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Prólogo

Alemania, 1935

El eco de los disparos a finales de junio del año anterior quedó olvidado con el tiempo. Las vidas segadas de cientos de oficiales y políticos pusieron nombre a la Noche de los Cuchillos Largos.

En los meses posteriores ocurrieron tantos sucesos que la masacre cometida por el SS apenas se recordaba.

La efectividad de la nueva política nazi, a golpe de martillo, conseguía neutralizar a quienes no asumían, y tampoco se sumaban, a la emergente Alemania. Día tras día se escuchaba el griterío ferviente de los seguidores entre los llantos apagados de las víctimas. En todo caso, parecía imposible detener aquella horrible realidad.

Mientras tanto, el SD ejercía eficazmente como servicio de seguridad del SS. Después de que Reinhard Heydrich consiguiera el control de todas las policías del Estado, su poder aumentaba despiadadamente. En los despachos de su temido cuartel no cesaban las órdenes para estrangular a cualquier opositor al régimen; ya estuviera dentro o fuera del partido. Como una telaraña; los archivos se multiplicaban en las estanterías y faltaba espacio para almacenar los informes de las víctimas. Ningún ciudadano, ni militante, ni mucho menos oficial, estaba exento de contar con uno.

Reinhard Heydrich, joven pero implacable, se ganaba el respeto al convertirse en el dueño de la información, siendo reforzado por miles de hombres y gozando de la protección de su mentor; Himmler. Él organizaba y la Gestapo ejecutaba. Todo salía a pedir de boca y no había en Alemania quien resistiera un embiste de Heydrich.

Pero, a pesar del aparente control absoluto de la información, aún existía un estamento militar por controlar y el cual agregar a su aterrador servicio de seguridad. El Abwehr, servicio secreto del Ministerio de Defensa y totalmente ajeno al partido nazi, resistía el empuje del SD.

En 1929, el Abwehr fue comandado por Conrad Patzig, un marino veterano de la Primera Guerra que lo gestionó como pudo. Desde el principio, Patzig estuvo en el punto de mira de Heydrich, y este hizo todo lo posible por hundir su carrera al frente del Abwehr. Finalmente, Heydrich consiguió que el general Von Blomberg, jefe del Estado Mayor, se planteara sustituir a Patzig.

La obsesión de Heydrich no tuvo límites y, tras convencer a Von Blomberg, se desencantó al no concederle este la gestión del Abwehr. De haberlo logrado, Heydrich no solo hubiera sido dueño de los archivos policiales de todos los ciudadanos, sino que hubiera poseído la información del servicio secreto del ejército. Su poder hubiera sido total.

El general Von Blomberg defendió ante Hitler que era necesaria la sustitución de Patzig y no la cesión del Abwehr al SD. Como Hitler estuvo de acuerdo, Heydrich no tuvo otra alternativa que aceptar.

Aun con eso, Von Blomberg tuvo que pagar un alto precio. El Abwehr y el SD continuarían siendo independientes, pero Hitler exigió que estrecharan los lazos y cooperasen abiertamente.

El nuevo líder que designaran para el Abwehr tenía que estar alineado con Heydrich y ambos mantendrían una buena comunicación por el bien de Alemania.

El canciller alemán consideraba que el mejor servicio secreto era el británico y esperaba un jefe para el Abwehr que estuviera técnicamente a la altura. También debía ser una persona hábil e inteligente, organizada y capaz de relacionarse con Heydrich; la condición más difícil de cumplir.

Pese a lo imposible que parecía, había quien cumplía con todo.

Se trataba de un hombre que había conseguido burlar por medio mundo a los espías ingleses en la pasada guerra.

En pleno conflicto mundial iba a bordo del crucero Dresden, y tras una batalla en el Atlántico sur, esquivó a los buques británicos de su persecución hasta ser descubierto en la costa chilena. En aquel último combate, la propia tripulación alemana hundió el Dresden y todos fueron hechos prisioneros en la cercana isla de Quiriquina.

Al poco tiempo logró escapar usando sus habilidades profesionales. Desde Chile hasta Hamburgo burló a los británicos sin que pudieran darle caza. Aquella proeza le granjeó un prominente futuro. Desde entonces estuvo vinculado al espionaje, a la diplomacia y a los negocios incluso con diferentes servicios secretos, creando vínculos y nuevos contactos en Italia y España.

Tras varios cambios dentro de la Marina, comandó el crucero Berlín, en cuya tripulación formaba parte un ambicioso y joven Heydrich. Así fue como llegaron a conocerse y mantuvieron buena relación. Poco después, Heydrich fue expulsado de la Marina por un lío de faldas (justo antes de formar el SD).

Tras capitanear el Berlín, pasó un tiempo desapercibido y en la sombra. Fue cuando Von Blomberg le designó como nuevo dirigente del Abwehr, sustituyendo definitivamente a Patzig.

Con él, Von Blomberg esperaba fortalecer los lazos entre el Abwehr y el SD, y que la información llegara a Heydrich, conforme deseaba Hitler.

De aquel modo, el día del relevo quedó fijado en la agenda, mantenido en secreto al resto del mundo.

El miércoles 2 de enero de 1935 nevaba en Berlín. Un Mercedes negro se detuvo en la Tirpitzufer, frente a un edificio de cinco plantas construido con granito gris. Eran las ocho de la mañana.

Todavía con el motor en marcha, se abrió la puerta trasera y descendió un hombre bajo, ataviado con un grueso abrigo azul marino que le llegaba hasta los pies. Su cabeza iba protegida por una gorra con borlas doradas y el emblema del águila de la Marina. El hombre alzó la mirada y se fijó en el edificio durante unos segundos. El aire, muy diferente al del Atlántico, refrescaba su tez afeitada.

Entrar implicaba un riesgo y requería de sacrificios, aunque lo sabía desde el principio. Al igual que cuando surcaba las aguas de los océanos, los peligros llegarían por el horizonte.

Con las manos en los bolsillos, el marino Wilhelm Canaris se dispuso a entrar en la Central del Servicio Secreto Alemán. Caminó unos pasos, subió los escalones y accedió al Abwehr.

Le recibió un hombre con pantalón de pana y rebeca gruesa. Se detuvo ante él y le saludó militarmente; sin alabar al Führer. Hasta el momento, el veneno del nazismo consiguió convencer a unos cuantos en el Abwehr y fue lo primero que Canaris se propuso a eliminar de manera muy discreta. Bajo su mandato quería empleados y colaboradores con mentalidad militar y no política. Era un conservador y ante todo un oficial de la Marina.

Al adentrarse entre aquellos muros de granito, Canaris se libró de la gorra y la sostuvo bajo el brazo, mostrando su pelo color ceniza con raya a un lado, y devolvió el saludo.

—Sígame y le acompañaré hasta su despacho. —Le dijo mientras le estrechaba la mano.

Durante los meses siguientes, Canaris encontró en el Abwehr un departamento desestructurado, lejos de alcanzar rivalidad con el británico. El personal no era lo profesional que hubiera esperado y arrastraba su moral por el suelo. Por si fuera poco, su efectividad generaba dudas, escaseaban los éxitos y además todo el mundo sentía el aliento de Heydrich.

Pero Canaris no sería presa fácil. Creía firmemente en un ejército profesional y en una Alemania digna. Entró dispuesto a convertir el Abwehr en un nuevo y poderoso servicio secreto cuyos rivales temieran y respetaran. Reorganizaría el entramado de manera que pronto llegarían los ansiados éxitos.

En la parcela interna, en sus planes no constaba sucumbir bajo el yugo de Heydrich. Aunque Canaris respetaba su potencial, no le temía. Sabía cómo pensaba, conocía su aguda astucia y también sus debilidades. Sin embargo, él no había dimensionado bien la terrible ambición de su rival.

A partir de aquel 2 de enero había comenzado la guerra en el corazón del espionaje alemán.

Una bala, un final

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