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5 ABANDONADO
ОглавлениеMoriré pronto.
Ese es el pensamiento que me acompaña cuando nuestra lanzadera se separa del buque insignia de Augusto y avanza deprisa entre la Armada del Cetro. Estoy sentado entre los lanceros, pero no soy uno de ellos. Lo saben. Y como corresponde, no me hablan. No importa qué vínculo pudieran haber establecido. No poseo capital político. Oigo que a Tacto le ofrecen apostar por cuánto tiempo duraré sin la protección de Augusto. Un lancero dice que tres días. Tacto protesta con rabia ante ese número, lo cual muestra el verdadero alcance de la lealtad que me gané en el Instituto por parte de ese chico.
—Diez días —asegura—. Al menos diez días.
Fue él quien hizo despegar la cápsula de escape sin mí. Siempre supe que su amistad era condicional. Aun así, la herida me llega hasta lo más profundo, talla en mí una soledad que no soy capaz de expresar. Una soledad que siempre he sentido entre estos dorados pero que olvidé engañándome a mí mismo. No soy uno de ellos. Así que permanezco sentado en silencio, mirando por la ventana mientras adelantamos a la flota congregada y esperamos a que aparezca la Luna.
Mi contrato termina la última noche de la Cumbre en la que todas las familias dominantes se reúnen para tratar de asuntos urgentes y frívolos. Esa es la ventana de tres días que tengo para mejorar mi linaje, para hacer que los demás piensen que el archigobernador me infravalora y que estoy a punto para el reclutamiento. Pero no importa cuál sea mi valor, estoy echado a perder. Alguien me tuvo y después se deshizo de mí. ¿Quién querría algo así de usado?
Este es mi destino. A pesar de mi rostro y talentos de dorado, soy un producto. Eso hace que quiera arrancarme los puñeteros emblemas. Si voy a ser un esclavo, al menos debería tener el mismo aspecto que ellos.
Para empeorar aún más las cosas, le han puesto precio a mi cabeza. Oficialmente no, por supuesto. Eso es ilegal, porque no soy un enemigo del Estado. Sin embargo, mi enemigo es mucho peor. Mucho más cruel que cualquier gobierno. Es la mujer que envió a Karnus y Cagney a la Academia.
Dicen que todas las noches desde que le arrebaté la vida a Julian durante el Paso, su madre, Julia au Belona, se ha sentado a la larga mesa de la mansión de su familia en las faldas del monte Olimpo y levantado la tapa semicircular de la bandeja plateada que le llevan sus sirvientes rosas. Todas las noches, la bandeja está vacía. Y ella suspira con tristeza, observando a su gran familia sentada a la mesa, y repite las mismas palabras llenas de rencor: «Está claro que no me queréis. Si me quisierais, aquí habría un corazón para saciar mi hambre de venganza. Si me quisierais, el asesino de mi niño no continuaría respirando. Si me quisierais, mi familia honraría a su hermano. Pero no me queréis. Y a él tampoco. No lo honráis. ¿Qué he hecho para merecer una familia tan llena de odio?». Entonces la extensa familia Belona ve cómo su matriarca se desembaraza de su silla, con el cuerpo marchito a causa del hambre, pues solo se alimenta de odio y venganza, y permanece en silencio mientras se marcha de la habitación, más espectro que mujer.
Lo que ha mantenido mi corazón alejado de su bandeja son los brazos, el dinero y el nombre del archigobernador. La política, la cosa que más odio, me ha conservado el aliento. Pero dentro de tres días, esa tutela será una sombra de la memoria y lo único que me protegerá serán las lecciones que mis profesores me han enseñado.
—Será un duelo —dice uno de los lanceros. Y luego alza la voz—. No puede rechazarlo y mantener su honor durante mucho tiempo. No si es el propio Casio quien lo propone.
—El viejo Segador guarda unos cuantos trucos en la manga —asegura Tacto—. Puede que tú no estuvieras allí, pero no mató a Apolo con una sonrisa.
—Utilizó un filo, ¿no, Darrow? —pregunta otro lancero con tono de burla—. Últimamente no te he visto por las pistas de esgrima.
—Es que nunca va por allí —puntualiza otro—. El florecilla evita lo que no se le da bien, ¿eh?
Roque se agita enfurecido a mi lado. Le pongo una mano en el antebrazo y me vuelvo despacio para observar al lancero que me ha ofendido. Victra está sentada tras él, contemplando ociosamente la escena.
—No practico esgrima —digo.
—¿No lo practicas o no eres capaz de practicarlo? —pregunta alguien entre risas.
—Dejadlo en paz. Los maestros de filo son caros —apunta Tacto con una sonrisa taimada.
—¿Así son ahora las cosas, Tacto? —pregunto.
Esboza una mueca.
—Eh, venga ya. Solo me estoy metiendo un poco contigo. Estás condenadamente serio. Antes eras más bromista.
Roque dice algo que hace que Tacto frunza el ceño y se dé la vuelta, pero no lo oigo. Me he hundido en la memoria, donde este juego de dorados solía parecerme tan fácil. ¿Qué ha cambiado? Mustang.
«Tú eres mejor —me susurró cuando la dejé para irme a la Academia. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no le temblaba la voz—. No tienes por qué ser un asesino. No tienes que buscar la guerra».
«¿Qué otra opción tengo?», pregunté.
«Yo. Yo soy la otra opción. Quédate por mí. Quédate por lo que podría ser. En el Instituto, hiciste que chicos y chicas que jamás habían conocido la lealtad fueran tus seguidores. Si vas a la Academia, abandonas eso para convertirte en el caudillo de mi padre. Y eso no es lo que eres. Ese no es el hombre al que yo...».
No se dio la vuelta, pero le cambió la cara cuando su frase quedó suspendida en el aire; sus labios se convirtieron en una línea rígida.
¿Amor? ¿Fue eso lo que construimos durante el año posterior al Instituto?
Si era así, la palabra se le quedó atascada en la garganta, porque Mustang sabía, al igual que yo, que no me había entregado por completo a ella. No había compartido todo lo que soy. Guardo secretos con avidez. Y ¿cómo podría alguien como ella, alguien con tanta autoestima, desnudarse y entregarle su corazón a un hombre que da tan poco a cambio? Así que cerró sus ojos dorados, me puso el filo entre las manos y me dijo que me marchase.
No la culpo. Eligió la política, el gobierno..., la paz, que es lo que cree que necesita la gente. Yo elegí la hoja porque es lo que necesita mi gente. Saber que yo era suficiente para ella cuando nunca fui suficiente para Eo me llena de un extraño vacío. Roque tenía razón. La aparté de mí.
No aparté a Sevro. Le pedí que se quedara en el mismo puesto que yo, pero de pronto lo reasignaron a Plutón, como a muchos de los Aulladores, relegados a proteger de insignificantes ataques de piratería varias operaciones de construcción lejanas. Ahora sospecho que Plinio tuvo algo que ver en ello.
Mi camino nunca me ha parecido tan solitario.
—No estarás abandonado —dice Roque tras inclinarse hacia mí—. Otras familias te querrán. No dejes que Tacto se meta en tu cabeza. Los Belona no moverán un dedo contra ti.
—Pues claro que no —miento.
Roque sigue percibiendo mi miedo.
—En la Ciudadela no se permite la violencia, Darrow. Y aún menos las reyertas familiares. Incluso los duelos son ilegales si la propia soberana no da su consentimiento. Limítate a permanecer dentro de los márgenes de la Ciudadela hasta que tengas una nueva casa y todo irá bien. Deja pasar el tiempo, haz lo que debes hacer y, dentro de un año, el archigobernador se sentirá estúpido cuando hayas ascendido bajo la tutela de otro. Hay más de un camino hacia la cima. Recuérdalo siempre, hermano.
Me agarra del hombro.
—Sabes que le pediría a mi madre y a mi padre que pujaran por ti... pero no se pondrán en contra de Augusto.
—Lo sé.
Podrían gastarse millones en el contrato y ni siquiera notar la pérdida, pero la madre de Roque no ha ocupado un puesto de senadora durante veinte años por su caridad. Su destino va unido al del contingente de Augusto en el Senado. Ella apoya lo que ordene el archigobernador.
—Estaré bien, tienes razón —digo cuando la Luna aparece en la ventana acallando a los lanceros y llenándome de terror. La ciudad luna de la Tierra. Satélites e instalaciones en órbita la rodean como el halo de un ángel de acero enrollado alrededor de una bola de ámbar expuesta al sol—. Estaré bien.