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En enero, Elland Road, hogar del Leeds United F. C., no es sitio para cobardes. Incluso en pleno verano, la zona es tan deprimente como un pelo en la teta de una bruja, pero en invierno, un viento del noroeste azota la zona de los Yorkshire Dales que parece que vaya a arrancarte el alma. Por partida doble, si tenemos en cuenta que el estadio está justo al lado del crematorio de Cottingley, y dicen que a veces, cuando el viento sopla en la dirección adecuada, se percibe el penetrante aroma de un servicio funerario vespertino. Rara vez se disputa un partido bonito en Leeds, y menos aún cuando Billy Bremner era el capitán del equipo en los años setenta, una época en la que el Leeds se convirtió en uno de los equipos más sucios del fútbol. En las espinillas llevo marcas que demuestran que la cosa no mejoró mucho en las dos últimas décadas, cuando David O’Leary era el entrenador y por allí andaban personajes como Jonathan Woodgate y Lee Bowyer.

Aunque mi padre conocía muy bien a Billy Bremner —que fue capitán de Escocia en el Mundial de 1974—, solo lo vi una vez, poco antes de su prematura muerte en 1997. Lo menciono porque creo que hay algo que no encaja en la estatua de Billy situada frente a Elland Road. Solo es mi opinión, pero Billy Bremner parece negro. En realidad, el diminuto escocés, que nació cerca de Stirling, era un hombre pálido y pelirrojo. No sé por qué el Billy que hay en Elland Road parece negro, pero es como si lo hubieran incinerado parcialmente en el crematorio cercano. El color del cabello es correcto, y la camiseta del Leeds también, pero cada vez que la veo me da la risa, porque estoy convencido de que Billy la habría detestado. Incluso la estatua de Michael Jackson que había delante de Craven Cottage es más fiel a la realidad que la de Billy; curiosamente, Billy parece más negro que Michael, aunque quizá no sea tan raro. En cualquier caso, Billy es espeluznante, como esas esculturas de mierda que hace Jeff Koons o las estatuas de santos que se ven en los templos de Cuba o Haití. Parece que vaya a cobrar vida para infundirnos el temor de Dios y hacer vudú a cualquier equipo que se enfrente al Leeds en Elland Road. A lo mejor esa es la idea. En ese caso, podría funcionar aún mejor si los aficionados la sacaran en procesión y dieran la vuelta al campo antes del partido, porque desde luego no les funcionó cuando llegó el London City para la eliminatoria de la FA Cup.

No funcionó nada. Ni siquiera una canción de un mal gusto increíble que los seguidores del Leeds le dedicaron a Zarco.

Era la segunda derrota del Leeds United en un año del cual habían transcurrido solo siete días y su peor resultado desde que perdieron 7-3 con el Nottingham Forest en marzo de 2012. Christoph Bündchen, que sustituyó a Ayrton Taylor como nuestro goleador número uno, hizo a los seguidores del City un tardío regalo de Reyes con cinco de los ocho incontestables goles que le endosamos al Leeds United. Era la victoria más amplia en la historia de nuestro club y fue doblemente afortunada porque Viktor Sokolnikov había regresado del Caribe a bordo de su Boeing 767-300 privado para ver el encuentro.

Bündchen era el héroe del City, pero Juan Luis Dominguín también anotó dos goles después de que Xavier Pepe marcara uno desde cuarenta metros que abrió el marcador y que se postula ya como el gol de la temporada. Fue un gol de primera categoría salido absolutamente de la nada y que se proyectó de su pie derecho como una flecha. No había nada especulativo en el increíble lanzamiento de Pepe; en comparación, el de Andrea Pirlo en el enfrentamiento entre el Milan y el Parma en 2010 parece un petardo en el más amplio sentido de la palabra. El de Pepe fue otra cosa: cabizbajo, con cada uno de los tendones de su musculatura implicados, sabía exactamente qué estaba haciendo, y la pelota surcó el aire tan recta como una bala. Cuando Paddy Kenny, el portero del Leeds, saltó para intentar atraparla, ya estaba en la escuadra. No es de extrañar que Pepe fuera calificado recientemente por Bloomberg como el séptimo mejor jugador de Europa.

A pesar de eso, fue Christoph Bündchen quien dio dolores de cabeza al entrenador del Leeds, y quizá no solo a él. Bündchen solo tiene veintiún años y todavía no ha sido convocado por la selección de Alemania, lo cual me lleva a pensar que si Joachim Löw aún no ha encontrado hueco en su equipo para un jugador con su capacidad goleadora, será mejor que la Inglaterra de Roy Hodgson tenga cuidado con el resto de la escuadra germánica. Es cierto que el primer gol de Christoph fue un penalti bien lanzado después de que una torpe entrada derrumbara a Pepe en el área pequeña cuando el marcador era «solo» 0-3. Pero los siguientes cuatro goles anotados por el joven alemán fueron ni más ni menos que sublimes, y hubo un momento en que parecía un Leeds United contra Christoph Bündchen, quien, por increíble que parezca, no ha entrado en las clasificaciones de Bloomberg. Lo que me satisfacía aún más era que había convencido a Zarco de que pagara al club alemán F. C. Augsburgo solo cuatro millones de libras por el muchacho cuando llegó al City en verano.

No es que Leeds no desaprovechara sus oportunidades; en realidad, solo pareció tener una en todo el encuentro y llegó poco después del gol de Pepe, cuando Lewis Walters interceptó un mal pase de Ross Field, el central del City, regateó a nuestro segundo portero, Roberto Forlán —que poco más tuvo que hacer en toda la noche— y vio cómo nuestro capitán, el siempre fiable Ken Okri, anulaba su esfuerzo sobre la línea.

En el descanso íbamos 0-4 y los chicos al parecer se tomaron en serio a Zarco cuando les dijo que salieran a disfrutar y que en la segunda parte hicieran lo mismo que en la primera.

A partir de entonces, el Leeds rara vez supuso una amenaza. El quinto gol llegó a los pocos segundos de retomarse el partido cuando Paddy Kenny salvó sin dificultad otro obús de Pepe; luego, el portero pasó la pelota a Kevin Beech, que se encontró a Bündchen encima en un abrir y cerrar de ojos. Beech intentó enlazar un pase desesperado con Stefan Signoret, pero Bündchen lo leyó como si estuviera escrito en la valla publicitaria en letras de dos metros de altura, interceptó la pelota con rapidez, hizo un amago al pobre portero y mandó la pelota a la red. 0-5.

El tercer gol de Bündchen fue pura magia y resultó aún más impresionante gracias a su zancada casi sobrehumana. Bündchen mide más de metro ochenta y recuerda más a un defensa que a un atacante, lo cual le da un aspecto muy intimidatorio cuando corre directo hacia ti. Esquivando sin inmutarse unas piernas que parecían destinadas a provocar penaltis manifiestos si lo hubieran derribado y trazando fintas como si los jugadores del Leeds fueran bebés sentados en tronas, el alemán debió de cambiar de dirección tres veces antes de encontrar hueco para un disparo que pareció arrancar la hierba y dejó al pobre portero tumbado boca arriba y tapándose la cara con las manos. Parecía que estuviese comprobando si todavía era capaz de atrapar algo redondo. Zarco lo celebró recorriendo toda la zona técnica, se desplomó sobre sus rodillas y se deslizó varios metros. Destrozó los pantalones de un buen traje y parecía que estuviera preparándose para Strictly Come Dancing on Ice.

Cuando todavía faltaban quince minutos para el final, muchos aficionados del Leeds se dirigieron hacia las salidas cual pasajeros del Titanic, pero los botes salvavidas se habían esfumado, y cuando el Leeds concedió un tiro libre estúpido, dudo que se sorprendieran al comprobar que Bündchen se aproximaba a lanzarlo y volvía a marcar pasando inteligentemente el balón por debajo de la barrera, ya que los jugadores saltaron al alimón para despejar de cabeza.

Todavía estábamos celebrando ese gol en el banquillo cuando Christoph anotó el último del partido. En realidad fue cómico: Paddy Kenny despejó el balón, pero lo regaló a Dominguín, que realizó un pase alto a Bündchen como si se hubiera percatado de que el jugador no había estado tan en forma en su vida. El Wünderkind alemán echó a correr con la pelota sobre la cabeza hasta que el guardameta se abalanzó sobre él, momento en el cual soltó el balón y marcó con el pie.

Suele decirse que la FA Cup ya no es lo que era, que a nadie le interesa ahora que hay más dinero en la Premier League, pero a nosotros no nos lo parecía. Una fría noche de enero en Yorkshire nunca me resultó tan agradable como aquella. Nos llevamos el balón con nosotros en el autobús que nos condujo al aeropuerto internacional Leeds Bradford y se la entregamos a Christoph, quien, con un sentido de la diplomacia impropio de su edad, se la dio al propietario ucraniano del club, que se mostró extremadamente agradecido. Cuando nos alejábamos me pareció que Billy Bremner alzaba los puños para quejarse al cielo y a los caprichosos dioses del fútbol.

En el autobús tuve que repasar una lista de lesiones tan larga como las caras de los aficionados del Leeds que habíamos visto en las proximidades del campo. La peor era la del central, Gary Ferguson, que había vuelto a sufrir una contusión en el tobillo.

—No se aprecia hiperostosis esquelética difusa idiopática —explicó Nick Scott, el médico del equipo—. Está molido. Eso es todo.

—Vaya mierda —dije, sabedor de que Ferguson, que era originario de Liverpool, estaba sentado justo detrás de mí—. Lo único que entiendo es que es idiota.

—Probablemente tiene osteofitos alrededor de la articulación y por eso se le inflama el tobillo.

—Eso explicaría por qué el pase fue tan patético —dije.

—Muchas gracias —replicó Ferguson—. Lo hice lo mejor que pude.

—Ya lo sé. Por eso fue tan doloroso verlo.

—Esta vez tendríamos que hacerle radiografías —recomendó el médico—. Creo que no podemos seguir tratándolo con antiinflamatorios.

—O podríamos pegarle un tiro al pobre desgraciado — dije—. Sería más piadoso. Y barato.

Osteofitos. Antes los llamábamos protuberancias óseas o picos de loro, pero, con independencia de su denominación, el efecto es el mismo: limitan gravemente el movimiento de las articulaciones y causan un dolor extremo. Yo sabía lo que era, porque mis tobillos estaban bastante perjudicados tras una década jugando; a veces me considero afortunado de haber ido a la cárcel y no haber jugado ya cumplidos los treinta con ayuda de corticosteroides inyectados en mis veteranas articulaciones. Incluso en mi estado, por las mañanas voy cojeando por el piso como si estuviera buscando el andador. Hace años vi a Tommy Smith pronunciar un discurso en una cena; me sorprendió que el capitán más duro del Liverpool necesitara muletas o una silla de ruedas para moverse. Es una dura realidad, pero incluso hoy, ser deportista puede acabar contigo.

—Esto sí que es una victoria pírrica —dije al doctor—. Es la maldición de Billy Bremner.

—¿Quién es Billy Bremner? —preguntó Ferguson.

—Un tipo negro que jugaba en el Leeds —respondí pacientemente.

—¿Y qué es una victoria pírrica?

No tenía sentido dar una lección de historia a una persona que creía que Napoleón era un tipo de coñac y que Nelson se dedicaba a la lucha libre. Es cierto que tengo titulación universitaria, aunque solo es una diplomatura de Birmingham, no una licenciatura de Oxbridge y, si bien reconozco que poseo una inteligencia por encima de la media, al lado de algunos muchachos del equipo soy el puto Richard Dawkins.

—Significa que es una victoria tan sangrienta que te provoca una erección —le dije.

Antes de que llegáramos al aeropuerto, el clima empeoró repentinamente. El autocar del equipo parecía nuestra esfera de nieve particular.

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