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Espacio de convivencia

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Un elemento recurrente en diversas conceptualizaciones del espacio se relaciona con la manera en que este se ha concebido como algo dado, “natural”, como contenedor o receptáculo de objetos, personas o acontecimientos y, en algunos casos, como mero escenario del quehacer humano (Kuri Pineda, 2013).

Para su aprovechamiento funcional, el espacio es dividido, delimitado. En este punto, Simmel (1986a: 652) señala que “el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con una forma espacial”. Esta afirmación posibilita colegir cómo los fenómenos espaciales son ante todo construcciones sociales, por un lado, y cómo en segundo término las configuraciones sociales se espacializan (relación espacio-especialización de la acción). En pocas palabras, el planteamiento simmeliano constituye una mirada que desnaturaliza el espacio. Es decir que el “espacio” va conformándose y a su vez deformándose según las diversas situaciones sociales o fenómenos sociales que las personas actúan.

Esto nos lleva a plantearnos si el espacio denominado casa u hogar debe tener una especialización funcional con una naturaleza per se o si se va reconstruyendo según los acontecimientos. Entonces, podríamos afirmar que el espacio está compuesto por elementos físicos objetivados, pero también por elementos subjetivos cargados de sentidos como afectos, emociones, experiencias compartidas entre los que lo comparten. Las sociedades modernas se caracterizan por la posibilidad de que los individuos puedan desplazarse, movilizarse de un lugar a otro (Simmel, 2002).

Además, Simmel (1986b) señala un elemento que cuenta con una gran pertinencia analítica: la proximidad espacial no significa necesariamente cercanía social. Con esto entendemos que los individuos van participando en un sinúmero de espacios (trabajo, estudio, ocio, etc.) pero con diferentes características de relaciones sociales, con mayor o menor cercanía, es decir, con mayor o menor dependencia o, en su defecto, independencia. Es así como es posible que el hogar se constituya como el espacio de convivencia de mayor cercanía entre los convivientes, con un alto contenido emocional y afectivo. En cambio, en los otros espacios las relaciones son más distantes, con acciones racionales con arreglo a fines, en términos de Max Weber.

El espacio como constructo social e histórico ha sido también explorado por el pensamiento sociológico contemporáneo; tal es el caso de Pierre Bourdieu (1999), quien desarrolla una concepción sobre el espacio donde las oposiciones entre los grupos sociales presentan una constante situación de lucha o competencia. Para Bourdieu, hablar del fenómeno espacial remite a pensarlo en dos dimensiones: el plano físico y el plano social.

Entre ambos niveles existe un vínculo inquebrantable e íntimo donde la dimensión material es una cristalización de lo que sucede en el ámbito social, simbólico. Así como los individuos y las cosas ocupan un lugar físicamente, en el terreno social los agentes también lo hacen de modo tal que, detalla Bourdieu (2007), cuentan con una posición determinada y existe una distancia entre ellos.

Bourdieu se refiere a la manera en que el espacio naturaliza las diversas modalidades de dominación y poder; es por tal razón que habla del espacio social reificado, del espacio social objetivado. Bajo este argumento, las oposiciones o contradicciones gestadas en los universos social y político son reproducidas en parte gracias a los dispositivos espaciales que fungen como mecanismos que transfiguran lo arbitrario del poder en algo aparentemente natural. Se pretende, entonces, comprender cómo las relaciones sociales de poder se erigen, funcionan y se legitiman –o bien cómo sufren fisuras que permitan su posible transformación– dentro de lo que él llama en su análisis el ingrediente espacial.

En este sentido existe, según Bourdieu, un vínculo cercano entre espacio social, espacio físico y espacio mental. Se trata de rastrear y analizar cómo el mundo social objetivado es introyectado, incorporado por los actores sociales, y cómo dicho plano de significados es, a su vez, objetivado de múltiples maneras. En consecuencia, el espacio social se refleja no solo en el espacio físico, sino también en los dispositivos mentales con los cuales los individuos construimos y comprendemos la realidad social (Bourdieu, 1999).

Como podemos interpretar en esta reflexión de Bourdieu, la incorporación de lo objetivado social al mundo subjetivado de la vida doméstica reconstruye efectos de dominación y poder que resignifican las relaciones preexistentes. Es decir que pueden producirse situaciones de poder “nuevas” o potenciadas. Por ejemplo, pasar de una relación de cooperación entre los esposos a una situación de poder-lucha y enfrentamiento; así también entre otros miembros del grupo familiar.

Experiencias pedagógicas en pandemia

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