Читать книгу Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba (edición ilustrada) - Rafael Contreras - Страница 12

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Si la literatura histórica quiere explicarse la época señalada á cada una de las grandes revoluciones que fraccionaron la unidad mahometana por el influjo de la fuerza de los ejércitos, ó de las ideas disolventes que nacían en las ciudades conquistadas, espacio dilatado hallará en el inconcebible número de crónicas y de poemas que se consagraron á relatar las hazañas de los caudillos, las bellezas de sus obras y las querellas de sus esclavas. Nosotros nos hemos trazado otro camino más ajustado á la realidad y á el análisis, juzgando, no por cuentos de Las mil y una noches, que han podido repetirse en Medina-al-Zahra como en el Generalife ó en las Huertas de Said, sino por los vestigios del arte, de la industria y de la agricultura, cuyos trabajos, insuficientes todavía, se hallan libres de las preocupaciones y escrúpulos que interpusieron ciertos escritores en el tiempo de nuestra decadencia.

El período árabe en España, aunque poco alejado, reviste siempre la forma fantástica, y por esto nos explicamos cuánto la poesía ha oscurecido la concepción de muchas obras, que en el análisis práctico y el estudio estético ocupaban un lugar preeminente. Véanse, si no, las descripciones fabulosas de los antiguos alcázares de Córdoba, cuyos vestigios son sin duda menos delicados que los que hay todavía patentes en Sevilla y Granada: la taza de pórfido llena de azogue ó de plata viva, como lo llamaban los Arabes; las alfombras tejidas de oro y seda con dibujos de flores y animales, que parecían verdaderos; las perlas regaladas por el Kalifa de Bagdad, que estaban embutidas en los artesonados del palacio; las figuras humanas traídas por el griego Almad, que se colocaron sobre la fuente cincelada en Siria; los arcos de marfil y ébano, ornados de esmeraldas; y columnas de cristal de roca; y las puertas de cobre y oro; creaciones fantásticas que no expresan menos el lujo y esplendor de la época y la influencia avasalladora que tuvo sobre los cristianos, que el respeto é interés que produjeron entre los escritores cuando creían que hablaban de su propia y genuina civilización. Siempre oiremos esos cuentos con orgullo, como los ecos de la historia de la patria, como los acordes que vibran en el corazón cuando nos sentamos á oir las glorias de los tiempos pasados contadas por nuestros abuelos.

Cuando se contempla la catedral de Córdoba y la Alhambra de Granada, muchos se inclinan á creer aquellas maravillas; pero ¿acaso es preciso que haya perlas en los techos, oro en las alfombras y plata en las fuentes para que distingamos lo que existe de misterioso, de tranquilo, de dulce, en la capilla del Kalifa de la djama de Córdoba, en la sala de Embajadores de Sevilla y en el patio de los Leones de la Alhambra? El arte no consiste en la materia. Hoy sin brillo y sin colores, estos edificios ¿tienen menos belleza artistica que la que expresan las descripciones de los poemas que bordan sus murallas? No necesitamos de la fantasía oriental para dar la importancia que se merecen estas obras incomparables.

El arte se desarrolló en España de una manera singular, y adquirió formas y significado propio. Ya en el siglo XI los artistas estudiaban el dibujo geométrico y las matemáticas en las escuelas de Córdoba, Sevilla, Toledo y Zaragoza, tomando la práctica necesaria de la construcción, al lado de sus maestros; y éstos habían introducido en el antiguo estilo bizantino reminiscencias góticas y latinas que trasformaron el gusto verdaderamente musulmán hasta tal punto, que nunca se habían visto los tímpanos calados en formas romboidales como principal ornamento de estas obras. Ni los Almohades ni Almoravides introdujeron nuevos elementos de la Mauritania para adelantar las artes, superiores á los que ya se habían desarrollado en la Península. Los Arabes poseían un carácter original y tradiciones puras de la antigua patria; con ellas habían invadido medio mundo y llegado á nuestras costas: nuevas impresiones modificaron su bello ideal artístico, y ante ellas, sin abandonar el recuerdo de aquella tradición, hicieron las obras que engalanaron sus escritores ó poetas. Probado está por Ebn-Said[9] que las provincias andaluzas, reunidas entonces al imperio de Mahgreh, enviaban toda clase de artistas á Yusuf y á Yacob-el-Mausur para construir edificios en Fez, Rabat y Mansuriah, y añadía aquel historiador: «Es bien notorio que esta prosperidad y esplendor de Marruecos se ha trasportado á Túnez, donde el Sultán construye palacios y planta jardines y viñas á la manera de los Andaluces. Los alarifes eran nacidos en estas tierras, lo mismo que los albañiles, carpinteros, azulejeros, pintores y almadraveros[10]. Los planos fueron copiados de los palacios andaluces, etc., etc.» De donde se deduce que no existió nunca la influencia morisca, y que el arte vivió en España y se desarrolló poderosamente con un gusto peculiar, rico y sin semejante por la delicadeza del arabesco.

Es irrecusable el testimonio de autores contemporáneos para demostrar que el estilo denominado morisco por los artistas del Renacimiento, no lo fué nunca y menos en los últimos tiempos de la dominación agarena, y que esos detalles que admiramos por su riqueza y florecimiento, las bóvedas y hornacinas de colgantes, los festones de los arcos, las comarraxias y alicates, fueron obras españolas más finas y delicadas que las del Oriente. El germen nacido en la Arabia fué trasplantado felizmente al suelo de España, en el cual desplegó esa hermosa flor cuyo perfume se aspira durante setecientos años.

El primer ejemplo permanente de aquel desarrollo está en la mezquita de Córdoba, la cual revela á primera vista la fatalista inspiración que le dió existencia. Su planta es casi la reproducción de los templos hebreos que copiaron los ismaelitas. Interminables galerías paralelas comunicadas por arcos superpuestos y cubiertas de oscuros artesonados, donde brillaban algunas estrellas por el reflejo del luciente pavimento, que recibía la luz y claridad de sus repetidas puertas; un bosque de columnas, que á duras penas parece que sostienen los robustos pilares y múltiples bóvedas, cuyo pavoroso conjunto exalta la mente del mahometano, y entristece hoy las ceremonias solemnes de la religión cristiana: es el arte antiguo que goza del espíritu de las Catacumbas; pero que se forma en el desierto donde perdía en esbeltez lo que ganaba en su base ó extensión, y que debía albergar á la numerosa caravana que esperaba refrescarse en sus fuentes artificiales, y estanques labrados en los patios sombreados con palmeras, naranjos y limoneros. No recordemos el arte cristiano en San Pedro de Roma ni en Estrasburgo, etc., para hacer insensatas comparaciones, porque en este caso la djama hablaría la elocuencia de la perfección simbólica. Estudiemos los primeros pasos de un arte que se anuncia en nuestro país por tales concepciones, y que inspira horas de recogimiento á los más escépticos ó descreídos: ataviemos la gran mezquita con los ornamentos de brillantes colores y oro; hagamos arder sus 113 lámparas con 20.000 luces; llenémosla de creyentes vestidos de los más pintorescos trajes, que con profundo orden murmuran su rezo melancólico y repetido; y llenad todavía las naves de los patios de una multitud silenciosa; veremos si esa hermosa mezquita del siglo VIII tendría muchas rivales, y si aun hoy no nos trasporta su vista á los grandes acontecimientos de nuestra antigua civilización muslímica.

En Córdoba tenemos frente á frente las obras de dos grandes pueblos, árabe y romano; es fácil comparar. Aunque para distinto objeto, el puente, sus torres, las murallas, ¿son acaso más imponentes que las líneas derechas y flanqueadas de cubos coronados de almenas, las puertas, los reductos, el mihrab, y las obras todas que quedan del arte árabe? ¿No están los despojos romanos sirviendo en la mezquita para sostener los almizates y artesonados? Los pilares, mitad románicos y latinos, con sus capiteles contrahechos y su decadencia manifiesta, ¿no están denunciando otra civilización inferior á la muslímica? Mejor labrados se hallan los capiteles imitaciones greco-romanas, hechos con el cincel de los árabes. Quizá éstos cuando hicieron la mezquita les habrían dado tanta corpulencia como á los del Cairo Damasco y Kufa, si no se hubieran propuesto aprovechar las columnas románicas; pero la influencia de estos materiales se hace sentir demasiado en la construcción para que la pasemos desapercibida á la vista del más antiguo de sus monumentos.

Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba (edición ilustrada)

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