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8 CETRO Y ESPADA
ОглавлениеMe quedo helado por dentro.
—¿Los Hijos de Ares? No era consciente de que supusieran una amenaza tan grave.
—Aún no lo son, pero lo serán —dice—. La soberana lo sabe. Y también mi padre, aunque no esté de moda decirlo en voz alta. La Sociedad ya se ha enfrentado a células terroristas. Si se lanzan contra ellos los suficientes equipos de lurchers, se eliminan con bastante facilidad. Pero los Hijos son diferentes.
»No son una rata que nos muerde los talones, sino una colonia de termitas que, despacio, se dedican a roer nuestros cimientos lo más silenciosamente posible, y han hecho tal esfuerzo que nuestra casa se derrumba a nuestro alrededor. Mi padre le ha encomendado a Plinio la tarea de acabar con los Hijos. Pero Plinio está fracasando. Y seguirá así porque los Hijos de Ares son listos, y porque mis medios de comunicación adoran concederles atención. Pero cuando se conviertan en algo tan terrorífico para la Sociedad, para la soberana, para mi padre, que la propia maquinaria del gobierno se paralice, yo daré un paso al frente y diré: «Yo curaré esta enfermedad en tres semanas». Y entonces lo haré, con mis medios de comunicación, con los sindicatos asesinando sistemáticamente a todos los Hijos y contigo decapitando gloriosamente al mismísimo Ares.
—Quieres un hombre de paja.
—Yo no soy glamuroso. No inspiro a la gente. Tú eres como uno de los antiguos conquistadores. Carismático y virtuoso. Cuando te miran, no ven ni rastro de la blanda decadencia de nuestra época estéril, ni rastro del veneno político que ha saturado la Luna desde que la familia Lune se hizo con el poder. Te mirarán y verán un cuchillo purificador, un nuevo amanecer para una Segunda Edad de Oro.
De tal palo, tal astilla. Ambos persiguiendo a los Hijos de Ares de maneras parecidas. Es escalofriante pensar en la guerra que estallará entre los degolladores del sindicato del crimen y los agentes de Ares. Aniquilará a los Hijos.
—Los Hijos de Ares son solo el principio. Un punto de inicio. Tú quieres gobernar.
—¿Qué otra ambición existe?
—Pero no solo Marte...
—Que yo sea pequeño no significa que mis sueños también tengan que serlo. Lo quiero todo. Y para conseguirlo, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa. Incluso compartir.
—Quizá no te has enterado de lo que ocurrió hace dos meses —le digo—. Pregúntale a cualquier dorado con el que te cruces. Te contarán lo que la familia Belona le hizo al Segador de Marte. No tengo reputación. Lo único que inspiro son carcajadas.
—A Casio lo abochornaron —repone el Chacal irritado—. Se le mearon encima. Lo vencieron en el Instituto. Lo avergonzaron. Ahora es el duelista más mortífero de la Luna. Luchó contra cualquiera que pusiese su valía en entredicho. Y ahora es la nueva mascota favorita de la soberana. ¿Sabías que esa vieja arpía va a convertirlo en Caballero Olímpico? Tanto Lorn au Arcos como Venecia au Rein se han retirado este año. Eso significa que los puestos de Caballero de la Furia y Caballero de la Mañana están vacantes.
—¿Va a convertirlo en uno de los doce?
—Es una pieza de su tablero. —El Chacal se acerca a mí—. Pero yo me he cansado de hacer de peón para mis mayores.
—Igual que yo. Hace que me sienta como un rosa —afirmo.
—Entonces ascendamos juntos. Yo el cetro, tú la espada.
—No compartirás. No está en tu naturaleza.
—Hago lo que necesito hacer. Ni más ni menos. Y necesito un caudillo. Yo seré Odiseo. Tú serás Aquiles.
—Aquiles muere al final.
—Pues aprende de sus errores.
—Es una buena idea. —Guardo silencio ante la sonrisa que se le dibuja en los labios—. Con un problema. Eres un sociópata, Adrio. No haces solo lo que necesitas hacer. Te pones la cara que necesitas, la emoción que deseas, como si fuera un guante. ¿Cómo podría confiar en ti? Mataste a Pax. —Dejo que las palabras queden suspendidas en el aire—. Asesinaste a mi amigo, al protector de tu hermana.
—Pax y yo nunca nos habíamos visto antes. Lo único que distinguí fue un obstáculo en mi camino. Claro que había oído hablar de los Telemanus, pero después de que a Claudio le desparramaran los sesos por el suelo, mi padre nos separó a Mustang y a mí para protegernos. A mí me aisló incluso más que a ella. Yo era su heredero. No tuve amigos, solo tutores. Me destrozó la juventud. Y luego me desechó, al igual que ha hecho contigo, porque ambos perdimos. Somos un reflejo el uno del otro.
En el nivel superior al nuestro estalla una pelea. Un achicharrador restalla. Los gorilas se apresuran a subir, cargados con sus propias armas. La mayor parte de los clientes continúan tranquilamente sentados.
—¿Qué hay de tu hermana? —pregunto titubeante, en el fondo consciente de que no me quedan más opciones que esta.
—¿Quieres saber cómo le va? —pregunta sin expresar emoción alguna—. ¿Quién comparte su cama? Puedo darte todas las respuestas que quieras. Mis ojos están por todas partes.
—No es eso lo que quiero. —Niego con la cabeza para tratar de hacer desaparecer la oscura idea de que alguien comparta la cama de Mustang. De que encuentre placer en otra persona, aunque se lo merezca. Es aún más extraño pensar que el Chacal sepa esas cosas—. ¿Está involucrada en esto?
—No —contesta el Chacal con una sonora risotada—. Ya sabes que ahora está con Lune. La verdad es que es destornillante. ¿A quién se le habría ocurrido pensar que, de nosotros dos, ella sería la gemela pródiga? Bueno, más pródiga.
—Ella no puede sufrir daño alguno —exijo—. Si lo sufre, te cortaré la cabeza.
—Qué agresivo. Pero trato hecho. Así que estás conmigo...
—Llevo contigo desde que me subí a la lanzadera. Sabes que no tengo más opciones. Y sé que ninguna otra persona me convocaría aquí jamás. Las variables solo podían llevar a esta conclusión.
¿Y por qué no debería ser así?
Yo me llevé su mano, él se llevó a un amigo. Lo único que ha hecho ha sido luchar con uñas y dientes por su propia supervivencia. Viéndolo ahora, tan pequeño y mediocre en un mundo de dioses, es casi como si el Chacal fuera el héroe que combate noblemente contra un padre que lo rechazó, contra una Sociedad que se ríe de su talla y de su debilidad, que lo tacha de caníbal a pesar de que fueron ellos quienes le dijeron que hiciera lo que tuviese que hacer para ganar. En cierto modo, es como yo. Podría haber hecho que le arreglaran la mano, pero eligió no hacerlo y llevarla como un emblema de honor y no de vergüenza.
Así que aceptaré esto. Luego, al final, puede que lo mate. Por Pax.
Una enorme sonrisa le parte el rostro en dos.
—Estoy muy satisfecho, Darrow. Muy satisfecho. Y, para serte sincero, aliviado.
—Pero ¿qué viene a continuación? —pregunto—. Ahora debes de necesitar algo de mí.
—Un dorado que responde al nombre de Fencor au Drusilla se ha enterado de mis... relaciones con los sindicatos. Está intentando chantajearme. Necesito que lo mates.
Cómo no.
—¿Cuándo?
—No hasta dentro de aproximadamente una semana. El verdadero propósito de su asesinato será que te ganes el favor de uno de los familiares de la soberana que fue desairado por Fencor. Con la muerte de Fencor, caerás en... «el favor» del pariente.
Contengo una carcajada.
—¿Vas a hacerme desempeñar el papel de galán florecilla que revolotea por la corte acostándose con las damas?
Mustang creerá que lo estoy haciendo para fastidiarla.
Los ojos del Chacal brillan con malicia.
—¿Quién ha dicho nada de damas?
—Ah —digo al darme cuenta de a qué se refiere—. Ah, eso es... complicado. Puede que Tacto sea mejor para ese...
El Chacal se ríe de mi sorpresa.
—Tranquilo, se te dará bien. Pero de todo esto ya nos preocuparemos otro día. De momento, relájate. Compraré tu contrato por medio de una segunda parte en cuanto salga a subasta.
—Los Belona intentarán comprarlo.
—Tengo un patrocinador. Superaremos su puja.
—¿Victra?
—No. Ella es más bien una bróker en este caso. Lo que debes comprender acerca de Victra es que no es..., cómo se dice..., partidista. Simplemente le encanta meter cizaña. Al patrocinador lo conocerás pronto.
—Eso no me basta —replico—. Quiero conocerlo ahora. No soy tu marioneta. Yo comparto todo lo que sé, tú compartes todo lo que sabes.
—Pero yo sé mucho más. Vale. —Se inclina hacia mí—. Lo conocerás esta noche. No es que no confíe en ti. Es que considero que lo más apropiado es que se presente él.
—De acuerdo. Quiero traer de vuelta a los Aulladores. Y a Sevro.
—Hecho. También tendrás que escoger un maestro de hoja, alguien que te instruya en el filo. Tendremos que matar a unas cuantas personas en público en el futuro.
—Ya sé utilizar el filo —protesto.
—No es eso lo que he oído. Venga, no tienes de qué avergonzarte. Tengo unos cuantos nombres. Es una lástima que Arcos no dé clases. Ahora mismo podría tener fondos para permitirme a Perfil Pétreo y su Método del Sauce...
Sus palabras pierden intensidad y aparta la mirada de mí, atraído por la cimbreante silueta de una mujer que avanza a través del humo y la penumbra de la taberna igual que un rescoldo que cae atravesando la niebla. Percibo el olor a almendras de su piel y a cítricos de sus labios cuando se acerca a nuestra mesa, grácil y estimulante como el aire de la Costa Estival de Venus. De huesos frágiles, de pájaro. Lleva un vestido negro que lo único que deja al descubierto son sus hombros.
Entonces la miro a los ojos y casi me caigo de la silla. Es un disparo en el corazón. Se me acelera el pulso. Es ella. La chica con alas que nunca pudo volar. Pero ahora... ha huido de Mickey, al parecer. Las alas han desaparecido, tornadas en femineidad. Pero ¿por qué está Evey aquí? ¿La han enviado los Hijos? Apenas puedo mantener la compostura. Ella no me ha reconocido.
—No sabía que las rosáceas pudieran sobrevivir entre las malas hierbas de estas profundidades —le dice el Chacal.
Su risa flota en el aire como el aleteo de una mariposa. Acaricia con un dedo el borde inferior de la mesa desgastada y se encoge imperceptiblemente de hombros.
—Los hombres ordinarios no pueden permitirse cosas extraordinarias. Pero mi señora ha oído que había hombres extraordinarios en la Ciudad Perdida y me ha enviado como... embajadora.
—Ah... —El Chacal se recuesta sobre su asiento y la evalúa—. Eres una chica de sindicato. ¿De los Vebonna? —Tras el asentimiento de Evey, el Chacal me mira y confunde mi expresión de sorpresa por una de deseo—. Llévatela al piso de arriba, Darrow. Yo invito. Un regalo de bienvenida. Si quieres comprarla, dímelo. Ya hablaremos de negocios mañana.
Al oír la palabra «Darrow», la compostura de Evey flaquea durante un instante. Da un paso atrás y oigo que le cambia el ritmo de la respiración. Y cuando nuestras miradas se cruzan, sé que ve más allá del disfraz de obsidiano y atisba el rojo que hay bajo todas estas mentiras. Sin embargo, su sorpresa significa que no está aquí por mí. Está aquí por el Chacal, pero ¿por qué? ¿Está con los Hijos? ¿O es que al final Mickey vendió su premio a ese gánster, el tal Vebonna?
—Yo no me hago a esclavos —le dice Evey al Chacal al tiempo que señala mis emblemas de obsidiano.
—Ya descubrirás que este es más de lo que aparenta a primera vista.
—Dominus, yo...
Adrio le agarra la mano y le retuerce el dedo meñique con brutalidad.
—Cállate y haz lo que te ordenan, niña. O simplemente cogeremos lo que no quieres darnos.
Esboza una gran sonrisa y la libera. Evey se sujeta la mano, temblando. No es muy difícil hacer daño a un rosa.
Me pongo de pie.
—Ya me encargo yo de ella, amigo mío.
—¡Por supuesto que lo harás!
Con un gesto de la mano, les indico a los guardaespaldas que intentan acompañarme que se queden donde están.
Sigo a Evey por los peldaños de mano que llevan hasta la cuarta planta y me gano unos cuantos abucheos por parte de algunos clientes. Miro de reojo una de las holopantallas que hay encima de la barra. Las imágenes de un atentado con bomba se propagan en tres dimensiones. Parece que es en una cafetería. Una cafetería de dorados. Abro los ojos de par en par cuando se muestran las consecuencias de la catástrofe. ¿Han sido los Hijos?
Otro atentado destella en una pantalla distinta. Y otro. Y otro, hasta que docenas de bombardeos inundan las pantallas de toda la taberna. Todas las cabezas se vuelven para mirar y el silencio engulle el inmenso local. La mano de Evey se tensa en torno a la mía y sé que han sido los Hijos quienes han llevado a cabo los ataques. La han enviado ellos. Pero ¿por qué en la Luna? ¿Por qué el Chacal? ¿Por qué no se han puesto en contacto conmigo?
—Date prisa —me dice cuando llegamos a la decimoquinta planta.
Me guía entre las luces rosas, dejamos atrás a los bailarines y a los clientes hambrientos hasta llegar a la última puerta al final de un pasillo estrecho. La sigo al interior de la habitación a oscuras y enseguida noto el característico olor acre del aceite de los achicharradores. El aire se agita a mi espalda cuando un hombre con una espectrocapa da un paso al frente. Contener el impulso de matarlo me supone un esfuerzo considerable.
—Es uno de los nuestros —espeta Evie. Enciende la luz. Hay seis rojos vestidos con equipamiento militar de invisibilidad pesado. Llevan demoniyelmos con óptica de alta calidad—. Llamad al pájaro.
—No es Adrio au Augusto —gruñe uno de ellos.
—Es un maldito obsidiano.
—Tiene un aspecto raro. —Uno de los rojos con óptica da un salto hacia atrás y prepara el achicharrador—. ¡La densidad ósea es de dorado!
—¡Para! —grita Evey—. Es un amigo. Harmony lo ha estado buscando.
«¿Ni Ares ni Dancer?».
—No estabais aquí por mí —digo sin apartar la mirada de sus armas—. Estabais cazando.
La chica se vuelve hacia mí.
—Te lo explicaré más tarde, pero tenemos que marcharnos.
—¿Qué has hecho? —le pregunto cuando uno de los rojos saca un soplete de plasma y abre un agujero en la pared que permite que el hedor de la ciudad penetre en la habitación.
El aire húmedo entra a toda prisa y las luces inundan el cuarto en el momento en que una pequeña nave de desembarco desciende y abre las escotillas laterales en paralelo a la puerta improvisada.
—Darrow, no hay tiempo.
La agarro.
—Evey, ¿por qué estáis aquí?
El brillo del triunfo le ilumina los ojos.
—Adrio au Augusto ha matado a quince de nuestros hermanos y hermanas. Me enviaron para capturarlo o matarlo. He elegido la segunda opción. Dentro de veinte segundos, será ceniza.
Le arranco el terminal de datos del brazo a uno de los rojos y preparo mis gravibotas ocultas. Evey me grita. Las botas gimen lúgubremente al elevarme en el aire. Me apresuro a deshacer el camino por el que hemos llegado, rompiendo la puerta en lugar de abrirla y volando pasillo abajo como un murciélago recién salido del infierno. Choco contra un bailarín, me escoro para esquivar a dos clientes naranjas y giro bruscamente hacia la derecha para saltar sobre la barandilla en dirección a la mesa del Chacal justo cuando él se está terminando su copa. Su Sucio me apunta, al igual que sus grises. Demasiado lentos.
En las pantallas, sobre los atentados, la electricidad estática restalla y un yelmo rojo sangre arde.
«Siega lo que sembraste», ruge la voz de Ares desde una docena de altavoces.
La mesa se funde bajo la mano del Chacal, consumida por la bomba que ha puesto Evey. El Sucio lanza al Chacal lejos de la mesa como si fuera una muñeca y envuelve la energía del estallido con su cuerpo titánico. Su boca se mueve para articular un susurro de muerte:
—Skirnir al fal njir.