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Al día siguiente volví a Silvertown Dock para echar otro vistazo al agujero con Colin Evans y João Zarco. Hacía frío y sobre el estadio el cielo tenía un desalentador tono gris enero. La lluvia y la policía habían acudido a la cita, pero no la avalancha de periodistas, que ya se había dirigido a la ciudad a anunciar la muerte de Drenno y el mensaje siciliano que sin duda le habían enviado a Viktor Sokolnikov. Por suerte no tuve que contárselo, porque había leído la noticia en Internet, y me dijo que la idea de esos mensajes le parecía absurda.

—En mi país, si quieres ver a un hombre muerto, no le avisas mandándole un mensaje —aseguró—. Y menos uno tan teatral como este. Parece sacado de un libro de Mario Puzo. Me alegro de que llame, Scott, y de que se preocupe por mi reputación, pero no sufra por mí. Le aseguro que tengo las espaldas muy bien cubiertas.

Eso era cierto; Sokolnikov nunca salía sin un mínimo de cuatro guardaespaldas. Uno de ellos era un exboxeador ruso cubierto de tatuajes que parecía el hermano mayor y feo de Vinnie Jones.

Zarco observó el agujero y sacudió la cabeza.

—El fútbol es tribal, por supuesto —dijo—. Y las tribus hacen este tipo de cosas, ¿no? Pasaron miles de millones de años hasta que las bestias salvajes evolucionaron y se convirtieron en hombres, pero solo hacen falta noventa minutos un sábado por la tarde para que todo eso se desmorone. —Miró a Colin—. ¿Puedes arreglar este agujerito antes del partido contra el Newcastle, Colin?

—No será fácil —respondió —, pero puedo arreglarlo, sí. Un césped nuevo o un poco de césped artificial tardan entre siete y diez días en arraigar. Pero ¿y la policía, jefe? Podría meterme en un lío por esto. Es el escenario de un crimen, ¿no? Supongamos que el maldito inspector Neville descubre que he tapado su agujero. Supongamos que vuelve aquí esta mañana.

Zarco hizo una mueca. A veces, su rostro era tan elástico como el de un comediante.

—¿Para volver a examinar el agujero? —preguntó—. Es solo un puñetero agujero en el suelo. Además, no es un agujero. Es nuestro agujero. Y en medio de un campo de fútbol no pinta nada.

—Escúchale —dije a Colin—. Parece utilizar la voz de narrador de Bernard Cribbins.

Colin sabía que era una broma, pero no la entendía. Hago muchas bromas como esa que nadie entiende. Eso es lo que sucede cuando te haces mayor. Zarco tampoco la entendió, pero él era portugués.

—Tápalo y arréglalo —indiqué a Colin—. Asumiré toda la responsabilidad. Puedes decírselo. Pero antes de taparlo, quizá deberías cavar un poco. Es posible que cuando interrumpiste a los que hicieron el agujero en realidad estuvieran tapándolo otra vez.

—No te entiendo, Scott.

—Haz el favor, Colin... Normalmente, cuando la gente cava una tumba es porque quiere enterrar algo en ella. Algo o a alguien.

—¿No me estarás diciendo...?

El galés miró la tumba horrorizado.

—Lo estoy diciendo, Colin. Lo estoy diciendo.

Zarco sonrió.

—A lo mejor Scott espera que encuentres a Yorick en esta tumba —bromeó.

—¿A quién?

—A Terry Yorick —respondió—. Centrocampista defensivo del Leeds United. Su hija Gabby informaba sobre fútbol en la tele. Una niña mona. Bonitas piernas. Ya no veo tanto la televisión ahora que se ha ido.

Zarco se echó a reír al ver que Colin seguía sin entender nada y se dirigió al túnel de vestuarios. Yo le seguí de cerca.

—Pobre Terry Yorick —dije—. También era galés. Pobre tío.

—Ser o no ser. Con esa actitud, yo creo que Hamlet era seguidor de un equipo de fútbol.

—Del F. C. Copenhague, probablemente.

—Bueno, Scott. ¿Tienes los informes de estado de forma y lesiones de hoy?

—Está en tu mesa, jefe.

—Bien. —Sonó el teléfono de Zarco, que miró la pantalla y asintió—: Paolo Gentile. Excelente. Por lo visto, tenemos un portero escocés. Esperemos que sea tan bueno como tú decías. Ahora solo necesitamos un traductor. No entendí una puta palabra de lo que dijo. Excepto exactamente esa: «puta».

—Ya traduciré yo. Hablo bien escocés.

—Qué alivio.

—Pensaba que Denis Kampfner se encargaba del traspaso.

—Viktor no confía en él, así que trajo a su agente, Paolo Gentile.

—También es tu representante, ¿no?

—Sí. ¿Por qué? —El móvil de Zarco volvió a sonar—. ¿Y ahora quién será? La BBC. El programa Strictly Come Dancing. Me quieren para bailar en la nueva temporada. Les he dicho veinte veces que no y no dejan de ofrecer más dinero. Como si fuera a servirles de algo.

—Estoy seguro de que estás hecho un Fred Astaire.

—Odio esa mierda. Odio esa porquería de programas. Prefiero leer un libro.

Me di la vuelta y vi que Colin ya estaba cavando en el agujero.

—Pobre Colin —dije—. Si le sacas el tema del césped habla por los codos, pero dudo que haya leído un libro en su vida.

—Pues lee. Tiene un libro en el lavabo de su despacho.

—¿En serio?

—Sí, pero es una mierda. Imagino que lo utiliza cuando se queda sin papel higiénico... Es tu libro. Juego sucio.

Sonreí.

—Al menos lo escribí yo, jefe.

Zarco se echó a reír.

—Que te follen, Scott.

—Es una lástima que no se me haya ocurrido antes — dije—. Pero ojalá hubiera convencido a uno de los muchachos para que se metiera en la tumba antes de que echáramos un vistazo con Colin. Podríamos haberle echado un poco de tierra por encima y haber dado a ese galés el susto de su vida.

—¿Después de lo que pasó con Drenno ayer noche? Me preocupas, Scott. De verdad.

—Drenno habría sido el primero en ver la parte divertida de una broma como esa. Por eso le quería.

—Tienes un sentido del humor muy retorcido.

—Ya lo sé. Por eso soy el segundo entrenador de tu equipo, jefe. Un sentido del humor retorcido es absolutamente esencial cuando entrenas a una panda de capullos jóvenes que cobran demasiado. Cachondearse de ellos los mantiene con los pies en el suelo.

—Eso es cierto. Siento mucho lo de Drenno. Sé que erais amigos. Fue un gran futbolista.

—Aunque no muy sensato, desde luego. —Me encogí de hombros—. Sonja opina que era inevitable que acabara ocurriendo algo así. De hecho, casi lo predijo.

—Pues pídele que prediga el resultado del domingo. No me vendría mal un poco de ayuda de los espíritus.

—Ya lo ha hecho. Ganaremos 4-0.

—Bien. Cómprale un regalo de Navidad atrasado de mi parte. ¿Lo harás?

Suspiré.

—Nunca olvidaré el regalo que me hizo Drenno por Navidad cuando jugábamos en el Arsenal: un bote de bronceador.

Todavía estábamos riéndonos cuando llegamos al túnel. Pero las carcajadas se apagaron un poco cuando oímos un ruido y Colin echó a correr hacia nosotros con un objeto cuadrado en las manos.

—Tenías razón, Scott. Había algo en esa tumba. Mira.

—No es una tumba —corregí—. Es un simple agujero. Recuérdalo.

Me tendió una fotografía. El cristal estaba embadurnado de tierra y barro, pero la persona era claramente identificable. Era una fotografía de João Gonzales Zarco, la que aparecía en la portada de su autobiografía: Nada de juegos, solo fútbol.

Zarco me arrebató el marco y asintió.

—¿Esto estaba en el agujero?

Colin hizo un ademán afirmativo.

—La lluvia de ayer debió de taparla. Por eso no la vimos anoche. Podríamos no haberla encontrado nunca. Fue una suerte que me pidieras que cavara un poco, Scott.

—¿A que sí? —dije dubitativo.

—Es una buena foto —terció Zarco—. La hizo Mario Testino. Me parezco a Bruce Willis, ¿verdad?

No dije nada.

—No seas tan aprensivo, Scott —dijo Zarco—. No me inquietan en absoluto este tipo de cosas. Ya te lo he dicho: a veces, los aficionados al fútbol son como salvajes. En el Camp Nou arrojaron la cabeza de un cochinillo cuando Luis Figo estaba a punto de lanzar un córner. Y deberías ver a esos tarados del Galatasaray, el Coritiba y el River Plate. Probablemente les pasan estas cosas continuamente. Pero yo trabajo en Inglaterra y es aquí donde me gano la vida, no en un país en el que un hombre que juega al fútbol a veces teme por su vida. Los valores de este país son buenos. Y la gente que ha hecho esto es la excepción. Lo que más me preocupa es el Leeds mañana. Siempre juegan bien en la Copa. Manchester United en 1972. Arsenal en 2011. Tottenham en 2013. Y la mejor final de la FA Cup que he visto en mi vida fue una grabación del Chelsea contra el Leeds en 1970. Eso sí que fue un partidazo.

Colin asintió.

—Empate a dos, que el Chelsea ganó en la prórroga. El primero desde 1912.

Zarco sonrió.

—¿Lo ves? Sí que lee. —Devolvió la fotografía a Colin—. Guárdala de recuerdo. Cuélgala encima de tu mesa y utilízala para asustar al resto del personal de mantenimiento.

—¿No deberíamos dar parte a la policía? —preguntó Colin—. Decirles que hemos encontrado tu foto en el agujero.

—No —repuso Zarco—. No se lo cuentes a nadie o aparecerá en todos los medios de comunicación. Ya tengo bastante con que hayan averiguado que me han propuesto participar en Strictly Come Dancing. Mejor que no sepan esto también. Y, por favor, no se lo digas a Mario Testino. Le daría un ataque.

—A mi mujer le encanta ese programa —confesó Colin—. Deberías ir, jefe.

—Con el debido respeto a tu mujer, Colin, yo soy director técnico, no un puto bandido burro.[1] —Volvió a sacar el teléfono móvil—. Mierda —se quejó—. Otra vez el constructor. Os juro que ese tipo me llama más que mi mujer.

Zarco había comprado una casa en Pimlico y estaba realizando grandes reformas, entre ellas una fachada nueva diseñada por Tony Owen Partners, de Sídney, Australia. La fachada incluía una ventana Möbius ultramoderna que no era precisamente popular entre los vecinos de Zarco, ni tampoco para el Daily Mail. Por el dibujo que había visto en el periódico, la nueva fachada recordaba al J. P. Morgan Media Centre de Lord’s Cricket Ground.

—Por eso está tu mujer en mi casa —dije—. Para disfrutar de un poco de tranquilidad, por no mencionar el buen sexo. Y para alejarse de ti. Te odia, igual que todo el mundo.

—Este arquitecto fue idea de Toyah, no mía —se defendió Zarco—. Le dije que si quería una casa de estilo australiano se fuera a vivir a Australia. Esto es Londres. Yo vivo y me gano la vida aquí. Hagámonos una casa que parezca londinense, no la puta Ópera de Sídney. Pero eso no es suficiente para ella y, como siempre, Toyah se sale con la suya. Os lo juro, esa mujer es más difícil que cualquier futbolista con el que haya tratado.

—Por eso las amamos, ¿no? Porque no son putos futbolistas. Son mujeres que huelen bien y tienen unas piernas bonitas. Por eso les compramos regalos caros por Navidad.

—¿Quién te ha dicho que yo le compro regalos caros por Navidad? Eso lo harás tú, Scott. Yo no les compro regalos. No tengo tiempo. Eres tú a quien le gusta comprar regalos.

—Algo le habrás comprado, ¿no?

Zarco sonrió.

—Toyah está casada con Zarco. No necesita regalos de Navidad.

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