Читать книгу La experiencia del tiempo - Ricardo Gibu Shimabukuro, Ángel Xolocotzi Yáñez - Страница 18

1. Introducción

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El sueño1 y la vigilia son dos fenómenos de la vida y no exclusivamente de la humana. Porque, en efecto, no solo la niña, el panadero, el viejo de la esquina y la reina en su palacio duermen y despiertan en su lecho cada mañana, sino que también el perro a mi lado, las gallinas, los delfines, los peces, las lagartijas, las víboras y, aparentemente, hasta las abejas, las cucarachas y las moscas de la fruta duermen y despiertan cíclicamente durante toda su vida. A su vez, se trata de eventos tan cotidianos (como el canto de las aves por la mañana, bañarse, comer o lavarse los dientes) que muchas veces pasan desapercibidos y solo les prestamos atención cuando se da una anomalía, por ejemplo, al sufrir insomnio por las noches o, al contrario, al tener un acceso de sueño durante una soporífera conferencia.

Sin embargo, también podría decirse que el sueño y la vigilia han sido tomados por muchas de las grandes civilizaciones como fenómenos fundamentales de la vida que con frecuencia han sido asociados a otros fenómenos igualmente esenciales, como el nacimiento y la muerte. Por su parte, las ciencias modernas de la vida comprendida como un epifenómeno de la naturaleza (especialmente, la fisiología) nos han ayudado a entender que el sueño no es un mero accidente de la vida animal, sino que cumple una importante función de restauración tanto física como psíquica para la subsistencia de los organismos.

A decir verdad, hasta donde sé, el primero en señalar que la vida animal está necesariamente atravesada por el sueño y la vigilia fue nada menos que Aristóteles. A pesar de que las causas materiales del sueño expuestas por él en su tratado Acerca del sueño y de la vigilia pudieran parecernos poco más que meras curiosidades de un pasado muy remoto,2 las investigaciones hechas por él sobre estos fenómenos no solo son dignas de mención, sino que servirán de verdadera guía para las indagaciones que me interesa desarrollar en el presente capítulo a partir de los análisis fenomenológicos del sueño y de la vigilia elaborados por Husserl hacia el último tercio de su vida.

Antes que nada, quisiera dejar claro que, si bien el estudio de, por ejemplo, la relación entre el funcionamiento del metabolismo y los ritmos circadianos o entre la actividad cerebral y las fases del sueño son útiles para explicar el sueño como un evento fisiológico y psíquico esencial de la vida animal, en realidad poco o nada pueden ayudarnos a comprender dichos eventos en cuanto fenómenos originarios de nuestra propia vida, esto es, en cuanto efectivamente experienciados, en cuanto vividos, por cada quien y desde la perspectiva en primera persona en la que aparecen desde el interior de su vida. En este sentido, no hay ciencia posible que enseñe en qué consiste dormir y estar despierto, y no por el simple hecho de que yo pueda constatar con mis propios ojos que, por ejemplo, Salamina duerme plácidamente en su cucha y que se despierta al salir el sol, sino porque yo he vivido y vivo en carne propia el quedarme dormido cada noche, el despertarme a la mañana siguiente y el permanecer en vigilia hasta el anochecer.

¿Cuál es pues el sentido de dichos fenómenos? y, ya entrando en materia, ¿cómo se constituye en mí la experiencia que tengo de ellos?, en fin, ¿qué papel poseen estos en la autoconstitución de mi propia vida? Como mostraré más adelante, estas son preguntas que el propio Husserl se formuló en el marco de su fenomenología trascendental y que implican cuestiones verdaderamente medulares para comprender nuestra vida concreta en el mundo. Justamente, y como objetivo principal del presente escrito, se hará patente que al situar el sueño y la vigilia en el centro de la problemática de la constitución de la predación del mundo surgirá un escollo nada sencillo de resolver en la comprensión del protofenómeno del presente viviente que define de un cabo a otro nuestra vida trascendental subjetiva. Pero antes permítaseme mostrar de qué manera Aristóteles nos puede encaminar hacia el abordaje fenomenológico de tales cuestiones.

La experiencia del tiempo

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