Читать книгу El Sabor de la Venganza - Pío Baroja - Страница 10
VII.
LOS MATONES
ОглавлениеHallóse allí Calamorra
sobre si no mata siete,
bravo de contaduría,
de relaciones valiente.
Quevedo: Romances.
Los matones del segundo patio eran Paco el Sastre, el Fortuna, el Mandita y el Manchado, que compartían el poder con dos falsificadores llamados los Pinturas, y con un caballero de industria, el señor Pérez de Bustamante. Paco el Sastre, amigo y cómplice de Candelas, se había escapado varias veces de distintas cárceles, lo que le daba gran prestigio.
El Fortuna, guapo de casa de juego, fanfarrón y atrevido, estaba preso por una muerte. El Mandita era ladrón, un tipo fino, de nariz larga, ojos claros e inteligentes, labios muy delgados, cara afilada, bigote ralo y mano de hierro.
El Mandita rompía las nueces con los dedos.
El Manchado era hombre de cara dura y color terroso, pómulos salientes, mandíbula grande y fuerte, los ojos torcidos, la boca recta como una cortadura. El Manchado parecía un calmuco y tenía una agresividad feroz. Durante la matanza de frailes se había exhibido, lleno de sangre, en la taberna de Balseiro, y había intentado vender ornamentos de iglesia. Estaba herido desde entonces y llevaba una venda sucia en la frente.
El Fortuna le temía al Manchado. El Fortuna había llegado a matón por inteligencia, por comprender la cobardía de los demás; el Manchado, no; éste no discurría; se sentía bruto naturalmente, sin complicaciones ni razonamientos.
Los Pinturas, padre e hijo, tenían mucha influencia. Los Pinturas eran falsificadores. El padre, un viejo calvo, apacible y burlón, tenía un aire de hombre frío y lleno de inteligencia, los ojos agudos y perspicaces, la frente ancha y desguarnecida, la boca muy cerrada, de labios finos.
El Pinturas joven parecía una araña, alto, delgado, sonriente, con cara de polichinela y voz de lo mismo. Era muy burlón y satirizaba con mucha gracia a todo el mundo. Tenía siempre a su disposición papel y pluma, y servía de memorialista a los presos. Les escribía cartas con la letra que quisieran. En un par de minutos de estudiar una letra, la adoptaba como si fuera suya y seguía escribiendo con ella. Al Pinturas joven le gustaba leer mucho; fabricaba juguetes con alambres y cartón, que conseguía vender en las calles, y cuando no tenía nada que hacer hacía juegos de manos.
Por lo que se decía, había falsificado escrituras, contratos, testamentos, y seguía trabajando en la cárcel.
Respecto al señor Pérez de Bustamante, era un caballero de industria, charlatán, mentiroso, que quería hacerse pasar por aristócrata.
Este hombre había vivido durante los primeros meses de la guerra haciendo suscripciones para viudas de oficiales muertos en la campaña, y cuando explotó el lado liberal pasó a cultivar el campo carlista. Pérez de Bustamante era hombre osado y decidido.
Otro tipo curioso era Doña Paquita, el cinedo de la cárcel, joven ambiguo que hacía ademanes de mujer. Este muchacho tenía la nariz respingona, con las ventanas muy abiertas, la barba azul, del afeitado, y la manera de hablar afeminada.
Algunos de los presos habían conseguido cierta independencia y hacerse respetar del grupo que cobraba el barato.
Uno de ellos era un topista, que llamaban Mangas, afiliado al grupo liberal. El Mangas tenía una cara de galgo, la nariz larga, la boca como recogida, los ojos pequeños y claros y el pelo rubio. Vestía bien, era gallego, aunque él decía que no. Se le había encontrado con unos cálices, después de la matanza de Julio, en una taberna de una vieja a quien llamaban la tía Matafrailes.
Entre los presos de delitos comunes que se decían carlistas había gente bárbara y maleante, como entre los que se consideraban liberales.
Uno de los carlistas de quien todos se reían era un labriego, el Paleto, que había robado una mula. El Paleto tenía la cara parada y estúpida, la cabeza grande y la voz chillona. Solía servir de blanco a las bromas de todos.
Otro carlista que se distinguía por su aire hipócrita era el Seminarista, que había sido estudiante de cura y tenía la especialidad de hacer digresiones místicas, en las que barajaba muchos latines. A este truhán le habían encontrado varias veces desvalijando los cepillos de las iglesias con una ballena untada de liga.
Al poco tiempo de entrar en el segundo patio, el alcaide se dió cuenta de que yo iba allí para hacer propaganda entre los presos contra los carlistas y contra él; entonces me prohibió el paso.
Yo tenía mis medios de comunicación asegurados.
Mi duelo con el alcaide acabó con la victoria mía; pues conseguí al año que él se quedara preso y yo saliera libre.