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De la planta a la esencia
Análisis cada vez más precisos

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Hasta hace poco tiempo, cuando aún no existían los análisis cromatográficos, era frecuente utilizar las esencias vegetales sin conocer su composición exacta. Así, por ejemplo, se hablaba de esencia de pino pensando que todas las esencias de pino eran iguales. Pero, desde que se empezaron a analizar de una manera más exhaustiva, se descubrió no solamente que su contenido podía variar de una planta a otra, de un continente a otro, o de un terreno a otro, sino que además no estaban compuestas de un solo producto, sino, con frecuencia, de una asociación de varios componentes, que en función de cada planta podían ser principales o secundarios. Por ejemplo, la esencia de tomillo podía a veces ser muy rica en timol, y otras veces ser mucho más pobre en esta sustancia pero más rica en compuestos menos activos como el citral o el carvacrol. A partir de este momento se comprendió por qué los resultados de los tratamientos eran tan poco regulares, y se adoptó un nuevo sistema de control de la eficacia. El primer método que se aplicó consistía en analizar cada esencia con la ayuda de aparatos cromatográficos que permitían visualizar, mediante gráficas, las proporciones respectivas de cada constituyente del aceite esencial («picos»). Esta técnica de análisis proporcionaba datos precisos de las cantidades respectivas de los diferentes elementos de una esencia (alcoholes, aldehídos, ácidos, éteres, fenoles, etc.). A partir de estos conocimientos, se pudieron establecer las correlaciones entre determinados compuestos de una esencia y sus efectos terapéuticos.

Por ejemplo, la mayoría de las esencias que contienen terpenos impiden el desarrollo de gérmenes microbianos. A su vez, sabiendo que los terpenos ejercen una acción antiséptica, se podría apresuradamente deducir que todas las esencias que contengan terpenos tienen esta cualidad. Sin embargo, esto no es siempre así, ya que la acción de una esencia también depende de su modo de administración. Sus efectos pueden variar según sea utilizada en estado gaseoso, mediante contacto directo, por vía externa o por vía interna. En conclusión, el conocimiento de los diferentes constituyentes de una esencia no debe excluir la experimentación in vivo (es decir, en el cuerpo humano o animal). Sin embargo, la constatación de la existencia de un vínculo entre los compuestos de una esencia y su acción terapéutica permitió perfeccionar un método rápido de análisis cualitativo: el aromatograma. Este consiste en la realización de pruebas in vitro (es decir, en las placas de Pétri, de vidrio o de plástico) de la acción antibiótica de un aceite esencial sobre diferentes gérmenes bacterianos. Otra sorpresa: los efectos «antibióticos» de las esencias se producen con concentraciones muy débiles. Por ejemplo, la esencia de menta o de tomillo es eficaz incluso diluida diez mil veces. Esto prueba, de paso, que no es realmente útil conseguir las esencias más concentradas, ni emplear cantidades excesivamente grandes para tener la certeza de un resultado terapéutico. Si el diagnóstico ha sido bien realizado y se ha seleccionado la esencia adecuada, a veces es suficiente con dosis infinitesimales para vencer la enfermedad. Como dicen los médicos japoneses: «Es inútil matar un gorrión con un cañón». Esto demuestra, una vez más, la importancia de consultar a un especialista, ya que este sabrá encontrar el equilibrio ideal en la pareja esencia-paciente. Es evidente que en un trabajo de tanta precisión no puede dejarse que el azar intervenga. Normalmente un buen aromaterapeuta está siempre en relación con un fabricante serio que le envía con frecuencia los resultados de los análisis de sus esencias. Estos documentos científicos están dirigidos a los especialistas capaces de interpretar los parámetros físicoquímicos: normas Codex (aspecto, densidad, poder rotatorio, índice de refracción, pH, % ésteres, % fenoles, % cetonas, % compuestos carbonilos, % cineoles, solubilidad…), constantes bioeléctricas, etc. Por ello, nuestra peluquera de toda la vida, que acaba de convertirse a los «productos naturales», no podrá aconsejarnos tan seriamente como lo haría un aromaterapeuta. Sin embargo, ¡cuántas veces se oyen prescripciones de esencias formuladas por personas que tenían por único bagaje científico algunas horas de cursillos acelerados! Un vez más, se desaconseja jugar a aprendices de brujo utilizando «coctéles explosivos» que sugerirán estos pseudo-consejeros. Estas «prescripciones salvajes» son responsables cada año de accidentes graves (crisis de epilepsia e incluso defunciones). Y, sin embargo, la venta de esencias (como las de salvia e hisopo, que pueden propiciar la epilepsia con dosis no muy fuertes) es siempre libre, y cualquier vendedor no autorizado puede aconsejarlas.

Por todo esto, hay que ser muy prudentes.

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