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Gentes, barcos y tierra de nadie en un largo siglo XVIII

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Durante el siglo XVIII, la rivalidad entre ambos imperios hizo que los acontecimientos bélicos se desarrollaran a lo largo del litoral del Caribe y sus islas adyacentes. Desde mediados de siglo, los británicos afianzaron su posición en el territorio con la figura de un superintendente, supervisado desde Jamaica y encargado de cuidar las relaciones con las autoridades mosquitas que habían obtenido títulos de manos del monarca inglés: rey, gobernador, almirante y generales. Los zambos e indios mosquitos habían obtenido, en el proyecto imperial inglés, como afirma Paul Lovejoy, el apelativo de soldadesca; armados por los ingleses, atacaron sistemáticamente durante toda la centuria a todas las comunidades indígenas desde el golfo de Honduras hasta Bocas del Toro en Panamá, esclavizando y matando a sangre y fuego.

Entre 1776 y 1780, la costa norte centroamericana estaba poblada por 150 blancos; otros 300 vivían en Sandy Bay. Entre todos, tendrían a su disposición unos 4.500 esclavizados; entre ellos, 100 indígenas y cerca de 10.000 zambos (Gámez, 1939). En Inglaterra, se calculaba el valor anual de este comercio en 130.000 libras anuales, con recaudo fiscal de 5.000 libras anuales, sin contar la exportación clandestina, que permitió mucho contrabando para evitar el fisco facilitado por la dispersión de los asentamientos (Gámez, 1939).

Tabla 1. Productos comerciados


Fuente: Gámez J. D. (1939). Historia de la costa de los Mosquitos. p. 111.

En su conjunto, la costa se volvió un territorio limítrofe sin aparente orden en su variada actividad extractivista. Un territorio de dispares contactos comerciales con las comunidades indígenas de tierra adentro y los pueblos españoles de las tierras altas. Se conformó, así, una frontera turbulenta debido a las razias zambas para esclavizar indígenas y exportarlos a Jamaica y América del Norte, y a las disputas entre colonos por el potencial agrario de la producción de cacao, azúcar y recursos ribereños.

Hacia 1770, las continuas guerras del Caribe y los fallidos intentos de tomar el río San Juan habían dejado en las costas un número no muy elevado de colonos británicos, la mayoría ubicados en Black River y Bluefields, aunque en continua conexión con los comerciantes del golfo de Honduras y la laguna de Términos, que venían por conchas de tortuga para complementar su comercio de maderas. Los colonos usaban el mecanismo de endeudar a los mosquitos con armas y alcohol y, de esta forma, aseguraban siempre sus mercancías; también adquirían cuantiosas cargas de cacao de Matina. En ese tiempo, el rey mosquito Jorge llegó incluso a hacer donaciones de tierra para dar estímulo a las inversiones inglesas.

En 1779, tras el grave descalabro militar inglés en la toma de río San Juan para acceder al Pacífico y romper el Imperio español por el Istmo, se sellaron definitivamente acuerdos diplomáticos entre españoles e ingleses, mientras que el tratado de París, de 1785, obligó a los súbditos ingleses a desalojar las costas centroamericanas y sus islas adyacentes, salvo el río Walix (Toussaint, 2004). En definitiva, los intereses imperiales británicos no lograron su objetivo, al despreciar y no entender bien la cultura híbrida de estos territorios fronterizos hispánicos, ya que tanto las milicias pardas como los descendientes de españoles, los afrocaribeños y amerindios nunca aceptaron en su totalidad las arrogantes formas políticas británicas.

Un ejemplo claro de estas dificultades y divisiones, más allá de las lealtades imperiales de estos hombres de mar, lo demuestra en su investigación Paul Lovejy, con el caso del doctor Charles Irving: en los años 70 del siglo XVIII, este cirujano de la armada británica proyectó establecer, junto a otros dos socios, plantaciones de cacao y azúcar entre Black River y Bluefields, con el fin de atraer colonos y formalizar una colonia para perjudicar el dominio español. Sin embargo, las discrepancias y las acaloradas discusiones entre inversionistas competidores permitieron que la armada española abortase el nuevo intento agrario de colonización.

Los colonos mantuvieron duras controversias y disputas entre ellos —y, sobre todo, contra el superintendente Robert Hodgson— en torno a los derechos de acceso a la tierra, a los permisos pesqueros e, incluso, de minería, concedidos como franquicias a cambio de pago al rey Mosquito. Asuntos legales agobiaron al superintendente, acusado por sus rivales y competidores de incumplir acuerdos vigentes con los pueblos mosquitos desde 1741. El desacuerdo político se desató porque el superintendente quiso, con una disposición, imponer la prohibición de la esclavitud indígena, actividad que involucraba a todos los habitantes de estas costas salvo a los españoles; hasta los zambos quedaron molestos.

En este contexto, y una vez más superando las lealtades imperiales, un colono inglés llamado Terry, espía al servicio de los españoles, propuso en un viaje a España organizar una expedición comercial y diplomática para hacer una colonia a la entrada del río San Juan. En realidad, todo fue fruto de la competencia y rivalidad que mantuvo con Irving y sus socios, pero nada funcionó.

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