Читать книгу Una bala, un final - Pepe Pascual Taberner - Страница 21

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Miércoles, 5 de agosto de 1936

Londres, Inglaterra

Un operario del aeropuerto, cubierto con un enorme impermeable, realizaba el control del pasaje protegiéndose de la lluvia. El vuelo de Charles había aterrizado en plena tormenta y el suelo estaba completamente encharcado.

Charles corría desde la escalinata hasta el hangar militar ya que la lluvia había inundado las estancias de la pequeña terminal. A consecuencia de la lluvia, el avión se había desviado hasta el hangar de la RAF, en el otro extremo del aeródromo. Se había formado una cola larga donde el personal militar colaboraba para revisar la documentación.

Cuando Charles pasó el control, alguien con gabardina verde se le acercó alegando que Sir Thomas le había enviado a recogerle.

—Sígame, por favor. Mi coche detrás del hangar.

Durante las casi tres horas de trayecto hasta los alrededores de Dover, Charles tuvo la inercia de dormir y descansar ya que estaba en tierra firme. Pero la belleza del sureste británico le disuadió por completo y estuvo observando el verde y salvaje paisaje hasta que el conductor aparcó en el patio de la mansión.

Entonces dejó de llover. Aun así, la humedad persistente se calaba hasta los huesos. Mirando la fachada gris del cuartel del MI6, Charles respiró hondo. Sintió paz y curiosidad, al mismo tiempo.

—Le llevaré la maleta al interior, ¿de acuerdo?

Cuando entraron en el hall, una mujer le dio la bienvenida y le acompañó al primer piso, donde estaba uno de los salones principales. Más sombrío de lo que Charles recordaba, olía a madera vieja y hacía frío.

—Tendrá que disculparnos. Hemos tenido que improvisar la reunión en este salón. La sala que Sir Thomas había preparado tiene goteras. —La mujer prendió fuego a los troncos que ya estaban dispuestos en la gran chimenea. —Aunque pueda sorprenderle el tamaño de la estancia, en pocos minutos estará más confortable.

Charles dejó la maleta en el suelo y la chaqueta colgada en el perchero. Se aproximó a la chimenea y su rostro quedó iluminado con las llamaradas que iban cogiendo fuerza.

A su lado, la mujer aguardaba hasta asegurarse.

—Ya está. —Dijo mientras se daba la vuelta.— ¿Desea tomar algo, Sr. Parker?

—¿Quedará Millars en la bodega?

—Seguramente sí.

Se marchó y al poco regresó con la botella. Charles sonrió porque al fin había conseguido su marca preferida. Se sirvió rápidamente un vaso y acercó un sillón al fuego.

—Sir Thomas vendrá enseguida. Siéntase cómodo.

—Gracias.

Bebió despacio, saboreando el whisky, y después acercó otro sillón para Sir Thomas, quien entró por la otra puerta, minutos después. Vestido con pantalón grueso, camisa lisa y un chaleco marrón oscuro. Tenía las lentes colgando del cuello y llevaba un plato con un vaso de té caliente.

—Ha pasado tiempo, Charles. —Dijo dirigiéndose directamente al sillón.

Se dieron la mano y se sentaron enseguida.

—Estamos en agosto. Esperaba un recibimiento cálido y no el fuego de una estufa.

—El tiempo está como loco, Charles. —Se reclinó del todo y le observó durante unos segundos.— Me alegro de verte.

—Yo también, señor.

—Estás contento en Roma, ¿verdad?

—Se vive bien. Ya casi había olvidado estos aguaceros.

—Dime, ¿qué tal te va con Andrew?

Charles se cruzó de piernas.

—Apenas he tenido tiempo de conocerle. Es un tanto peculiar, aunque no dudo de su profesionalidad.

—Es el mejor en lo suyo. —Añadió muy seguro.

—Tal vez le falte un poco de tacto…

—... Oh, sí, estoy de acuerdo contigo. —Dio otro sorbo de té caliente y dijo:— Charles, ¿he de recurrir a ti cada vez que necesito garantías en una misión?

—No sabe cuánto lo lamento.

Removía la infusión con la cucharilla cuando la resina de algún tronco lanzó pequeñas chispas sobre el parqué.

—Andrew te habrá adelantado el interés de Francia por poner fin a la ayuda internacional en España. Tras nosotros, la trasladaron al resto de países y, a estas horas, todos los despachos estatales la tienen sobre la mesa. Y todavía se está negociando.

—Y cuál es su previsión, señor.

—Me preocupa la reacción de Italia, de Alemania y Rusia. Porque Alemania aceptará siempre que Rusia lo haga primero y, del mismo modo, Rusia quiere que Alemania dé el primer paso. Ellos son los que inclinarán la balanza.

—Italia asiste con aviones en Melilla a los sublevados y Francia ha reaccionado en favor de la República. ¿Cómo propone frenar la ayuda cuando son ellos quienes están haciéndolo?

—Enseñar los dientes no significa tener la intención de morder.

—Pero da pie a hacerlo.

—Después de todo, ha sido Francia quien ha dado el paso para negociar. Aunque ahora socorra a la República, ha sido la primera en dejar la propuesta sobre la mesa.

—Bien, ¿pues qué haremos desde Reino Unido?

—Apoyaremos la iniciativa francesa.

—¿Y supondrá el cese de la ayuda?

El veterano Sir le miró desmotivado.

—Lamentablemente, no.

—Lo he imaginado por su expresión. —Alegó bebiendo.

—Desde el MI6, hemos aconsejado al primer ministro que proponga la creación de un comité internacional para seguir de cerca este compromiso. Esperamos que todos los integrantes participen para evitar otra catástrofe como la de 1914.

—Es una excelente iniciativa.

—Y, por eso, ha sido aprobada. Es más, hemos forzado a que el comité se reúna en Londres.

Charles sonrió airado.

—Ahora entiendo por qué estoy aquí.

Tras la sutil carcajada de Sir Thomas, Charles dejó el vaso sobre una mesa y encendió su pipa. Sabía que la reunión se alargaría y eligió fumar al mismo tiempo.

Más relajado, se acomodó nuevamente en el sillón.

—Veo que conservas la pipa que Jason Moore te dio en Berlín.

—Así es, me acompaña en los momentos difíciles, como este.

Los dos rieron dándose un respiro.

—Hay algo más aparte de la convención. Andrew te contactó por el asunto de Wilhelm Canaris. Bien, después de llegar a Dover, te preguntarás cuál ha de ser tu misión.

—Y usted tiene la respuesta.

—Irás a la convención, Charles. Pero no esperes encontrarte allí con Canaris, él no asistirá. Sin embargo, enviará a alguien, pues el servicio de inteligencia alemán no puede fallar en una reunión internacional de esa magnitud. Aprovecharemos la convención para que contactes con esa persona.

—¿Quién será?

—¡Por Dios, Charles! Aún no lo sé. No tengo respuestas para todo. En cuanto inviten a los distintos países, solicitaremos una lista con los nombres de los asistentes. Estudiaremos a la delegación alemana y descubriremos de quién se trata. A continuación, tu objetivo será conocerle. Después ya veremos, ¿no te parece? —Sir Thomas remató el té, mucho menos caliente, y dejó que Charles meditara un instante.

—¿Cuándo se celebrará?

—Pronto. Te quedarás conmigo hasta que llegue el momento.

—Entendido, señor.

Como fumaba muy pensativo, Sir Thomas se interesó.

—¿Qué te preocupa?

—Hábleme de Canaris y del Abwehr.

—Le conocemos mucho y poco. Es de mente brillante, un buen líder para el Abwehr, que ahora posee una estructura más cohesionada. Ha demostrado que configura bien sus estrategias, pero, ante todo, es un excelente diplomático. El espionaje no es únicamente observar y recopilar, Charles, sino negociar. Y en eso, Canaris es un experto.

—Andrew me dijo que mantuvo relaciones en Italia.

—También en Sudamérica y en España. Después del armisticio de 1918, gracias a sus contactos, medió entre empresarios, banqueros, políticos, fabricantes de armas… Sorprendente, ¿verdad? El dirigente del Abwehr tiene ojos y oídos en medio mundo.

Charles se recostó y dio una lenta calada.

—¿Qué opina usted de él?

—Le respeto. Y tú deberías hacer lo mismo.

—Señor, confía en la camaradería militar de ese hombre y que su condición de marino precede a su ideología…

—… Exactamente, porque Canaris es un oficial de la Marina Alemana. Su historial y actitud no van alineadas con la ideología nacionalsocialista. Por eso confío en encontrar su lado más diplomático, más sincero.

Charles lanzó el humo hacia el techo.

—¿Y si no es así?

—Entonces olvidaré esa vía de comunicación y la buscaré en otra persona. Pero no hay mejor oportunidad que esta; ¡Canaris es el jefe de servicio de inteligencia!

—Parece tan complicado…

—Así es, querido amigo. Y tienes que ser muy eficiente para que tengamos éxito. —Sir Thomas se levantó y dejó el plato con la taza en la misma mesa. Puso sus manos en los bolsillos y le miró.— Te escogí porque Canaris es imprevisible, al igual que tú. En Roma tenemos otra oportunidad, puesto que Mario Roatta, su homólogo en Italia, mantiene buena relación con él. Sin embargo, no contábamos con esta convención en Inglaterra y tenemos que participar; tienes que estar ahí.

Charles se levantó y sintió el calor del fuego en la mejilla.

—Reconozco que me apasiona esta misión, aunque quiere que me acerque a uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich.

—A uno de los hombres más importantes en Alemania. Insisto, Canaris no persigue la idea de un Tercer Reich. Y, si sigues negando esa posibilidad, entonces fracasarás en la misión. Solo tendrás éxito si crees en ello y eres capaz de transmitirlo a Canaris; directa o indirectamente.

—Sí, señor. —Dijo aleccionado.

—Cada día que pasa, la guerra es una tragedia para el pueblo español. Aunque no lo creas, su angustia no le importa lo más mínimo a ningún gobierno europeo. Solo esperan que ninguna bala llegue a sus fronteras. Cuando antes lleguemos todos a un acuerdo, antes bloquearemos España impidiendo que la guerra se extienda.

—Mientras tanto, usted y yo nos acercaremos a Canaris.

—Y aprovecharemos esta crisis internacional para estrechar lazos con el verdadero peligro de Europa.

Charles asintió convencido. Sir Thomas cogió la botella de Millars para servir a los dos. Alzando su vaso, dijo:

—¡Por tu éxito!

Brindaron y Sir Thomas vació el vaso de un trago.

—Puedes quedarte la botella, te vendrá bien.

—Se la iba a pedir igualmente. —Alegó riendo.

Una bala, un final

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