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La mirada literaria: los viajeros imaginados
ОглавлениеPara la península de Yucatán y la Bahía de Honduras la transición del discurso administrativo-diplomático a la literatura se dio gracias a la figura del pirata, quien capturó con su seductor arquetipo las novelas de viajes desde fechas muy tempranas. Sin embargo, es gracias a una de las plumas más prolíferas del siglo XIX y XX, Emilio Salgari, que nos llegan historias fascinantes y divertidas que parten de una serie de escenarios imaginados ubicados en las costas del Caribe continental que se reconfiguran constantemente.
Es importante decir que Emilio Salgari nunca viajó a la península yucateca, lo cual lo ha excluido de la genealogía de viajeros a estas tierras, que se valora a partir del viaje práctico, pero sí les dedicó dos novelas, entre 1899 y 1901, que vale la pena retomar con el objetivo de analizar la región como un territorio de frontera. Las novelas son La reina de los caribes (Salgari, 2004) y La capitana del Yucatán (Salgari, 1990). La primera, publicada en 1901, está situada en el siglo XVII, época dorada de la piratería, y tiene como protagonista a un hombre: Emilio de Roccanera, señor de Ventimiglia, mejor conocido como el Corsario Negro, quien también protagonizó otra obra de Salgari, titulada Emilio, precuela de la que nos compete y publicada tres años antes en 1898. La segunda novela fue publicada en 1899 y tiene como protagonista a una mujer: la marquesa Dolores del Castillo, quien comanda la gloriosa nave llamada El Yucatán. Esta historia está ambientada durante la guerra hispano-estadounidense (1898), en la que el Caribe, en especial Cuba, tuvo un papel medular durante el conflicto.
En ambos textos, Yucatán y el Caribe continental tienen papeles protagónicos. En el primero, representa un espacio geoestratégico de resguardo para proscritos en transición a otras aguas; en el segundo, constituye un arquetipo del contrabando con fines políticos puesto en manos de un pirata inusual: una mujer, ya que Dolores y la tripulación de El Yucatán luchan por defender a España, su madre patria, en contra de los Estados Unidos y de los criollos cubanos que desean la independencia mediante el contrabando de armas desde Sisal con rumbo a las costas de Cuba.
Figura 3. Portadas. Izquierda: La reina de los caribes (1901); derecha: La capitana de Yucatán (1899)
La vida y obra de Emilio Salgari está plagada de contradicciones. Por un lado, produjo aproximadamente 84 novelas y una innumerable cantidad de cuentos que se ubican en lugares lejanos y exóticos y que indagan en artilugios científicos y tecnológicos que cautivan lectores jóvenes aún hasta nuestros días. Por otro lado, fue un autor perseguido por la locura, que se suicidó en la extrema pobreza, a pesar de su incansable trabajo para las editoriales Saturnino Calleja y Gahe (Luzi, 2009). En México, su trabajo fue recopilado por la Editorial Pirámide dentro de la “Colección Salgari”, pero también otras editoriales han retomado sus historias, así como las que se le han atribuido falsamente, debido a su alta demanda lectora.
Aunque La capitana del Yucatán fue publicada dos años después de La reina de los caribes, en este texto respetaremos el orden cronológico en el que están ambientadas temporalmente las novelas, puesto que en La reina de los caribes se aborda la mirada exótica sobre el paisaje de la frontera desolada en el siglo XVII y en La capitana del Yucatán se aborda la fascinación por los artefactos tecnológicos y el desarrollo científico mediante el ejercicio de transmutación y camuflaje del navío El Yucatán, durante la guerra hispano-estadounidense a finales del siglo XIX.
Entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, las novelas de aventuras, como las de Salgari, no eran ajenas a los abordajes geográficos con tintes exóticos. En ellas, el espacio narrado contiene elementos que se disponen arbitrariamente, a modo de aparador, en un paisaje que se debate entre la perspectiva empírica y la idealista. En él, las narraciones son creadas a partir de un tropo literario arquetípico que se alimenta de diversas fuentes geográficas como mapas, diarios o informes oficiales. En La reina de los caribes el protagonista es un pirata ilustrado, el Corsario Negro, quien en el capítulo X —titulado “Las costas de Yucatán”— llega gravemente herido al mar Caribe y entra a las costas yucatecas, navegando desde la bahía de Nicaragua. En esta narración el paisaje tropical es evocado con una profunda emoción, puesta en boca de un corsario que se ve sobrecogido por la belleza del paisaje desolado y de los coloridos atardeceres que en sus palabras define así:
Era un espléndido atardecer, uno de esos atardeceres que no se ven más que en las orillas del Mediterráneo o en el golfo de México.
El sol caía entre una inmensa nube de color de fuego que se reflejaba en la tranquila superficie del mar.
La brisa que soplaba de tierra llevaba hasta el puente de la nave el penetrante perfume de los cedros, ya en flor, la cristalina diafanidad de la atmósfera permitía distinguir con nitidez maravillosa las ya lejanas costas de Honduras.
No se veía ni una vela en el horizonte, ni un punto negro que indicara la presencia de chalupa (Salgari, 2004).
En esta novela, el paisaje tropical ya no es visto con los ojos de la ciencia ni de la precisión matemática, sino a través de los ojos de la emoción, la cual no pretende retraerse ni ocultarse en el relato. La única constante que predomina en la narración literaria de principios del siglo XX, de esos tiempos remotos de los perros del mar isabelino (siglo XVII), es el imaginario ya exotizado de que las costas del Caribe continental son un territorio despoblado que está en uso corriente por proscritos nómadas. Como se observa, al paisaje, entendido como rostro del territorio, pocas veces lo encontraremos en los mapas. En ellos, la visión espacial que recupera el dibujo es meramente evocativa. Sin embargo, al paisaje arquetípico de la memoria lo encontraremos nítidamente en la narración, mediante el ejercicio de la descripción del espacio como reflejo de un imaginario que es de carácter histórico. La imagen que se refleja de los paisajes liminares o de frontera, mediante su evocación discursiva, es la de territorios aparentemente fracturados o apenas configurados. En ellos prima el paisaje itinerante y nómada, cuyo carácter inasible deviene de la narración mediante el uso de geosímbolos repetitivos que generan una desagradable sensación de confusión, desconcierto y desamparo, al mismo tiempo que proveen una sobrecogedora contemplación de la naturaleza que no puede más que conmover al lector (Cervera Molina, 2019).
Un año después de terminada la guerra hispano-estadounidense (1898), Salgari publica con la editorial Saturnino Calleja La capitana del Yucatán. Esto resulta interesante puesto que da cuenta, por un lado, de la velocidad y versatilidad del autor para escribir sobre temas actuales, así como para referir periodos lejanos en el tiempo; y, por el otro, de la velocidad con que las editoriales europeas publicaban novelas que abordaban temas polémicos ocurridos al tiempo en América. En esta ocasión, Salgari repite su fórmula literaria ya probada: vuelve sobre el tropo Caribe desde una mirada europea exotizante14, pero esta vez agrega dos elementos importantes: 1) el protagonista ya no es masculino, sino femenino: es una mujer filibustera, propietaria legítima de un navío mercante, y 2) existe una relación espacial declarada entre el Caribe continental (Yucatán) y el Caribe insular (Cuba), evidenciada gracias al contrabando de armas, así como de ideas libertarias, y a su condición de región frontera.
Dolores del Castillo, dueña del navío mercante El Yucatán, es una bella criolla viuda que se sumó a la práctica del contrabando de armas de Yucatán a Cuba en apoyo a la causa española durante el conflicto bélico lidiado entre Estados Unidos y España en 1898, el cual concluyó con la desaparición de los últimos rasgos del Imperio colonial español en América mediante la liberación de Cuba. Este conflicto tuvo un impacto mediático importante en la opinión pública, principalmente mexicana, ya que las élites criollas focalizaron su interés en una confrontación bélica ocurrida en las fronteras orientales del país entre dos países con los que México había tenido relaciones diplomáticas tensas y complejas durante el último siglo: Estados Unidos y España. En México, la opinión pública se dividió en varios ideales: 1) la simpatía inmediata por los cubanos insurrectos; 2) los hispanófilos, principalmente pertenecientes a las élites criollas; 3) los indigenistas, caracterizados por un espíritu hispanofóbico; 4) los colonos españoles, en defensa de la madre patria; 5) el resentimiento antiestadounidense; 6) el resentimiento antiespañol de las clases populares, y 7) la existencia de dos corrientes ideológico-políticas contrapuestas: el panamericanismo y el hispanoamericanismo (Pérez, 2000).
En el caso de Salgari, este toma la visión que le queda más cerca para su construcción del personaje de Dolores. Con un claro perfil hispanófilo, Dolores es descrita con gran emoción y detalle:
Tenía una hermosa cabeza, adornada por una cabellera abundante, de un matiz negrísimo y ondulado como la de las gitanas españolas, que le caía caprichosamente sobre los hombros; su piel tenía una palidez sin reflejos, de un tono extraño, que sólo se encuentra entre las criollas de las Grandes Antillas (Salgari, 1990).
La bravura y el desempeño del personaje como capitana de barco pone a Dolores en la misma línea de importancia que otras grandes figuras históricas de la piratería femenina en el Caribe, como es el caso de Anne Bonney y Marie Read, pero ella adquiere un matiz de pureza superior al estar luchando no por un beneficio personal, sino por la “legítima” causa de España.
A diferencia de otras novelas de aventuras del mismo Salgari, La capitana del Yucatán es una novela con pretensiones históricas en su narración, pero que no es histórica. La fantasía y la imaginación geográfica trastocan los escenarios y los paisajes yucatecos y cubanos para fundirlos con imágenes propias de las ciudades españolas. Las dimensiones y los referentes espaciales de los paisajes urbanos meridanos están desajustados o totalmente equivocados, pero las imágenes románticas adquieren preponderancia en la narración gracias a la defensa de la causa hispanófila mediante el uso emotivo de la luz y la noche:
Cuando ya las tinieblas habían invadido la vasta y árida llanura que se extiende a lo largo de la costa septentrional de Yucatán, y todos los rumores habían cesado en las anchas y recias calles de Mérida, dos hombres que habían salido casi a escondidas del viejo y monumental palacio del gobernador, subían lentamente, con mil preocupaciones, hacia la catedral de la ciudad, cuya masa imponente, coronada por cúpulas y pináculos, descollaba en la oscuridad […]. Se hallaban entonces frente a un gran palacio de construcción antigua como aún quedan muchos en Mérida, ciudad modernizada ahora, pero fundada hace unos cuantos siglos (Salgari, 1990).
Es bajo esta lógica romántica, exótica e hispanófila que El Yucatán se vuelve una extensión del paisaje, de la región y de la protagonista, al ser una proeza tecnológica que no solo da cuenta de la intrepidez de su capitana, sino de lo dúctil de la zona de Yucatán, que se desprende del paisaje real para volverse una isla o un islote en medio del océano, con la capacidad de camuflarse hasta desaparecer gracias a su habilidad de transmutar, frente a los ojos de sus enemigos, de un barco mercante a un navío de guerra en cuestión de segundos.
Estas dos novelas de Emilio Salgari nos permiten observar cómo las visiones generadas desde lo administrativo-diplomático impactan la literatura, al ser estas evidencias sociológicas de las tomas de postura ideológica, tanto de sus autores como de sus lectores. En este sentido, podemos apuntar lo siguiente:
El viaje
En las novelas de aventuras, el viaje es un tropo en sí mismo. Su verificación siempre es importante para que los personajes cumplan con el objetivo ideológico con que fueron creados al permitir el desarrollo de la acción narrativa y el despliegue espacial de los elementos. En los paisajes liminares de la narración, el viaje permite el despliegue de los paisajes en la imaginación del lector, a través de la superposición de imágenes ya conocidas con escenarios nuevos que funcionan como clave de entrada a lo exótico y lo maravilloso (Greenblatt, 2008).
El viajero
Gracias a los entresijos que generan las crisis de la interpretación de los paisajes, producto de épocas remotas, en las narraciones de aventuras no es el autor ni el o la protagonista los que se tornan viajeros, sino el lector en sí mismo quien es el responsable de complementar el ejercicio de interpretación del viaje. Sin él, la obra pierde sentido, aun cuando cumpla con el pacto de verosimilitud, pues no cumple su función estética ni su rol sociológico como generadora de imágenes arquetípicas.
La observación
En los textos literarios, así como en las narraciones históricas, hay dos acciones discursivas que permiten la aparición de los paisajes liminares como entidades activas; estas son: describir y narrar. El describir permite que los objetos, personajes y escenarios aparezcan ante el lector; por su parte, el narrar permite que ocurran cosas en esos escenarios, dando pie a la acción (Depetris, 2007). En el caso de la península de Yucatán y la bahía de Honduras, los paisajes se presentan como escenarios de frontera en los que habita lo salvaje e indómito, rodeado de la inconmensurable naturaleza. En estas narraciones la emoción no se evita, como sí ocurre en el discurso científico, sino que se trae a primer plano con el objetivo de conmover estéticamente y transmitir una visión del conflicto, mediatizada por una ideología social y política.