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Prólogo Mapeo de unos —y otros— Caribes
ОглавлениеEnrique Camacho Navarro
Universidad Nacional Autónoma de México
Al recorrer estas páginas, ahora a la vista de sus nuevos lectores, de manera irremediable vinieron a mi mente pensamientos sobre un muy antiguo, pero hermosísimo y sugestivo mapa (Figura 1). Me refiero a un ejemplar que ofrece una imagen singular que, en los albores del siglo XVIII, se tuvo de la región que hoy ocupa el Circuncaribe. Identificado con el título de “West Indies & Mexico or New Spain”, es obra del geógrafo inglés Hermann Moll (1654-1732), a quien también se le atribuye la posibilidad de una nacionalidad holandesa o hasta alemana. Se trata de un plano cartográfico, apenas uno de los varios mapas conjuntados por el mismo autor en el Atlas Minor: or a set of sixty-two new and correct maps of all the parts of the world1. En él, reconocido con el número 55 (que se aprecia en la parte superior derecha), se demarca la división que a su creador le interesaba dar a conocer. Lejos de ser un reflejo de la realidad, es una imagen de lo que se interpretaba geográficamente alrededor de ese territorio. Como una posibilidad interpretativa, se puede decir que la creación de Moll ofrece la composición de un área en la cual se hace evidente una competencia por las rutas comerciales que recorrían aquellos contornos. Los afanes que la circunscripción habría generado en las potencias imperiales europeas se marcarían a través de colores. Sin dar una indicación textual precisa o alguna información explicativa predeterminada, el mapa delimita con marcas de diferentes matices la presencia de aquellas naciones que tenían intereses ya instalados en toda la región contenida en el trazado geográfico.
Figura 1. Mapa de las West Indies & Mexico or New Spain, Hermann Moll, c. 1729
La mayor parte de la superficie se distingue con un fuerte color rosado, que corresponde a las posesiones del viejo Imperio español. Allí se encontrarían las zonas de la Florida, las islas de Cuba, La Española (hoy República Dominicana) y Puerto Rico. Además, delinea toda la Nueva España (que, curiosamente, ya desde esos tiempos fue nombrada en el mapa como “México”), pasando por la península de Yucatán, luego por Centroamérica, y hasta llegar a la zona de “Tierra Firme”, hoy Venezuela, en la parte norte de la América del Sur. En un color amarillo se señala la parte costera de Carolina y Virginia, correspondiente a las entonces colonias británicas y que hoy son Estados sureños en la parte este de la Unión Americana; además de algunos pequeños puntos que conforman las Islas Bahamas y, un poco más distante, la isla de Jamaica, marcada también con el mismo tinte. La tonalidad azul se usó para el territorio que en aquel tiempo se mantenía bajo dominio francés; es decir, el correspondiente a La Luisiana y a la otra parte de La Española: Haití. En el litoral venezolano, casi imperceptible, se aprecia el color verde jade que señala las posesiones que hasta el día de hoy viven un vínculo histórico-político con los Países Bajos —como Curação, Aruba, Bonaire y Surinam—, pero también marcada con ese matiz se puede apreciar a la Isla Margarita y a Trinidad y Tobago.
Aunque las líneas coloridas se encargan de manera especial de señalar los bordes continentales y antillanos, algunas de ellas se aventuran al interior continental, dejan las costas y se adentran por medio de ríos que limitan el empuje de las fuerzas imperiales, o bien crean fronteras artificiales, las cuales no correspondían a accidentes geográficos ni a determinaciones étnicas o culturales. La ilustración cartográfica iría ligada, no hay otra explicación, a los alcances del variopinto expansionismo económico imperial y al subsecuente potencial bélico que se había logrado implantar en algunas partes de todo ese territorio, extensión todavía virgen en muchos de sus espacios y que, por esa misma condición, era motivo de disputas.
Si se observa con cuidado la iconografía dentro del mapa, incluyendo una atención a los iconotextos, los caminos seguidos por aquellas líneas de colores hacia el interior entonces recorrían cauces hidráulicos, como también continuaban por marcas punteadas que no determinaban sus posibles destinos. No se podrían aseverar las razones profundas que Moll pensaba sobre lo que habría más allá de lo representado en la cartografía, pero una cosa sí es segura: la gran cantidad de lugares, poblados, ciudades y referencias geográficas que se identifican con sus nombres en las partes del interior de islas y regiones continentales, así como la de los ríos que penetran más allá de las zonas costeras, señalan la vinculación entre esos espacios coloreados y todo el mundo que se ubicaría tierra adentro.
Asimismo, se manifiestan indicios de la existencia de una mirada que va más allá de los límites del plano geográfico. Al norte se encontrarían los demás estados de la futura potencia de Norteamérica; al oeste, la importancia de la zona del Pacífico, destacada la presencia de Acapulco, señal inequívoca del contacto comercial con China, mientras que en la parte baja del plano, la referencia del mar del Sur, así como de las letras agrandadas de la “Bay of Panama”, se perfilan también como claros indicios de la atención a las estratégicas rutas de navegación intercontinental. De tal manera, aun cuando no estén presentes lugares lejanos, intereses imperiales, figuras políticas u otros factores que se encuentren a la distancia, a pesar de que su señalamiento no sea explícito, su presencia es innegable.
Como contraparte de aquello que no se ve, el mapa tiene como punto neurálgico al Caribe y a las partes continentales que le circundan. Dentro de la parte central del rectángulo puede imaginarse una elipse que inicia su recorrido desde el golfo de México, que llega a las islas de Sotavento y Barlovento, para retornar por encima de las Antillas, acariciando la frontera del Océano Atlántico. Pues bien, la atención puesta por Moll en aquella geografía, así como la interpretación iconológica que se puede hacer del mapa, adquiere una sorprendente y atractiva relación con el libro Desde otros Caribes. Fronteras, poéticas e identidades.
A tres siglos de que se haya editado aquel vestigio iconográfico tan sugerente, la región circuncaribeña allí representada continúa con una dinámica que ya desde entonces se aprecia identificada en el mapa. Es precisamente esa posibilidad de volver a “leer la imagen” de lo que hoy son “unos —y otros— Caribes” una acción que coincide con el objetivo del libro que tenemos entre las manos. A centurias de aquella mirada cartográfica, misma que brindaba una especial representación de la región que abarca “el Caribe y otros Caribes”, en esta publicación, que integra 15 trabajos especializados, se atienden temáticas contenidas en aquella geografía. Territorio que es representado con vacíos, pero inmensamente rico; que aparece sin poblaciones, pero que es tierra generadora de ambiciones que movilizaron numerosos contingentes; “propiedad” que en gran medida aparece como símbolo del poder de la Corona española, pero que al mismo tiempo puede entenderse como región asediada, visitada y aprovechada por otras monarquías que, con o sin apego a convenios o tratados, conformaron una dinámica de tráficos de todo género: culturales, étnicos, comerciales, sociales y políticos. Intercambios que pervivieron por siglos y de los cuales todavía hoy se advierten sus legados.
El punto clave para la administración del Imperio español, como lo fue Cuba por su ubicación estratégica en el camino a la tierra firme, explica la misma importancia que alcanzó en ese sentido geopolítico el dominio que los ingleses tuvieron de la isla de Jamaica, que en los mapas aparece como si estuviese protegida por la Perla del Caribe, como si Cuba hubiese sido colocada justo en ese lugar para darle sombra y cobijo a la isla desde la que el Reino Unido mantuvo aquella política de conquista, de ataque entre imperios, que a fin de cuentas perdería en el último cuarto del siglo XVIII, dando paso a la futura potencia que surgió de sus propias antiguas colonias. Sin embargo, mientras eso no se diera, Jamaica fue base imperial que no solo significó un punto de embarque de una inmensa riqueza metalúrgica, sino también un punto de movilidad pirática, de comercialización de población africana destinada al trabajo esclavo, así como de aquellos productos que se explotaron con auge sorprendente, aun cuando fuesen obtenidos gracias a ciclos que funcionaron dando importancia a los monocultivos, sin impulsar deseo alguno por atender la diversidad productiva. La presencia de aquel dominio inglés explica la dinámica seguida en muchos de los contactos insulares y continentales circuncaribeños; aproximaciones que dentro de este libro se resaltan, prestando atención especial a las que se desarrollan hacia aquellos “interiores” que deben ser atendidos por la historiografía, dado que han existido corrientes en las cuales no se consideraba la presencia de influjos caribeños.
Escudada en acciones jurídicas, España abriría las puertas de su gran dominio ultramarino, convencida de que las instituciones legaloides defenderían los metales extraídos allí. El reino no reparó de manera profunda el significado que adquiría la posición y el potencial económico de todo aquel continente, dejado —de cierta manera— a su propio destino. Quienes sí atendieron e intentaron aprovechar al máximo posible aquellas posesiones hispánicas fueron los británicos, quienes tenían muy clara la trascendencia estratégica de la zona (lo cual sustenta, ineludiblemente, el mapa de Hermann Moll). Toda aquella costa, que de color rosa demarcaba el litoral caribeño y sus interiores, era el enorme tesoro que se aspiraba poseer. Visto desde el posicionamiento estratégico en Jamaica, esta era la llave de entrada a esa desatendida región que, por el mismo abandono, invitaba a los ingleses a recorrerla, instalarse y explotar. Fue así que dejarían sus “huellas” en toda la extensión de la Mosquitia y más allá, donde hasta pobladores miskitos fungirían como representantes de la Corona de Inglaterra.
La extrema confianza en la supuesta seguridad del Imperio de España sobre su dominio ultramarino, centrándose en la idea de que la extracción de minerales debía ser su punto de atención sobre aquel territorio, no le llevó a considerar previamente una mayor atención en la definición de aquellos confines y fronteras que luego vería bajo la amenazante presencia de las otras potencias, principalmente la monarquía inglesa. Parece incuestionable que la intencionalidad del mapa de Moll, o al menos una de sus metas, fue el demarcar los territorios “vacíos”. Su interpretación iconográfica imagina una geografía en la que se proyectaban territorios deseables, sobre los cuales se aspiraba imponer el tono amarillo.
Imágenes del pasado, como esta que aquí se interpreta, deben verse como formas en las que sus productores percibieron el mundo; en este caso, el mundo circuncaribeño. Hoy, con esta obra colectiva, coordinada por Margaret Shrimpton y Antonino Vidal, se presentan los resultados de procesos de investigación que muestran la exageración del “vacío” que allí se supondría cartográficamente. Los trabajos consideran la presencia de población autóctona, masas desconsideradas que ocupaban aquellos lares que se presentaban como deshabitados. En el texto se atiende el comportamiento de los emisarios ingleses que deambulaban por algunas de esas zonas, cumpliendo sus comisiones de enviados reales, recabando valiosas informaciones que vertían en informes y diarios de viaje que han quedado como testimonios y en los que alguna información debe existir para la interpretación histórica. Así como se revela que piratas y corsarios, al mismo tiempo, corrían sus aventuras en todo ese paisaje tropical y marítimo, andanzas que luego se plasmarían en emocionantes descripciones literarias. Se explica que dentro de esa dinámica caribeña se desarrollaran movimientos imperiales en territorios que, siendo de “otros”, se consideraron propios. Desde la península de Yucatán, recorriendo la larga franja correspondiente a la Mosquitia y avanzando hasta las Guayanas, los europeos y sus largos brazos comerciales instalaron redes transnacionales que se movieron de puerto en puerto, de un lado a otro del Atlántico, y aún se les vio aparecer en algunos puntos del Pacífico.
Aquellos espacios que la carta geográfica dejaba “en blanco”, de los cuales no se ofrecía información precisa —ni, mucho menos, amplia—, lejos de ser un desierto desolado, en realidad eran espacios muy visitados. Aquí entran en acción los escritos que integran Desde otros Caribes. Fronteras, poéticas e identidades, ya que muestran que aquellas amplias zonas estaban conformadas por puntos de movimiento de ida y vuelta a —y desde— zonas imperiales que alcanzaban confines y fronteras más allá de lo que se imaginaba propiamente como parte del circuito caribeño. Tanto el mapa como los estudios integrantes del libro dan claridad sobre el hecho de que los gobernantes españoles no miraban el potencial que existía en aquella región, de que la lejanía y la naturaleza exuberante, por no decir salvaje, no contribuyeron a los deseos de acercarse a ella y domesticarla. Si bien podemos inferir que las intenciones de Moll ya eran claras, los productos académicos presentes en esta edición lo confirman; revelan que la construcción iconográfica del geógrafo interpretaba un impulso a las posibilidades de aquella movilidad británica que aspiraba a situarse —o al menos moverse— con cierta libertad, a lo largo de una significativa parte de aquella zona en donde la ausencia del Imperio español era una constante más que evidente. La presente obra sostiene un hecho incontrovertible: que la importancia geopolítica de toda esa área que circunda al mar Caribe no se ha perdido. Cada lector podrá advertir su mensaje, que es el de mostrar que su valor sigue siendo factor de sumo significado en la historia reciente.
Como se observa en este volumen, la frontera vivió un proceso de dificultades en su demarcación, que en sus primeras etapas requirió de una exploración territorial y de un posterior establecimiento. No obstante, se tiene el caso de que, durante el siglo XVIII, la penetración inglesa se intensificó hasta conformar una colonia británica enclavada en territorio otrora español, como lo fue la Honduras Británica. Por su parte, México no reconoció oficialmente la posesión británica de este territorio hasta finales del siglo XIX. Se puede sumar un ejemplo más que se vincula al fenómeno de las fronteras: el caso de República Dominicana y Haití, aquel en donde de nueva cuenta aparece la presencia de la diplomacia mexicana y en el cual la barbarie dictatorial fue puesta de manifiesto, así como sometida a juicio internacional (en el que también jugaría un papel presencial la nueva potencia mundial, los Estados Unidos de Norteamérica).
El valor geopolítico de toda esa área que circunda al mar Caribe no se ha perdido; su importancia sigue siendo factor de sumo significado en la historia reciente. En Desde otros Caribes. Fronteras, poéticas e identidades el peso de la geografía ocupa un lugar destacado, permitiendo a los lectores entender que la historia experimenta cambios constantes, vertiginosos, súbitos y hasta violentos. Los capítulos nos llevan de la mano para imaginar la cotidianidad de los habitantes de zonas en disputa, atrapados por redes comerciales formadas sin distinguir reinos o imperios (o luego Estados centralistas); viviendo en medio de procesos bélicos y jurídicos por medio de los cuales se trataría de negociar la definición de espacios ultramarinos. De igual manera, también permiten recorrer y reconocer “el rostro del territorio” a través de las narraciones testimoniales, literarias, aquel rostro que no aparece en los mapas. Encontramos visiones de los paisajes naturales, de la naturaleza violenta que, con huracanes y terremotos, define una realidad que la construcción exótica del Circuncaribe difumina, vela, y hasta pretende presentar como inexistente.
Los Caribes que se representan conforman un paisaje geográfico lleno de historia, donde aparecen de manera sorprendente lazos que se comparten de manera común. Paisaje de confines lejanos, de límites que se hicieron urgentes para marcar fronteras que pretendieron detener intereses imperiales, muchas veces sin lograrlo.
A diferencia del mapa de Moll —que, como toda iconografía, responde a una construcción imaginaria, y cuya intencionalidad no lleva a atender detalles de lo que en realidad pasa dentro de esa territorialidad—, en Desde otros Caribes se tiene en cuenta la narrativa que evoca la naturaleza. Se aprende a través de la referencia, de la existencia de una literatura que se ve impactada por la fuerza terrenal, de la potencia devastadora de la naturaleza que, con fiereza, es al mismo tiempo una oportunidad para develar las atrocidades, la brutalidad de regímenes que pueden superar los índices destructivos mediante políticas de exterminio. El mapa nos indica la lucha por el poder en colores, pero en las propuestas académicas se va más allá, al ofrecer datos sobre la rudeza de la realidad.
La intención de mostrar, desde una perspectiva original, los distintos Caribes —aquellos insulares que mantuvieron una constante ligazón con los continentales—, es un excelso aporte de este libro colectivo. Considerar los fenómenos de la trata negrera, así como la producción agrícola de exportación, como factores que muestran la conectividad que se manifestó de manera amplia en el plano caribeño —geográfica y temporalmente hablando— hace patentes los vínculos y las afinidades entre unos y otros Caribes.
En estas páginas se encuentran aspectos reveladores, como la evocación al desconocimiento del fenómeno esclavista de afrodescendientes en ciertas zonas que no han sido vistas como receptoras de esclavizados, tal como sucede con el caso de la presencia de ese grupo social dentro del proceso histórico, económico y social de la península yucateca, donde si bien no se asentó una estructura productiva esclavista, la figura del esclavizado actuó —sin duda alguna— como símbolo de prestigio.
La lectura de este conjunto de textos especializados posibilita el entendimiento de la región; se logra hacer un mapeo de unos y otros Caribes. Gracias a los escritos contenidos en este material, los lectores nos podemos acercar a esas zonas vacías, a aquellos espacios en los cuales la tranquilidad parece campear por todos los rincones geográficos. Así podemos romper con los estereotipos, con las marcas que olas o determinaciones canónicas han impuesto y anclado fuertemente; las construcciones imaginarias idílicas, como las contenidas en los millones de tarjetas postales dedicadas al Circuncaribe, se derrumban ante las nuevas interpretaciones que, gracias a una dinámica de atención interdisciplinaria, van dando paso a una mirada transdisciplinaria.
Quiero terminar estas palabras con un comentario donde se liga a Moll y a la parte dedicada en este libro al nexo entre lo caribeño y lo yucateco. Aquella consideración que en estas páginas se le otorga a la península de Yucatán, como isla, se aprecia claramente en la representación cartográfica de Moll. La parte territorial con que está conectada al resto de la república mexicana se estrecha de manera exagerada. Cotejada respecto a sus proporciones normales, en apego a la cartografía reciente, la diferencia es notable. Lo que vemos en la Figura 1 muestra el imaginario que identificaba a esa área peninsular como una zona sometida al aislamiento. El estrecho se representa con dimensiones muy cercanas a las del istmo de Panamá, cuando en realidad los parámetros son muy distintos y más distantes. Tal representación respondía a los intereses imperialistas ingleses. Sin embargo, Desde otros Caribes. Fronteras, poéticas e identidades no da el mismo resultado a través de sus reflexiones. Considérese necesario destacar uno más de los aportes fundamentales del libro. Gracias a los análisis testimoniales del periodo colonial se explica que Yucatán tiene una conexión directa con el conjunto caribeño, unida a esta región a partir de la cercanía de las élites peninsulares con la región insular. De manera especial, se sostiene esta circunstancia mediante las relaciones que, desde el último tercio del siglo XVIII, se mantuvieron con lugares como La Habana, Veracruz, Nueva Orleans y Kingston, lo cual no es otra cosa que la manifestación de una dinámica profunda que no muestra esa idea de aislamiento, sino de conectividad.
Pues bien, no me resta más que invitar a leer este mapeo circuncaribeño. Muchas más serán las temáticas que los lectores encontrarán en estas páginas. La obra es un atractivo resultado de estudiosos de varios puntos del Circuncaribe y, sin lugar a dudas, recorrer sus temáticas motivará la sensibilidad de cada uno de los que se acerquen a los tránsitos históricos, a las referencias literarias, a los dramas que se han vivido en la región, y visualicen los confines hasta donde lo caribeño se ha trasladado. La lectura, lo sostengo, será una aventura cognoscitiva, una probada deliciosa a los contenidos emparejados de unos y otros Caribes.
1. Moll, H. (1729). Atlas Minor: or a set of sixty-two new and correct maps of all the parts of the world [Printed for T. Bowles, next to the chapter-house in St. Paul's church-yard, and John Bowles, at the Black Horse in Cornhill]. London, England.