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III. DE LA ARROGANCIA DE LA CIENCIA A LA ANTINOMIA DEL CONSTITUCIONALISMO

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Los avances científicos y su proyección en las nuevas tecnologías pronto degeneraron en esa polarización política que estimulan tanto las redes sociales. La época de las postverdad, de las verdades alternativas o de las teorías conspirativas47 ya no exigía el silencio de los teólogos, tal y como reclamó Alberico Gentili, uno de los padres del derecho internacional48. Al contrario: lo que se solicitaba y crecía, con los populismos, era la vuelta de la teología a la política y el silencio de la ciencia. Y, precisamente, fueron las nuevas tecnologías y la proliferación de las redes sociales las que permitieron acallar a los científicos y silenciar a los técnicos.

Cuando los tres poderes clásicos habían modificado sus funciones tradicionales49, el llamado cuarto poder dejaba de serlo de manos de las nuevas realidades comunicativas. Los medios tradicionales de comunicación ya no eran los instrumentos principales en la construcción de la opinión pública o en la exigencia de responsabilidad a los cargos institucionales por sus actos u omisiones. Las redes sociales se iban convirtiendo, cada vez más, en determinantes de una nueva política más virtual y dispersa y, al tiempo, más reality show, dicotómica y de liderazgos personalistas. El sistema de comercialización y de obtención de beneficios que usaban y fomentaban las nuevas tecnologías también impactó de lleno en la política. Las noticias más escandalosas y polémicas generaban más visitas. Y, a más likes, más publicidad y beneficios. Las verdades alternativas, las apelaciones a los sentimientos, a las tripas y no a la razón y, al final, la polarización política y el antagonismo, ganaban foros y adeptos. La monetización de las redes sociales para aumentar el lucro de las grandes compañías tecnológicas se unió a la dualidad maniquea, querida y alentada por los nuevos populismos, expandiéndose a todo el espectro político y condicionando los asuntos a tratar en el debate público. Desde casa y con un ordenador conectado a Internet cualquiera podía acceder a fuentes de información oceánicas y, mejor todavía, autoconvertirse en propagador de nuevas verdades en busca de proselitismo50. Más fieles y creyentes, más burbujas informativas y conspiranoicas. Resultado: desinformación manifiesta y descrédito generalizado de la ciencia y, también, del periodismo clásico.

En pocos años se pasó de la esperanza de emancipación y expansión democrática que podían desarrollar las nuevas tecnologías y sus redes sociales a la certeza de una nueva ola de polarización partisana que puso contra las cuerdas a la democracia constitucional. Fue el momento en el que se quiso hacer callar a los científicos y a los expertos. Del TINA de los elitistas neo-liberales (“there is no alternative”) se pasó al CALCO de los populistas de la crisis (“cualquier alternativa podía copiarse o popularizarse”): negación del cambio climático, estigmatización de los enemigos internos o externos, chivos expiatorios a la carta, maldad de las élites, establishment, deep state, organizaciones internacionales, UE, OMS, etc. Pero lo peor estaba por llegar: construyendo sus propias realidades paralelas, los políticos populistas negaron, en mayor o menor medida, la gravedad de la pandemia y las voces de la ciencia.

Recordemos que si algo tienen en común elitistas y populistas es su antipluralismo. Ambos propugnan la diferencia: la no igualdad de todo el pueblo (identificado con la parte de los populistas) o la cualidad diferencial de las élites (los que no son la plebe y, en la distinción populista, privados de su integración en el pueblo). Contra la petulancia de las élites del saber o del éxito –técnico, científico, económico, innovador, meritocrático, etc.51– se coloca la retórica populista, con su reclamación de igualdad sesgada, desde un pueblo integrado por ciudadanos idénticos (los populistas), cuyo poder ha sido arrebatado por aquellos que se creen superiores y proclama tener una única voluntad que quiere manifestar. Este error anti-pluralista de populistas y tecnócratas mina la democracia constitucional. De un lado, los populistas, con el pueblo, su voluntad y su verdad únicamente manifestada por sus legítimos representantes, privando de legitimidad al resto de los actores políticos e, incluso, de su integración en el pueblo, o dando carnets y denegándolos a los ciudadanos que no se plieguen a su forma de ser o a la existencia política de lo popular. De otro, los tecnócratas, con ciencia, verdad objetiva y su única salida-respuesta para todo, sin opciones alternativas, dudas o diferencias. Ambos negando la pluralidad: retroalimentándose en su contaminación de la democracia plural. Pero, a pesar de la demagogia de unos y la soberbia de otros, el bien o el mal, la justicia o la injusticia, la condena o la absolución del que presuntamente a cometido un delito, no puede dejarse al arbitrio del número o a la inteligencia artificial y a los algoritmos. Si la democracia se mide sólo en papeletas pierde toda aspiración como gobierno para el pueblo y se convierte en contingencia cuantificada de mayorías coyunturales que dicen ser expresión de la voluntad popular, cuando –todo lo más– son manifestación de los votantes que se decantaron por una papeleta frente a los que prefirieron otra(s), quedarse en casa o no acudir a las urnas. La mezquindad de la democracia cuantitativa sólo puede atemperarse con su fusión cualitativa y, a la participación ciudadana unir la validez material, en cuanto límite al poder y defensa de derecho(s), desde la Constitución. No se trata de elevar a dogma democrático el designio elitista de mejora, como selección cualificada de líderes por sus títulos o méritos, sino de erradicar la concepción homogeneizadora de una construcción singular del pueblo que oculta el pluralismo de la sociedad que dice identificar.

También debemos rechazar –un siglo después de sus primeras formulaciones–, el modo del pensamiento normativista de Kelsen. La ciencia del derecho no puede ser tan pura y elitista como para olvidarse del ser humano. Pero el derrumbe estrepitoso de la pirámide normativa, con su Grundnorm o Norma de normas, no puede hacernos caer en el Poder de los poderes, es decir, en ese decisionismo soberanista de Schmitt que han rescatado los populistas. Y, para generar todavía más confusión, ahí seguía el constitucionalismo echando leña al fuego, en vez de superar, de una vez por todas, esa metáfora de las dos caras tan desastrosa a efectos pedagógicos. Ni Norma fundante (sea hipótesis lógica, ficción pensada o mera Constitución positiva y vigente), ni Soberano absoluto (sea el sujeto colectivo llamado pueblo o nación, sea en su concreción personal como representación volitiva). Derecho y Política, a pesar de los pesares, bien juntos y mal revueltos.

El constitucionalismo democrático enredado en su laberinto original: Poder popular vs. Constitución vigente. Porque la contradicción manifiesta inserta en el origen fundante de la Constitución –con un Poder constituyente ilimitado que crea el derecho de la nada jurídica, por sí mismo y por sí solo; y su conversión en poderes constituidos, siempre sometidos a límites jurídicos– es utilizada por los populistas para identificar a éstos con aquel y, desde aquí, al constituyente con la voluntad de su líder. Y lo harán en dos etapas. En primer lugar y antes de la victoria electoral, para exigir la devolución de la soberanía a su titular y, en cualquier caso, identificar el todo popular con la parte populista, privando de legitimidad al resto de sus representantes, aunque fueran electos. En segundo lugar, y con su ascenso al poder, buscando reconvertir la mayoría coyuntural lograda en las urnas como identificación con el Poder constituyente y, por ello, rechazando cualquier control o límite a los “verdaderos” representantes del pueblo que actúan en su nombre.

La retórica fundante del constitucionalismo se ha vuelto en su contra52. De ahí la fortuna del concepto de democracia iliberal. Ante una concepción meramente procedimental de la democracia constitucional y contra su conversión en positivismo formal, con tanto rule of law vacío de contenido, el populismo exacerbó las tensiones de la paradoja constituyente y reclamó el retorno de la soberanía al centro de la política y la proclamación de una voluntad popular auténtica (o verdadera) a partir de nuevas formas de participación ciudadana y de radicalización democrática53. Y como ejemplos reveladores de los peligros que esta deriva entraña para la defensa de la democracia constitucional no tenemos que irnos muy lejos.

Reflexiones para una Democracia de calidad en una era tecnológica

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