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Exigencias

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Deleuze y Guattari hacen una crítica al postulado lingüístico de que la lengua solo podría estudiarse científicamente bajo las condiciones de una lengua-sistema-mayor-estándar. Un estudio científico de la lengua intentaría extraer de las variables un conjunto de constantes y determinar así la serie de relaciones constantes entre las variables. “Pero el modelo lingüístico por el que la lengua deviene objeto de estudio se confunde con el modelo político por el que la lengua está de por sí homogeneizada, centralizada, estandarizada, lengua de poder, mayor o dominante. Por más que el lingüista invoque la ciencia, tan solo la ciencia pura, esa no sería la primera vez que el orden de la ciencia vendría a garantizar las exigencias de otro orden”.10 Cualquier signo, la gramaticalidad misma, será un indicador de poder antes que un indicador sintáctico. La capacidad del sujeto normal para producir frases y expresiones gramaticalmente adecuadas y correctas constituye una condición de posibilidad básica para su propio sometimiento a las leyes y regulaciones de la vida social (esto es inevitable, toda persona aprende a hablar, en principio, para ser sometida). Si alguien ignora la gramaticalidad dominante y comienza a expresarse de modo distinto, por ejemplo, de modo incoherente o a designar el mundo con neologismos, terminará muy probablemente recluido en un hospital psiquiátrico o en alguna otra institución especial. La unidad de una lengua tiene, por tanto, carácter ontológico y político. Es de este modo que los empeños de la ciencia por delimitar las constantes, las regularidades y/o las relaciones estables en el estudio de su objeto van unidos al empeño político –muchas veces ignorado– de imponer tales aspectos en la praxis cotidiana (en este caso en el hablar), o sea, de promover consignas.

No obstante, es posible diferenciar –según los mismos autores– dos tipos de lenguas, las altas y las bajas, o bien mayores y menores. En realidad, se refieren no tanto a dos tipos de lenguas, sino a dos formas posibles de tratar la misma lengua. El primer tratamiento se define por el poder de las constantes y el segundo, por la potencia de la variación. Sucede que no puede existir un sistema homogéneo que no esté vinculado a variaciones inmanentes, continuas, minoritarias mediante las cuales, a la vez, dicho sistema continúa constituyéndose. Las constantes lingüísticas se obtienen de las variables de enunciación. Lo constante no existe sin lo variable; de hecho, constante y variable –tal como se ha sugerido– no se oponen como realidades separadas. Acaso la constante (y el tratamiento particular que hace de la variable) a lo que se opone es al tratamiento alterno de la variación continua.

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