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III

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Se ha preguntado muchas veces qué habría sucedido en el mundo, si los Vándalos y los Alanos no hubieran sido arrojados de la Península, y dado origen al más grande reino de piratas conocido. Seguramente los Árabes no habrían llegado á nuestro territorio si Genserico hubiese establecido un reino entre la Libia y la Mauritania, ó si este León de Numidia, después de saquear á Roma, hubiese llevado sus despojos á África, y vuelto á invadir la España. La cúpula de oro del Vaticano que arrebató, habría servido para levantar de nuevo en nuestra patria un gran templo al paganismo. Jamás un imperio pudo hacerse más grande y perecer en ocho generaciones de reyes, la mitad asesinados.

Antes de Mahoma, se ha dicho, los Árabes apenas tenían arte que representara sus adelantos, y esta peregrina idea se ha venido sosteniendo por los que á toda costa querían probar el indomable barbarismo de aquellas tribus errantes. Sabido es que los desiertos que se hallan entre el Mar Rojo y el Eufrates, á juzgar por el relato del Profeta, eran como son hoy llanuras ligeramente interrumpidas por valles muy poco cultivados, y esto mismo acredita que la Arabia en aquel tiempo no se parecía á esos desabrigados mares de arena que hay en el continente africano, sino que el país sufría el abandono propio de la raza viajera que lo poblaba, la cual apenas se ocupaba de sembrar los campos ni aprovechar los escasos manantiales de sus montañas. Pero, ¿cómo no habían de tener arte, á lo menos simbólico, unos pueblos que visitaban la India, entonces más floreciente que ahora, los antiguos imperios, Babilonia, el Egipto, la Judea, y que frecuentaron todas las colonias griegas y romanas? Su país era la escala del Oriente; en él refrescaban los comerciantes sus alimentos, y se proveían para continuar las expediciones; en él dejaban sus mujeres y sus hijos; ¿cómo, pues, en ese suelo no se levantaron los edificios propios de su vida y de sus creencias? Los que sostienen el estado bárbaro de la raza árabe antes de Mahoma, preguntan: ¿dónde están los monumentos ó sus ruínas? No existen hoy después de las sangrientas vicisitudes por que ha pasado aquel país; pero no es menos cierto que se hallan vestigios romanos, griegos y persas, y que el Egipto reflejó allí su civilización primitiva; pues si aquel inmenso caravanserallo hospedó los mensajeros del antiguo mundo, si en su suelo descansaban tropas numerosas de negociantes y de soldados, ¿cómo no creer ciegamente que el arte pagano en su primera manifestación, el que concedió tal grandeza á los antiguos Medos y Asirios, y luego vino á modificarse en la culta Grecia, no fuera el origen de la civilización que tuvieron los primitivos Árabes? La Kaaba había sido ya construída en tiempo de Mahoma, los Hebreos habían hecho sus templos muchos siglos antes y eran sus vecinos; el cristianismo se apoderaba de los monumentos romanos, y el estilo bizantino dominaba en toda esa región oriental. Cuando se trató de reconstruir la Kaaba, los arquitectos que lo verificaron eran el uno griego y el otro copto, y por demás se sabe que en aquellos tiempos los artistas no eran tan cosmopolitas como en los presentes. El gusto persa, que se extendió á la Siria y al Ásia Menor, sólo sirvió para abrigar en el fondo de sus mejores obras el culto de la nueva religión. Mezquitas levantadas en la primera época tienen todas las formas de la arquitectura griega y egipcia, y recientes trabajos hechos en la alta India y en los pequeños estados confines con la Persia, han principiado á darnos una luz muy remota sobre algunas formas del arte, revelando los primeros albores de las múltiples bóvedas de la Alhambra, y el arco excéntrico y apuntado, que parece se inició en las construcciones de aquellos tiempos, 1.000 años antes de la fundación del Islamismo.

Ebn-Jhaldoun dijo, que artistas y hasta trabajadores en piedra y madera se pidieron á Constantinopla para construir mezquitas. El Kalifa Walid, Abd-el-Malek, para levantar una mezquita en Medina, otra en Jerusalén y otra en Damasco, pidió al emperador Justiniano 200 obreros y albañiles; y una de las condiciones de paz entre el Kalifa y el mismo Emperador, fué que éste le entregaría azulejos, pavimentos de esmalte y tejas en cierta cantidad, para la decoración de la gran mezquita de Damasco. Lo que se ve claramente es, con cuántos retazos de antiguas obras, y con qué diverso espíritu, se levantaban los primeros monumentos, y por qué existe tan profunda diferencia entre los que se edificaron en los primeros años de la egira, los que se hicieron en el Kairo mucho tiempo después, y los que se alzaron en España en distintas épocas.

Bajo las dinastías de los Arsacidas y Sassanidas, obró prodigios el arte persa que contemplaron los Árabes, y en la ciudad de Madain, conquistada por ellos, hallaron tal arsenal de ornamentos, que fueron deslumbrados por ellos; y tal abundancia y prolijidad de detalles, que dicen había edificios bordados como encajes, y cúpulas que se elevaban hasta las nubes en múltiples combinaciones. No se demuestran bien las formas de los arcos apuntados, pero aquellas relaciones fantásticas nos indican que unas líneas no conocidas los debieron sorprender, en particular las de los patios, que tenían grandes y dilatadas galerías de arcos, bajo las cuales cabían ejércitos enteros, cobijados por menudos cupulines. Tak-Kesra presenta una construcción de arcos ojivales[2] que, si no tan aperaltados como los de las catedrales góticas, tienen la curva primordial de su antiguo origen. Tak-Kesra se sabe que era el palacio de Cosroes en las ruínas de Ctesiphón, y como los de Firuzabab, se construyó en los primeros siglos del cristianismo. La forma ovóide de estos arcos se insinuaba ya lo bastante para que naciera de ella el arco roto, apuntado y de herradura, y puede conjeturarse su procedencia cuando comienza á verse con signos característicos en las mezquitas de Egipto y Túnez. Un número notable de edificios mahometanos de la primera época se ve también coronado de almenas á manera de dientes, de las cuales no se hallan vestigios por otra parte; pero que si nos remontamos al tiempo de Sapor[3] y á las construcciones bramínicas, se hallará el origen de esas cresterías que aprovechó el gótico con tanto lujo.

Siguiendo las diversas fases que presenta el arte árabe, para deducir el origen y formación de sus modificaciones antes que se manifestara en España con la riqueza que descuella en los siglos XIII y siguientes, hallamos que los más antiguos edificios están construídos con materiales arrancados de los palacios y templos que dejó el arte persa, griego y latino, sin olvidarse de las famosas construcciones cartaginesas que respetaron los Vándalos; como las columnas de Córdoba, las del alcázar y mezquita de Fez, y los capiteles degenerados de Corintio con hojas y volutas, pero dando un alto relieve á las más finas venas de sus acantos; los ladrillos rojos y blancos tapizando las fachadas y cortando las dovelas de los arcos, y la multitud de bóvedas y cúpulas cuya magnitud y esbeltez va disminuyendo á medida que nos acercamos á Marruecos y pasamos á España, en donde se construyeron muy pocas.

Aunque autores tan ilustrados como Batissier[4] sostienen que los Árabes ligaban los adornos con hojas y flores, lo mismo en los últimos tiempos que en los primeros, no hemos hallado en las obras posteriores al siglo XII ese género de mescolanza en las rigorosas y clásicas trazerías; antes bien, siempre hemos visto, que el purismo tan decantado de esa ornamentación estriba exclusivamente en las combinaciones geométricas á que se presta la línea. En los tapices persas, indianos y bizantinos, sí hemos visto el abigarramiento que produce la hoja, la flor, el grutezco enlazándose á las trazerías, por más que éstas se vean matizadas de los más brillantes colores.

De los mosáicos, azulejos ó piezas de barro esmaltadas con que cubrían los basamentos y anditos, vemos claramente la procedencia simultánea en todo el Oriente, trasmitida de los antiguos Persas, Medos, Asirios é Indianos, como lo demuestran los hermosos fragmentos hallados por Flandin bajo las ruínas de Nínive. Las inscripciones, por último, fueron los ornatos más usados antes y después del siglo IX; con ellas dieron una extraña originalidad á sus obras de toda clase, y las hemos visto grabadas en los trajes, en los muebles, en las arracadas ó joyas, además de esas fantásticas leyendas escritas en las cabeceras de las sepulturas, de las que hay muchos ejemplos en España y África.

Un género de ornamentación peculiar á los monumentos árabes más modernos, donde se desarrolló de un modo pasmoso é imprimió á la arquitectura un carácter más noble y elevado, fué la bóveda que hemos dado en llamar estalactítica; ¿de dónde trae su origen? En ninguna parte son tan complicadas y múltiples como en la Alhambra: no hay comparación entre éstas y las que se insinúan débilmente en el Kairo y en la Persia musulmana. Sin duda que han venido á través de la emigración perfeccionándose, y que pudieron empezar por nichos con bóvedas cruzadas, y por pequeñas gotas ahuecadas para entretener las líneas de las cornisas en los antros monolíticos de los templos aryas, imitados por los Persas más tarde y copiados en Egipto.

Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba (edición ilustrada)

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