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Alboroto

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En la revisión crítica de la obra de Platón y la consecuente conceptualización de la noción de diálogo, Serres reconoce la participación clave del ruido de fondo en la instalación arriesgada de un sentido en el diálogo. El dialogar constituirá ese juego de los interlocutores que, más que confrontarse dialécticamente, se asocian contra los obstáculos de la interferencia, es decir, acuerdan tácitamente el establecimiento de un tercero para poder excluirlo: ese tercero es el ruido, el demonio que lucha contra el ejercicio de la abstracción dialéctica. Así, el éxito del diálogo se asocia en Platón al reconocimiento de una u otra forma abstracta o idealidad que desmaterializa la interlocución, universaliza elementos y hace posible la ciencia. En otras palabras, “para que el diálogo sea posible, hay que cerrar los ojos y tapar los oídos ante el canto y la belleza de las sirenas”.32

En otro texto Serres extenderá esta reflexión: para dialogar, los interlocutores habrán de utilizar las palabras en un sentido al menos parecido.33 Esto expresaría la intervención (explícita o implícita) de un contrato previo sobre un código común. Tal acuerdo precede, pues, a cualquier confrontación dialógica. “Por otro lado”, continúa, “ninguna disputa verbal es posible si, procedente de una nueva fuente, un ruido gigante parasita y borra cualquier voz”.34 Es así que los dialogantes consecuentes, unidos en un mismo bando, luchan contra las impurezas sonoras, simbólicas, materiales que causan interferencias en los argumentos y en las voces prístinas de la idealidad conceptual. En este sentido, todo diálogo bien planteado, aun y cuando involucre confrontación y posibles desacuerdos y rupturas, presupone todavía aquel acuerdo marco al interior del cual resulta posible. En consecuencia, dos interlocutores podrán empecinarse en determinada contradicción, “pero allí presentes velan dos espectros invisibles o cuando menos tácitos, el amigo común que los concilia, por el contrato, al menos virtual, del lenguaje común y de las palabras definidas, y el común enemigo contra el que luchan, de hecho, con todas sus fuerzas conjugadas, ese ruido de camorra, esa interferencia, que borraría hasta anularlo su propio alboroto”.35

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