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Embajada Británica, Roma

Un taxi le apeó frente a la embajada, en la Via Venti Settembre. Se ajustó la chaqueta entrando en el recinto y cruzando el patio hasta el viejo edificio. La recepción quedaba a la izquierda y varios oficiales charlaban en grupo. Charles pasó de largo convencido de subir hasta el despacho del embajador cuando un hombre le sorprendió desde atrás.

—No tan deprisa, Sr. Parker.

Aquel hombre vestía un traje color ceniza, poco estiloso. Iba despeinado y su apariencia alertaba desconfianza. Mientras se acercó a Charles, dio una calada a un cigarrillo bastante aplastado.

—¿Nos conocemos?

—Ahora sí.

—Disculpe. Tengo una reunión importante. En otro momento hablamos, ¿de acuerdo?

—La reunión que le ha comentado Madeleine es conmigo.

—¿Quién es usted?

—Sígame.

Confuso, fue tras él. Caminaron por el pasillo, más allá de la recepción, dejando atrás varios despachos y cruzándose con otros empleados. Al instante, el hombre se detuvo para ojear en una sala cuya puerta estaba abierta, aunque siguió caminando. Al final del pasillo, giraron nuevamente y llegaron a otro despacho entreabierto. Se asomó indiscreto y encendió la luz. Cuando vio una bandeja con bebida, sonrió.

—Aquí estaremos bien.

Asombrado por la imprudencia de aquel tipo, Charles entró y permaneció a la espera. Vio cómo fue directo hacia la bandeja, destapó una botella de cristal sin etiqueta y olisqueó el licor.

—No es buen whisky. —Opinó enseguida.

Aun así, llenó medio vaso para él y otro igual para Charles.

—Siéntese y póngase cómodo, Sr. Parker. Me llamo Andrew Rogers. —Dijo sentándose sobre la esquina del escritorio y apagando el cigarrillo con fuerza en un cenicero.— Al igual que usted, trabajo para Sir Thomas.

—Es lo que suponía. ¿Ha venido directamente de Dover? Porque no le había visto en Roma.

—Trabajo en varias embajadas. Esta es una de ellas, pero únicamente me dejo ver cuando quiero que se me vea.

Charles miró un enorme sillón de tela gruesa y se sentó.

—Sir Thomas me dijo que usted hizo un excelente trabajo hace dos años.

—¿Le dijo que acordamos mantener la distancia? Mi trabajo es el que desempeño hoy en día.

Andrew sonrió.

—Usted aporta un trabajo excelente para nuestros intereses.

—Entonces, hemos terminado, Sr. Rogers.

—No tan rápido. —Dijo extendiendo el brazo con el vaso en la mano.— Nunca se deja de trabajar para el viejo.

Charles le miró incómodo. Aquella frase se la dijo Sir Thomas en el muelle de Dover tras finalizar su misión.

—Los dos conocemos a Sir Thomas y Sir Thomas confía en muy pocas personas.

Resignado, Charles asintió.

Andrew gesticuló de mala gana tras el primer sorbo.

—¡Cielos, el condenado aún sabe peor! ¿Qué persona con tan mal gusto ocupa este despacho?

Charles olisqueó el whisky y llegó a la misma conclusión. Abandonó el vaso sobre la mesa y se cruzó de brazos.

—Sr. Rogers, ya conozco este juego. ¿Qué es lo que quiere?

—Necesito a un negociador con cierta habilidad y Sir Thomas me dijo que usted era el mejor.

Charles se frotó los ojos y preparó su pipa a la vez que Andrew encendía otro cigarrillo.

—Cuénteme un poco más, por favor. —Instó saboreando el tabaco en su boca.

—No pongo en duda que sea bueno. Pero, después de dos años, seguramente habrá perdido práctica, ya que se ha dedicado a bienvivir en Italia con el dinero del contribuyente.

—¿Eso cree que hago?

—No me habré equivocado del todo, ¿verdad?

Charles sonrió.

—Sea sincero conmigo. ¿Está listo para un nuevo reto?

Charles humedecía la boquilla de la pipa expulsando el humo por los lados. Pensando en su cómoda posición, Andrew había despertado su curiosidad.

—Tengo mis limitaciones, Sr. Rogers.

—No le exijo una operación militar, aunque siempre estamos en guerra. Y, si piensa que Italia no es terreno hostil, se equivoca. Por el momento, hasta aquí puedo leer.

Sin apartar la mirada de Andrew, dijo:

—Puede que esté preparado.

—Por hoy es suficiente. —Añadió. Entonces fue hasta la bandeja para dejar el vaso y se volvió hacia Charles.— Nadie debe saber que ahora trabaja para mí.

—Muy bien. Le aconsejo que no beba más ese brebaje. —Le dijo señalando la botella de cristal.— La próxima vez le traeré un buen whisky; uno en condiciones.

—Es una excelente idea.

Charles sonrió y retiró la pipa de su boca. Se dieron la mano y salieron del despacho mientras cada uno tomó un camino diferente.

Reflexionando sobre la conversación, Charles caminó por la Via Venti Settembre para después marcharse a su casa.

Una bala, un final

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