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Introducción

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La aromaterapia, medicina basada en la utilización de esencias aromáticas de plantas, llamadas también aceites esenciales, no es de creación reciente, a pesar de que actualmente los medios de comunicación la han puesto de moda. Los egipcios, cuarenta siglos antes de nuestra era, utilizaban las propiedades benéficas de las esencias (ver capítulo «Historia»). El éxito actual de la aromaterapia se debe, sin duda, a que responde mejor que la medicina «oficial» al deseo de «curarse sin dañar» expresado cada vez más por un mayor número de pacientes. Por otra parte, la importante campaña de los medios de comunicación realizada sobre los beneficios de esta terapia empieza a dar sus frutos. La importancia que han adquirido la salud y la forma física, temas favoritos de los telespectadores y temas preferentes de muchos medios de comunicación, ha contribuido a modificar rápidamente la actitud de las personas enfermas (incluso de las sanas) con relación a los medicamentos. Se ha producido un cambio de actitud: de consumidor pasivo de recetas y de medicamentos a consumidor prevenido e informado, incluso capaz de decidir por sí mismo.

Esta modificación de la relación paciente-médico debería incitar a los profesionales de la salud a proponer una nueva forma de trato más adaptada a los conocimientos, por fragmentarios que sean, de su clientela, antes que seguir con la actitud paternalista de antaño. El hecho de que los consejos dados por una cantante famosa sean más tenidos en cuenta que los de un gran especialista prueba que el éxito de la comunicación radica tanto en el «saber hacer» como en el «hacer saber», ya que no basta con ser un pozo de ciencia: hay que saber cómo aplicar los conocimientos.

El objetivo de este libro no es el de permitir al lector que pueda pasar sin médico y administrarse él mismo las esencias aromáticas (las plantas medicinales, al igual que los hongos, pueden contener sustancias tóxicas, peligrosas si son manipuladas por personas no iniciadas), sino que pueda hablar de igual a igual con su farmacéutico, su herbolario o su fitoterapeuta. También quiere prevenirle contra los charlatanes y otros falsos especialistas que la moda de las medicinas alternativas atrae como a las moscas. Descubrir los prodigiosos poderes de los aceites esenciales no debe animar al lector a desestimar en conjunto las adquisiciones de la medicina clásica, con el pretexto de que parece más complicada y menos natural. Sin la pretensión de querer uno mismo ser su propio médico, como lo hacían en el siglo pasado los campesinos que se curaban únicamente con la ayuda de «plantas empleadas al natural», es conveniente no ignorar ninguna posibilidad de curación, desde las esencias de plantas hasta el láser. Muy acertadamente dice al respecto el Dr. Jack Bouhours: «Ninguna terapéutica puede cubrir el conjunto de la patología, e incluso si la aromaterapia obtiene resultados considerables, no es por ello un remedio universal».

Esta apreciación diferente de la enfermedad (o de la «nueva salud» como dirían los adeptos de la «Nueva Era») comporta necesariamente una redefinición de la relación médico-paciente. Ya algunos japoneses han firmado un contrato con sus médicos que consiste en pagarles únicamente si se mantienen en un buen estado de salud. Por el contrario, en caso de enfermedad, por lo tanto de fracaso del contrato, los médicos deben curarlos gratuitamente. Esta práctica japonesa, que sería muy difícil de aplicar en nuestro país frente al imperio de la Seguridad Social, puede quizás inspirar a jóvenes médicos sin clientela (también hay médicos que cobran el salario mínimo).

Estas proposiciones parecerán chocantes, incluso revolucionarias para algunos lectores, pero no tienen nada de nuevo ya que en 1872, el autor de un tratado de botánica médica escribía: «El mejor médico es el que enseña a los enfermos a curarse por sí mismos». Y en el siglo XVI, Paracelso predicaba que «cada enfermo tiene en su interior a su propio médico, y el terapeuta debería ser solamente su ayudante».

Ahora bien, si los médicos no asumen la función de pedagogos y de ayudantes ejerciendo su profesión con seriedad, otras corrientes de opinión más o menos fiables se encargarán rápidamente de esto, con todos los riesgos de abuso y charlatanerismo que ello comporta.

Por otra parte, consultar a un doctor en medicina no implica automáticamente garantías sobre su competencia en aromaterapia, en fitoterapia o en homeopatía, ya que estas especialidades exigen conocimientos específicos y una larga experiencia. Esta advertencia no está hecha a la ligera, ya que proviene del «padre» de la aromaterapia, el doctor Jean Valnet: «Cuidado con los falsos fitoterapeutas; hay que desconfiar de los que, con el pretexto de curarle como usted quiere, le hacen engullir cócteles de química con una pizca de plantas (…) Conscientes de su incompetencia en fitoterapia, estos médicos ya no pretender curar enfermos. Han escogido rápidamente dedicarse a la estética y al adelgazamiento, dos campos en constante expansión. Aquí no hay ninguna necesidad de largos cuestionarios; los conocimientos médicos o farmacológicos pueden a veces llegar a ser inexistentes, la responsabilidad es prácticamente nula… y las tarifas no están reguladas. Entonces, cuidado con los charlatanes, con las estafas en medicina con plantas y con las locas recetas adelgazantes».

La lectura de este libro debería permitir distinguir el grano de la paja, ofreciendo la posibilidad de plantear preguntas a su futuro aromaterapeuta. En caso de duda sobre la competencia de este, contacte con alguna asociación que le confirme la seriedad (o no) de su terapeuta. Su salud es demasiado valiosa para dejarla en manos de cualquiera.

¿FITOTERAPIA O AROMATERAPIA?

Con frecuencia, estas terapias son confundidas porque las dos utilizan plantas medicinales y aromáticas. La fitoterapia utiliza el conjunto de las sustancias contenidas en el vegetal (a pesar de que suele preferir una parte en especial: hojas, flores, granos, tallo, raíz, etc.), mientras que la aromaterapia no emplea más que ciertas sustancias extraídas del vegetal, pero muy concentradas. En consecuencia, la aromaterapia tiene un efecto más intenso, pero también puede llegar a ser más tóxica que la fitoterapia.

Aromaterapia

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