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10 DESTROZADO

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Me rompo por dentro.

Sentado en el vacío. Mirándome las manos. Las manos que no pudieron salvar a mi mujer, a mi hijo. Eo tenía razón. No era lo bastante fuerte para soportar la verdad de su segundo sacrificio. Eo podría haber continuado con vida. Podría habernos dado el hijo que siempre quisimos. Pero pensó que aquel futuro no merecía su silencio. Que yo no lo merecía...

Siento algo en lo más profundo del pecho, un dolor sordo y frío. Como si la oscuridad se hubiera abierto en el centro de mi alma a pesar de que todo mi cuerpo se tensa y se enreda en torno al dolor. Peso un millón de kilos. Tengo los hombros caídos. El pecho comprimido. Los dedos cerrados en un puño. Me resulta curioso pensar que estas manos hayan estado conmigo todo este tiempo. Tocaron sus labios. Ayudaron a tirar de sus tobillos. La enterraron en el barro. Pero no la enterraron solo a ella, ¿no es así?

No. Enterraron otra vida. Un nonato. Nuestro hijo, muerto antes de nacer. Y yo ni siquiera lo supe. Lloré su muerte sin conocer la mayor injusticia. Les fallé a ambos. El vídeo amplificado vuelve a reproducirse.

«Estoy embarazada», le dice a Dio en el patíbulo. «Estoy embarazada».

Lo reproduzco una docena de veces y siento que me hundo en un agujero de dolor.

Los dorados no solo la mataron a ella. También mataron lo que yo siempre he querido ser: un esposo y un padre. Ojalá la hubiera frenado. Si no me hubiera enfadado como un crío cuando perdimos el Laurel, Eo no habría pensado en llevarme al jardín. Ojalá hubiera tenido la fuerza necesaria para fingir que no me molestaba haber perdido el laurel.

Podría haber tenido una gran familia. Esposa. Hijos. Hijas. Nietos. Los habían masacrado incluso antes de existir. Eo nunca cogerá a nuestra hija en brazos. Nunca le dará un beso de buenas noches a nuestro hijo ni me sonreirá cuando las manitas del pequeño se aferren a mi dedo. Soy todo lo que queda de esa familia que podría haber sido. Una sombra oscura del hombre que estaba destinado a ser.

La ira crece. Teníamos una oportunidad y se ha esfumado. Todo lo que quería ha desaparecido, por mi culpa y por la de ellos. Sus leyes. Su injusticia. Su crueldad. Obligaron a una mujer a elegir la muerte para ella y para su hijo nonato por encima de una vida de esclavitud. Y todo por el poder. Todo para que puedan mantener su mundo perfecto.

—No fuiste lo bastante fuerte en aquel momento —dice Harmony—. ¿Eres lo bastante fuerte ahora, sondeainfiernos? —La miro con los ojos llenos de lágrimas. Su expresión de dureza se suaviza—. Yo tenía hijos. La radiación les devoró las entrañas y ni siquiera les dieron medicamentos para el dolor. Ni siquiera arreglaron la fuga. Dijeron que no había recursos suficientes. Mi marido se limitó a quedarse sentado mientras los veía morir. Al final, él murió de lo mismo. Era un buen hombre. Pero los hombres buenos mueren. Para liberarlos, para protegerlos, debemos ser salvajes. Así que a mí la crueldad. A mí la oscuridad. Conviérteme en el maldito diablo si con eso podemos proporcionarles el más mínimo rayo de luz.

Me pongo de pie y la rodeo con los brazos al recordar los auténticos horrores a los que se enfrenta nuestra raza. ¿De verdad los había olvidado? Soy un hijo del infierno y he pasado demasiado tiempo en su cielo.

—Haré cualquier cosa que Ares me pida.

—Plinio envió a esa zorra —masculla el Chacal mientras los médicos amarillos le retiran despacio la piel quemada del brazo y le aplican cultivos de nuevo crecimiento—. No fueron los Hijos de Ares. No matarían a tantos colores inferiores. Va contra su perfil. Plinio, probablemente. O los pretorianos de la soberana utilizando una tapadera.

Las luces de las naves que pasan por delante de ellos destellan a través del cristal. El Chacal maldice y grita a sus sirvientes que oscurezcan las ventanas. Tal como solicité, los grises me trajeron aquí, a su rascacielos privado, en lugar de llevarme a la Ciudadela. El edificio está atestado de mercenarios. Prefiere a los grises por encima de los obsidianos, excepto por ese Sucio, al parecer. Soy el único dorado aparte de él, muestra de hasta dónde llega la confianza del Chacal. Sin duda, su nombre atraería a suficientes parásitos para llenar una ciudad, pero se siente cómodo en su soledad. Como yo.

—¿Podría haber sido Victra? —pregunto—. No se quedó...

—Ya ha demostrado su lealtad. No emplearía una bomba. Y está enamorada de ti. No fue ella.

—¿Enamorada de mí? —pregunto sorprendido.

—Estás igual de ciego que los azules —me espeta, pero no dice nada más—. Nuestra alianza debe permanecer en secreto hasta que nos larguemos de esta condenada luna, y eso quiere decir que tú no estabas en aquella taberna. Si Plinio conociera el alcance de nuestros planes, habría sido más concienzudo. Creo que yo era su único objetivo. Así que regresarás a la Ciudadela. Finge que no ha ocurrido nada. Continuaré con mi plan con los líderes de los sindicatos y luego compraré tu contrato al final de la Cumbre.

Momento en el que su mundo cambiará.

Me vuelvo para marcharme, pero su voz me detiene junto a la puerta.

—Me salvaste la vida. Solo hay otra persona que haya hecho algo así por mí. Gracias, Darrow.

—Dile a tu nueva piel que crezca más rápido. No querrás perderte la gala de clausura.

Los tres días siguientes transcurren envueltos en una neblina. Tengo la mente en Eo y en lo que perdimos. No soy capaz de escapar del dolor. Me asedia incluso cuando me ejercito hasta la extenuación en el gimnasio de la villa. No me permito entretenerme con charlas. Me aparto de mis amigos. Nada de esto importa. A mí no. La vida se desvanece en presencia del dolor. Teodora se da cuenta y hace cuanto está en su mano para aliviar mi adustez, incluso sugiriendo que me distraiga con rosáceas del jardín de la Ciudadela.

—Mejor tú, dominus, que algún hombre rudo de los gigantes gaseosos —argumenta.

La noticia de los atentados se extiende por la Ciudadela y domina en los informativos. La Sociedad juega bien sus cartas retransmitiendo el rescate. Enviando instrucciones sobre cómo manejar una crisis potencial. Psicólogos amarillos analizan a Ares en la pantalla y concluyen que un latente trauma sexual de juventud lo lleva a atacar con violencia para recuperar el control de su mundo. Actores y artistas violetas recaudan fondos para las familias que han perdido seres queridos. El mismísimo Quicksilver dona el tres por ciento de su fortuna personal a la ayuda humanitaria. Comandos obsidianos y grises atacan las bases de los asteroides donde los Hijos de Ares «se entrenan». Agentes antiterroristas grises ofrecen ruedas de prensa diciendo que han atrapado a los responsables, probablemente unos cuantos rojos a los que hayan sacado de una mina o de los suburbios de la Luna.

Es una farsa y los dorados la dirigen muy bien. Se alejan de las cámaras y hacen que todo parezca una guerra de todos los colores contra los rojos terroristas. No es una lucha de los dorados. Pertenece a toda la Sociedad. Además, la Sociedad la está ganando porque nuestro sacrificio y obediencia permiten que los justos prosperen. Gilipolleces.

Aun así, la culpa debe recaer sobre alguien. Así que ponen al archigobernador a contestar preguntas sobre su forma de manejar la situación. «¿Cómo se han propagado los Hijos desde Marte hasta la Luna?», le preguntarán. El nido de avispas de los dorados se ha agitado, tal como predije que ocurriría, pero la gala sigue en pie. Observo a los dorados mientras desarrollan sus juegos de intriga, diplomacia y organización secreta de galas, conferencias y cumbres, y todo ello sin implicarse lo más mínimo en los juegos sucios con los terroristas. Están protegidos, resguardados del horror.

Me molestaría, pero ahora no son más que sombras para mí. Como si ya se hubieran convertido en una especie de recuerdo lejano.

Toco la bomba que llevo en el pecho con pesar. Es obra de Mickey. Una copia del pegaso que llevaba en el Instituto, que contenía el pelo de Eo y ahora permanece oculto con el resto de mis efectos personales. Lo único que tengo que hacer es girarle la cabeza y se convierte en la bomba. El anillo que me han dado la activará.

Me alejo de mis amigos, de Victra. Le ha preguntado a Roque qué me pasa. Sé que él le contestará que soy como el viento, una criatura de caprichos y altibajos. O algo parecido. Roque trata de acercarse a mí visitando mis aposentos cuando ya me he ido a la cama, intentando combatir conmigo en el gimnasio. Pero no puedo sonreír estando con él, ni escucharle leer poemas con su voz suave, ni debatir sobre filosofía, ni siquiera compartir sus bromas. No puedo permitirme albergar sentimientos hacia él, porque sé que pronto estará muerto. Trato de matarlo en mi corazón antes de matarlo físicamente.

¿Puedo añadirlo a la lista de las personas que ya he enviado a la tumba?

Al final encuentro la respuesta la noche de la gala, cuando Teodora me trae la ropa recién planchada de la lavandería. No dice nada que me recuerde a Roque. No me ofrece su concisa sabiduría. Más bien hace algo que nunca había hecho. Comete un error. Mientras coloca mi uniforme sobre una silla, vuelca una copa de vino situada en una mesita cercana. El vino salpica la manga de mi uniforme blanco. Lo que destella en sus ojos me provoca un escalofrío: terror. El mismo miedo que podría experimentar un ciervo que no puede apartar la mirada del transporte aéreo que se le viene encima. Las disculpas brotan a raudales de sus labios, como si fuera a pegarle si no lo hiciera. Tarda un rato en recuperar la compostura, en lograr que el aguijonazo de pánico desaparezca. Cuando lo consigue, se sienta en el suelo frotando el uniforme en silencio.

No sé qué hacer. Permanezco inmóvil durante unos instantes, incómodo, antes de ponerle una mano en el hombro para decirle que no pasa nada. Es entonces cuando comienza a llorar con sollozos incontrolables y jadeantes que sacuden sus pequeños hombros. Se aparta de mi mano y recobra la calma para decirme que tendré que ir de negro y no de blanco. Puede que no sepa lo que está a punto de pasar, pero lo percibe en mí, en el aire.

Mientras los demás lanceros juegan entre ellos, toman baños de microabrasión y consultan con estilistas para prepararse para la gala, me ato las voluminosas botas militares con dedos temblorosos. Nunca se me ha dado bien salvar a mis amigos. Parece que siempre los arrastro hacia el camino del dolor. Creo que la única razón por la que Sevro sigue vivo es la distancia que nos separa. Fitchner siempre tuvo miedo de que matase a su hijo. Decía que la hebra de mi vida era tan fuerte que deshilachaba todas las que tenía a su alrededor. Ahora, ver a Teodora así... me recuerda lo frágiles y complicados que todos somos en realidad. No sé por qué ha llorado. ¿Algún trauma del pasado? ¿Una especie de premonición de lo que está por venir? No saberlo me hace pensar en la hondura de las personas que me rodean. Yo soy poco comunicativo, frío, pero Roque es cálido..., él habría sabido qué decir.

Llamo a su puerta varios minutos antes de la hora prevista para que el séquito de Augusto salga de la villa en dirección a la gala. No hay respuesta. La abro y me encuentro a mi amigo sentado en su cama, sujetando un libro antiguo por el lomo con sumo cuidado. Sus delicadas facciones se tensan en una sonrisa cuando ve que soy yo.

—Pensaba que eras Tacto que venía a suplicarme que me metiera algo con él antes de la gala. Siempre piensa que como estoy leyendo no estoy haciendo nada. No hay mayor fastidio para un introvertido que los extrovertidos. Sobre todo ese bruto. Cualquier día de estos acabará destrozado.

Me obligo a reír entre dientes.

—Al menos no oculta sus vicios.

—¿Has conocido ya a sus hermanos? —pregunta Roque. Niego con la cabeza—. Hacen que Tacto parezca un corderito.

—Demonios —maldigo. Me apoyo contra el marco de la puerta—. ¿Tan malos son?

—¿Los hermanos Rath? Son horribles. Horriblemente ricos. Horriblemente talentosos. Y su principal virtud reside en su capacidad para pecar. Son prodigios del pecado. —Roque esboza una amplia sonrisa conspirativa—. Si damos crédito a los rumores, y a mí me encantan los rumores, porque me recuerdan a Byron y a Wilde, los hermanos de Tacto abrieron un prostíbulo en Agea cuando tenían catorce años. Un sitio con mucha clase hasta que comenzaron a preparar... experiencias más personalizadas.

—¿Qué pasó entonces?

—Hijas e hijos arruinados. Insultos. Duelos. Herederos muertos. Deuda. Veneno. —Se encoge de hombros—. Es la familia Rath. ¿Qué esperar de esos sinvergüenzas? Por eso todo el mundo se sorprendió tanto de que Tacto hiciera buenas migas con un dorado de hierro como tú —aclara—. Ya sabes que sus hermanos se burlan de él por estar bajo tu sombra. Esa es la razón por la que siempre es tan sarcástico. Quiere ser como tú, pero no puede. Así que recurre a sus defensas habituales. —Frunce el ceño—. A veces me da la sensación de que tú nos entiendes a todos mejor de lo que nosotros nos comprendemos a nosotros mismos. Pero, en otras ocasiones, es como si todo esto no pudiera importarte menos. —Roque ladea ligeramente la cabeza para mirarme cuando no digo nada—. ¿Qué querías?

—Nada.

—Tú nunca vienes por nada. —Se coloca el libro sobre el pecho y da unos golpecitos en el borde de su cama invitándome a entrar en la habitación—. Siéntate, por favor.

—He venido porque quería disculparme —digo muy despacio mientras me siento en la cama—. A lo largo de los últimos meses he estado distante, especialmente estos últimos días. No creo que haya sido justo contigo, sobre todo teniendo en cuenta que has sido mi más fiel amigo. Bueno, junto con Sevro, pero él no deja de mandarme fotos extrañas por la red.

—¿Más unicornios?

Me echo a reír.

—Creo que tiene un problema.

Roque me da unas palmaditas en la mano.

—Gracias. Pero eres como un perro de caza que pide perdón por menear el rabo. Siempre te muestras distante, Darrow. No tienes que disculparte por ser como eres, conmigo no.

—¿Más distante, tal vez?

—Tal vez —repite para aceptarlo—. Todos tenemos nuestras propias mareas interiores. Suben. Bajan. —Se encoge de hombros—. La verdad es que no nos corresponde a nosotros controlarlas. Las cosas, las personas que orbitan a nuestro alrededor se encargan de ello, al menos más de lo que nos gustaría admitir. —Tras estudiarme con atención durante unos segundos, frunce el ceño, pensativo—. ¿Está relacionado con Mustang? Sé que te resultó duro dejarla, con independencia de lo que dijeras en aquel momento. Deberías buscarla mientras estemos aquí. Sé que la echas de menos. Reconócelo.

—No es cierto.

—Mentira cochina.

—Te lo he dicho cien veces, no tiene nada que ver con ella.

—Vale. Vale. Entonces estás preocupado por algo, ¿verdad? ¿Es por la subasta? —Hace una pausa, me mira y sonríe—. Pues no deberías. Ya he solucionado ese asunto. Voy a pujar por ti.

—Roque, no tienes tanto dinero.

—¿Sabes cuánto pagaría un florecilla para que un Marcado de mi pedigrí y con mis contactos estuviera en deuda con él? Millones. Incluso podría recurrir a Quicksilver si lo necesitara. Concede préstamos a los dorados continuamente. El caso es que tendré el dinero aunque mis padres no me ayuden. Así que no te preocupes en absoluto, hermano. —Me da unos golpecitos con el pie—. La Casa de Marte tiene que significar algo, ¿no?

—Gracias —digo con un balbuceo, incapaz de comprender del todo lo que ha hecho. Y ¿por qué? Es meterse en la boca del lobo. Lo pone en peligro y cabrea a sus padres—. Nadie más me ha mencionado siquiera la subasta.

—Tienen miedo de que tu mala suerte sea contagiosa. Ya sabes cómo van las cosas. —Se queda callado, a la espera, porque me conoce muy bien—. Hay algo más, ¿no es cierto?

Niego con la cabeza.

—¿Tú...? —Me fallan las palabras—. ¿Tú te sientes perdido alguna vez?

La pregunta queda suspendida entre ambos, íntima, incómoda solo para mí. Roque no se burla como lo harían Tacto o Fitchner, ni se rasca las pelotas como Sevro, ni ahoga una risa como tal vez habría hecho Casio, ni ronronea como Victra. No estoy seguro de qué podría haber hecho Mustang. Pero Roque, a pesar de su color y de todas las cosas que lo hacen diferente, coloca pausadamente un marcador entre las páginas y deja el libro sobre la mesilla que hay al lado de la cama con dosel. Se toma su tiempo y deja que una respuesta evolucione entre los dos. Sus movimientos son meditados y orgánicos, como lo eran los de Dancer antes de que muriera. Hay cierta calma en él, vasta y majestuosa, la misma calma que recuerdo en mi padre.

—Quinn me contó una vez una historia. —Espera a que refunfuñe quejándome ante la mención de una historia, y cuando no lo hago, su tono de voz adquiere una mayor gravedad—. Había una vez, en los tiempos de la Antigua Tierra, dos palomas que estaban locamente enamoradas la una de la otra. En aquella época, las criaban para enviar mensajes a larga distancia. Aquellas dos habían nacido en la misma jaula, las había criado el mismo hombre y las vendieron el mismo día a diferentes dueños en vísperas de una gran guerra.

»Las palomas sufrían estando separadas, cada una de ellas incompleta sin la otra. Sus amos las llevaban a lugares muy lejanos, y las palomas tenían miedo de no volver a reencontrarse jamás, pues comenzaron a ver lo vasto que era el mundo y lo terribles que eran las cosas que sucedían en él. Durante meses y meses, llevaron mensajes para sus amos sobrevolando líneas de batalla, surcando el aire por encima de hombres que se mataban los unos a los otros a causa de la tierra. Cuando la guerra terminó, sus dueños liberaron a las palomas. Pero ninguna de ellas sabía adónde ir, ninguna sabía qué hacer, así que ambas volvieron a casa. Y allí se reunieron de nuevo, pues siempre estuvieron destinadas a regresar a casa y encontrar, en lugar del pasado, el futuro.

Entrelaza las manos con delicadeza, como un profesor que ha alcanzado su propósito.

—Por tanto, ¿que si me siento perdido? Siempre. Cuando Lea murió en el Instituto... —Sus labios se curvan ligeramente hacia abajo—, estaba en un bosque oscuro, ciego y perdido como Dante ante Virgilio. Pero Quinn me ayudó. Su voz me invitaba a abandonar la tristeza. Ella se convirtió en mi casa. Según sus propias palabras, «Tu casa no es el lugar del que procedes, es donde encuentras luz cuando todo lo demás está oscuro». —Me agarra el dorso de la mano—. Encuentra tu casa, Darrow. Puede que no esté en el pasado. Pero encuéntrala, y nunca volverás a estar perdido.

Siempre he pensado en Lico como mi casa. En Eo como mi casa. Tal vez sea hacia donde voy. A verla. Hacia la muerte y a encontrar mi casa una vez más en el valle junto a mi esposa. Pero, si eso es cierto, ¿por qué no me siento completo? ¿Por qué el vacío crece en mi interior cuanto más me acerco a ella?

—Es hora de irse —digo, y me levanto de la cama.

—Estoy tan seguro de que te recuperarás de esta —Roque comienza también a incorporarse— como de que soy tu amigo. En la vida no somos nuestro estatus. Somos nosotros, la suma de lo que hemos hecho, lo que queremos hacer y las personas que mantenemos a nuestro lado. Eres mi mejor amigo, Darrow. No lo olvides. Da igual lo que suceda, te protegeré al igual que tú me protegerías a mí si alguna vez lo necesitara.

Lo sorprendo agarrándole la mano y sujetándola durante unos instantes.

—Eres un buen hombre, Roque. Demasiado bueno para los de tu color.

—Gracias. —Me observa con atención mientras le suelto la mano y se alisa las arrugas del uniforme—. Pero ¿qué quieres decir con eso?

—Creo que podríamos haber sido hermanos —digo—. En otra vida.

—¿Por qué necesitamos otra vida?

Entonces ve la jeringuilla automática que llevo en la mano izquierda. Sus manos son demasiado lentas para pararme, pero sus ojos son lo bastante rápidos para abrirse de par en par llenos de miedo confiado, como los de un perro fiel al que sacrifican con dulzura sobre el regazo de su amo. No lo entiende, pero sabe que existe una razón; aun así, ahí está el miedo, la traición que me rompe el corazón en mil pedazos.

La aguja penetra en el cuello de Roque y mi amigo cae despacio sobre la cama mientras se le cierran los ojos. Cuando se despierte, todo aquel con o para el que haya trabajado a lo largo de los dos últimos años habrá muerto. Recordará lo que le hice justo después de que me dijera que soy su mejor amigo. Sabrá que yo sabía lo que iba a suceder en la gala. Y aunque yo no muera esta noche, aunque no averigüen por otros motivos que yo fui el terrorista, salvarle la vida a Roque significa que me descubrirán. No hay vuelta atrás.

Hijo dorado

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