría si dijese que al oír retemblar la tierra bajo los cascos de mi caballo, he echado alguna vez de menos el ruido tumultuoso de las ciudades donde la existencia se consume. Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, su cielo, su sublime y poética soledad, a estas calles encajonadas (Mansilla, 1871:235).

Contrario a lo planteado por la historiografía argentina, Mansilla demuestra además que de “desierto” aquel territorio tenía bastante poco. En lugar de encontrarse con la nada, el territorio que visita en 1871 está lleno de vida y movimiento.

Y es que ello era Puelmapu, un vasto territorio con prácticas, formas y tradiciones propias. Y con rutas que conectaban en pocas jornadas a caballo las principales tolderías. Aquella era una tierra donde no solo el mapuche era bienvenido. Así lo demuestran los numerosos winkas viviendo a gusto en las tolderías.

Un último dato sobre nuestro viajero.

Se cuenta que, ya anciano y radicado en la ciudad de París, quiso mostrarle a un amigo un regalo que para él tenía un gran valor afectivo: el poncho que le regalara la mujer principal del cacique Mariano Rosas en aquella célebre excursión.

Pero al hacerlo se encontró con una terrible noticia: el bello makuñ estaba siendo devorado por las polillas. Mansilla, que a esa altura ya había perdido a cuatro de sus hijos, cayó al instante sobre su sillón, llorando tristemente.

Panguitruz o “Mariano Rosas”, por su parte, fallecería en Leubucó de viruela el 18 de agosto de 1877.

Para que lo acompañaran en su viaje al Wenumapu (la tierra de arriba) se cuenta que mataron a sus tres mejores caballos y a una yegua gorda. Siete mantas, una por cada una de sus esposas, envolvieron su cuerpo a modo de vendajes protectores. Otros siete pañuelos coronaron su frente. Su lanza y espada también fueron depositadas en el sepulcro.

Sus honras fúnebres tradicionales fueron tan magníficas que quedaron consignadas para la posteridad en el periódico La Mañana del Sur de Buenos Aires.

Un año más tarde, en 1878, y violando diversos tratados de paz, la República Argentina comenzó a preparar la mal llamada Conquista del Desierto encabezada por el general Roca. Sería el comienzo del fin de la célebre dinastía de los zorros.

A partir de entonces los rankülche serían perseguidos y diezmados por la Tercera División al mando del comandante Eduardo Racedo, quien arrasó con las tolderías desde Leubucó hasta Salinas Grandes, esta última la tierra del gran Calfucura.

No contento con eso, Racedo hizo desenterrar los restos del lonko Mariano Rosas. Estos pasaron luego a formar parte de la colección de antropología del naturalista, político y apologista de la guerra contra los mapuche Estanislao Zeballos.

La colección, formada por cien cráneos “de indígenas antiguos y modernos, varios de estos de jefes de renombre”, según una publicación de la época, fue donada por Zeballos en 1889 al macabro Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

Allí los cráneos fueron exhibidos por más de un siglo.

Fundado por Francisco P. Moreno, el Museo de La Plata en esos mismos años también se hizo con los restos de otros grandes lonkos y guerreros mapuche tales como Calfucura, Foyel, Inakayal y los hermanos Catriel. Lo contamos en el tomo I.

Los restos de Panguitruz recién fueron devueltos a las comunidades rankülche en junio del año 2001 gracias a una ley de restitución aprobada por el Congreso de la Nación.

Envuelto en emblemas tradicionales, fue velado en el bello salón municipal de Victorica, ciudad de 5.500 habitantes fundada en 1882 como el primer fortín levantado en tierras arrebatadas a los ranqueles. Su plaza principal lleva por nombre Héroes de Cochicó, la batalla entre soldados y weichafe que precisamente definió dicha conquista.

Banderas en mano, trarilonkos en la frente y cubiertos con bellos maküñ (ponchos), numerosos lonkos ranqueles y mapuche —incluso de otras provincias argentinas— soportaron aquel día la ferocidad del frío pampeano para dar su adiós al lonko.

Cuando miembros de la comunidad y paisanos a caballo trajeron la urna fueron recibidos al son de trutruka, pifilka, kaskawilla y el batir del kultrun, consignaron los medios locales.

Frente a un palco atestado de autoridades, legisladores y funcionarios, la memoria del lonko renació en las rogativas y en los afafanes (vivas) a su figura que se multiplicaron en las voces de los presentes. Y también con el choike purrún, la tradicional danza del avestruz que celebró su retorno.

Sus restos hoy descansan en un bello mausoleo piramidal con bases de madera a orillas de la laguna Leuvucó, veinticinco kilómetros al norte de Victorica, en un sitio declarado Lugar Histórico Provincial por las autoridades de La Pampa.

¿Qué pasó con Epumer, el sucesor de Panguitruz al mando de los rankülche? Fue capturado por tropas argentinas el 12 de diciembre de 1878 en las cercanías de Leubucó. Había regresado hasta allá con parte de su tribu errante para recolectar cebada y no morir de hambre.

Su captor fue el capitanejo Ambrosio Carripilún, un ranquel aliado del ejército que operaba bajo el mando del coronel Eduardo Racedo. “Importa pues, a la campaña de Racedo, uno de los triunfos más valiosos y más importantes en el plan de desocupación del desierto”, escribe al respecto el periódico El Siglo con fecha 8 de enero de 1879.

Epumer fue de inmediato confinado en la isla-prisión Martín García, ubicada en el delta del río de la Plata, donde permaneció engrillado por más de un año. Lo acompañó parte de su tribu y más de un centenar de otros prisioneros de guerra mapuche.

Cuenta el historiador Marcelo Valko en su libro Cazadores de poder. 1880-1890 (2016) que el jefe rankülche “salió de allí una brumosa mañana de 1882, cuando es embarcado en el lanchón Don Gonzalo junto al lonko Pincén”. Ambos serán liberados en el puerto de Buenos Aires, les dicen los soldados. Pero aquello jamás sucede.

Ambos fueron destinados a la estancia El Toro, propiedad del senador Antonio Cambaceres, próxima a la localidad de Bragado. “Epumer por fin es libre... pero como peón dentro de las alambradas de la estancia del prominente político y terrateniente de fuste aliado del clan Roca”, subraya Valko.

El último gran jefe rankülche murió allí el 28 de junio de 1884, aquejado de una enfermedad pulmonar, lejos de su gente y de su tierra. Sus restos hasta hoy permanecen en El Toro.

Otro destacado lonko rankülche, Baigorrita, ahijado del coronel Manuel Baigorria y quien también se entrevistó con Lucio Mansilla en su viaje Tierra Adentro, caería en combate el 18 de julio de 1879 a orillas del río Neuquén, a poco de dejar el Colorado, linde sur del dominio rankülche.

Cuenta el periodista barilochense Adrián Moyano que, ante esta sucesión de éxitos militares, el presidente Nicolás Avellaneda remitió una circular para que se leyera frente a las tropas de diversos destacamentos y fortines de la Frontera.

En su primer párrafo, decía el mandatario: “Estáis llevando a cabo con vuestros esfuerzos una grande obra de civilización a la que se asignaban todavía largos plazos. La pericia y la abnegación militar se adelantan al tiempo. Cada una de vuestras jornadas marca una conquista para la humanidad y las armas argentinas”.

¿A qué humanidad se habrá referido Avellaneda?

Historia secreta mapuche 2

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