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INTRODUCCIÓN
Nuevos escenarios repentinos
Rosana Serafini
ОглавлениеLlega un momento en que cualquier realidad se acaba. Y entonces no hay más remedio que volver a inventarla […] hay que volverla a concebir.
Mario Benedetti, El porvenir de mi pasado
Todo comenzó en marzo de 2020. Un estrepitoso mal venía aquejando al mundo desde unos meses antes. Un mal que rápidamente se convirtió en pandemia, tal vez la única en nuestros tiempos biográficos. De repente nos encontramos atravesando, todos, una situación de crisis general: el mundo nos había sorprendido y debimos tratar de acomodarnos a él. La vida social cambió abruptamente: como en un sueño, en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos reconvirtiendo nuestra vida laboral, escolar, universitaria, familiar, en fin… nuestra vida.
Comentarios, dudas, malestares, enojos, producto de la incertidumbre, la angustia, la ansiedad, la desesperación que generaba dicha situación sobre los distintos actores: docentes, no docentes, estudiantes, madres, padres, abuelas, abuelos, empleadores y empleados, trabajadores independientes y más…
Estudiantes de todos los niveles se encontraron, en la mayoría de los casos, con muchas tareas para realizar y sin la presencia del docente “real y presencial”. Los referentes más cercanos en temas de educación pasaron a ser sus padres, o los adultos con quienes conviviesen, quienes no tenían ni tienen la obligación de conocer todos los contenidos educativos, pero sí de acompañarlos en todo lo que tengan a su alcance. Fue así como se presentaron miles de situaciones. Los niños y jóvenes necesitaron más que nunca acompañamiento familiar, los docentes necesitaron comprensión de las familias.
El uso de herramientas como las redes sociales, los tutoriales de internet, las plataformas educativas en todos sus formatos, los grupos de consulta por WhatsApp entre padres y madres, de estudiantes entre sí, de profesores, e incluso la posibilidad de intercambiar mails con docentes, preceptores, directivos para consultar sobre ayudas posibles para niños y jóvenes se tornaron herramientas de comunicación valiosas y necesarias.
Se volvió indispensable hablar sobre hábitos y rutinas en casa, en momentos de aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO). Algunos padres y madres rápidamente comenzaron a debatirse con las dificultades para organizar en casa horarios de estudio, de trabajo, de comidas, de limpieza, de ocio. ¿Cómo distribuir esos tiempos? ¿Cómo lograr que niños y jóvenes se levanten para estudiar y hacer sus tareas virtuales? Pensar en organizar rutinas para los días “laborales y escolares” y rutinas de “fin de semana” no fue tarea sencilla. Fue allí donde hubo que reacomodarse. Pautar las actividades escolares con horarios, así como las actividades laborales desde casa. Porque además, en muchos hogares, los elementos tecnológicos son compartidos y, a veces, hasta pareciera que hay que “sacar turno” para usar la notebook, la tablet, la computadora o el celular.
Organizar las actividades respetando también los tiempos de descanso, de recreo, fue necesario. Y los fines de semana, en el mejor de los casos, darles lugar a los juegos, a compartir en familia esos juegos que hacía mucho no jugábamos, a compartir series, películas, aprovechar ese tiempo que en otros momentos tal vez extrañábamos, porque nos encontrábamos “sin tiempo” para compartir con nuestros hijos.
En abril ya sabíamos que no volveríamos a las clases presenciales por un tiempo extenso. Privilegiando el cuidado de la salud, el sistema educativo siguió buscando nuevos caminos para seguir educando. Físicamente se hacía imposible el regreso a las aulas; sin embargo, el concepto de continuidad pedagógica comenzaba a instalarse desde otro lugar.
“Ya nada será igual”: frase que se fue escuchando cada vez con mayor fuerza. La educación que se viene, la docencia que se viene, la vida que se viene: adultos, jóvenes y niños comenzaban a pensarlo. Cambiaron los tiempos, cambió la vida social, cambió la educación y con ella todo lo que implica. Se elevaron voces y opiniones como “Ya no volveremos a la escuela de antes”, “Ya no volveremos a la universidad de antes”. Empezar a pensar en nuevos espacios áulicos, menos estudiantes por aula, mayor distancia física entre ellos y con los docentes, recreos distintos, más trabajos online, menos horas de clases presenciales, pareciera ser el mundo que se viene: hipótesis sobre lo que vendrá. Nos empezamos a preparar para otro mundo.
El coronavirus ha cambiado el mundo y, de aquí en más, todo será diferente. ¿Mejor? ¿Peor? ¿Todo se fue cayendo? ¿O todo se fue acomodando? ¿Nos encontramos frente a la generación que transformó la educación? Estamos ante nuevas relaciones entre familia y escuela. Tradicionalmente la función básica de la familia fue la crianza y la función de la escuela fue la instrucción, y en las distintas épocas se mantuvieron más bien constantes. Hoy dichas relaciones se funden, se transforman, se solapan: la familia se encuentra con la obligación de criar e instruir, colaborando con una escuela que llegó a golpear las puertas del hogar.
Si bien existen consensos acerca de que la educación remota nunca podrá reemplazar el aula presencial, emergió repentinamente la necesidad de reinventar recursos y redistribuir roles y funciones. La educación a distancia, en algunos casos virtual y en otros radial, televisiva o impresa en formato de cuadernillos, ocupa hoy un lugar esencial en los hogares de miles de niñas, niños y jóvenes, asignando así un nuevo rol de alumna, alumno, estudiante y un nuevo rol docente: trabajar con los sentidos, especialmente la vista y el oído, dejando en suspenso el olfato, el gusto y el tacto. Nos conectamos con nuestros estudiantes a través de ellos, tecnología mediante en el mejor de los casos. ¡Qué lejos fueron quedando esas posibilidades de “tocar al otro”, “oler al otro”! Si la escuela o la universidad eran lugares para estar juntos, para mirarse, para tocarse, para interactuar en una situación de copresencia, por el momento dejó de serlo, quedó en suspenso. Si eran sitios donde la niña, el niño o joven se aislaban de lo que pasaba fuera, adentrándose en una dimensión diferente, sobre todo cuando el entorno del hogar no fuera el apropiado, ya no lo es.
El aislamiento fue generando una verdadera distancia social en todos los sentidos, incrementando la ansiedad que genera el encierro en algunos casos, pero sobre todo en quienes no contaban ni cuentan con los recursos físicos y/o mentales para afrontarlo. Se presentó así uno de los problemas psicosociales que puso de manifiesto la pandemia, la desconexión digital, pero también generó dificultades para cumplir con tal distanciamiento social, preventivo y obligatorio en ciertos sectores de la población desprovistos de una vivienda digna, de alimentación, de higiene y seguridad, de servicios esenciales y conectividad.
El duelo por las formas de educación perdidas, por la presencialidad en las aulas, por el contacto cercano con compañeros y docentes, por la contención que la escuela ofrece desde lo social en sentido amplio, más allá de lo estrictamente pedagógico… el duelo por la escuela que fue, por ese pasado no tan lejano que pareciera imposible de recuperar, comenzó a incrementar las ansiedades, los miedos, las angustias, la violencia intrafamiliar: la necesidad del acompañamiento profesional en el cuidado de la salud física y mental se hizo cada vez más necesaria.
Y el regreso a las aulas será de a poco: con grupos reducidos, con distancia real y psicosocial, con controles estrictos para el cumplimiento de las normas, para optimizar el uso de recursos y materiales, con un plan de contingencia que nos irá llevando a pensar en modalidades híbridas, presencial y a distancia.
Este trabajo pretende compartir relatos de experiencias, surgidos desde entonces, en materia de educación. Cambios repentinos, precipitados, inventados, ocurrentes, creativos, reconstruidos, urgentes: llegó la hora de “virtualizar” con suma urgencia un sistema educativo que hasta marzo de 2020 se valía de experiencias a distancia, electivas u opcionales, pero que en este caso se tornaban imprescindibles y obligatorias. Así se montó un nuevo sistema educativo “remoto” que rápidamente se puso en marcha. La tarea docente, en tiempo escaso, de presencial se transformó en virtual y, con gran esfuerzo, se fue perfeccionando día a día.
El trabajo de Patricia Marramá, titulado “La cuarentena obligatoria en el hogar y sus efectos en el estudio en estudiantes universitarios” nos plantea una serie de interrogantes iniciales: ¿cómo influye la convivencia obligatoria (impuesta por el ASPO en tiempos de pandemia covid-19) en las relaciones convivenciales en el seno familiar?, ¿cómo estas relaciones modificaron las posibilidades de estudio, comprensión, interpretación y aprendizaje de contenidos? Partiendo del supuesto de que esta convivencia obligatoria impuso una resocialización-resignificación de replanteos de la distribución de las tareas (acciones dentro del hogar) domésticas, trabajo home office, estudio virtual, reubicación de los espacios comunes y privados de todos los miembros del grupo familiar y redistribución del tiempo de estudio, trabajo y ocio. El trabajo se realizó a través de una encuesta cuyos destinatarios son jóvenes entre 17 y 30 años de edad, estudiantes universitarios, que conviven con la familia u otras personas.
El capítulo de Luciana Comerci Pinella, con una mirada psicológica, propone algunos ejes de análisis para pensar los procesos de subjetivación dados en estudiantes y docentes en el actual estado de pandemia y ASPO, rescatando la función del lenguaje en la construcción de subjetividad y los cambios en los roles y las relaciones entre los actores del nuevo espacio, en el mejor de los casos virtual, en el cual no se da el encuentro con el otro corpóreo y el deseo de saber se libra batalla frente a la impotencia, la incertidumbre y el sinsentido.
El artículo de Esteban Maioli, “La performance dramática de la clase remota: una breve reflexión a la luz del enfoque dramatúrgico de Erving Goffman”, afirma en su introducción que, al igual que muchas otras esferas de nuestra vida social, las prácticas docentes también se encuentran institucionalizadas. Ello quiere decir que, de igual modo que en otros espacios de interacción, las relaciones sociales que se desenvuelven en el espacio áulico cuentan con ciertas maneras de “hacer las cosas” históricamente conformadas, que condicionan el comportamiento social y orientan las conductas de los sujetos involucrados hacia ciertos modos legítimos de actuación. En el campo de la sociología, el orden institucional siempre ha sido un tema de interés fundamental, en cuanto se admite que, a partir de tal orden, es posible la vida social. La existencia de ciertas posiciones relativamente fijas establecidas a partir de un sistema de relaciones sociales estructurado habilita la posibilidad del desempeño de roles, los cuales son conocidos por los sujetos interactuantes, y que operan como “recetas” que permiten anticipar el comportamiento de los “otros” (Durkheim, 2006). En el contexto contemporáneo, sin embargo, el orden institucional se encuentra constantemente en tensión. Como afirma Anthony Giddens (1998), la reflexividad institucional da cuenta de un orden social que parece no adecuarse “a tiempo” a la multiplicidad de cambios a los que nuestro mundo actual se ve sometido. Sin lugar a dudas, la pandemia de covid-19 que azota al mundo entero desde principios de 2020 es un claro ejemplo del modo en que los “riesgos”, en el sentido propuesto por Ulrich Beck (2005), suponen un factor de cambio social inesperado que altera, al menos de manera temporaria, la estabilidad del orden social. En este sentido, cabe preguntarse acerca del modo en que las condiciones de las prácticas docentes se vieron afectadas a causa de las medidas de salud pública promovidas por el gobierno nacional para atenuar las devastadoras consecuencias sobre la población de la pandemia que aún hoy sigue afectando al mundo entero. El propósito de esta reflexión es, en consecuencia, revisar el modo en que los docentes respondimos a las exigencias de continuar con nuestra labor en el marco del ASPO promovido como estrategia de salud pública. En particular, su artículo pretende presentar, de manera sucinta, como una breve reflexión que propone más preguntas que respuestas, la experiencia de adecuar muchas de las prácticas docentes “habituales”, con el propósito de cumplir con la pretensión de formar a nuestros estudiantes y construir, junto con ellos, el conjunto de saberes y competencias que forman parte de las asignaturas que impartimos en el ámbito universitario.
En estrecha vinculación con el trabajo de Maioli, mis reflexiones acerca de las nuevas condiciones y posibilidades de enseñanza y aprendizaje en la educación superior se ubican centralmente en el aula universitaria, espacio de interacción que cobra nueva vida en el contexto actual. El interés por trabajar en dicho campo se remonta a algo más de veinte años atrás. La preocupación por el tema ha ido surgiendo a través de observaciones de clases, conversaciones con colegas y estudiantes y desde mi propia práctica docente. Actualmente, el vínculo entre docentes, estudiantes y conocimiento ha dado un giro rotundo y la preocupación por el tema ha regresado a mi mente a través de la urgente virtualización de las clases a la que nos vimos obligados la gran mayoría de los docentes. Las transformaciones en las formas de interacción discursiva en clase han generado nuevas posibilidades de enseñanza y aprendizaje en la educación superior, las que se gestaron con extrema rapidez. Ha sido motivo de observación y análisis el modo de intervención de algunos profesores al momento de establecer contacto con un grupo de estudiantes. La modalidad de interacción que se establece durante el desarrollo de las clases, particularmente a través del uso de la interrogación, ha dado origen a mis primeros trabajos sobre el tema y mi tesis de Maestría en Didáctica. En épocas de presencialidad áulica, muchas de las preguntas que los profesores solían hacer al “auditorio” sugerían de antemano las respuestas, generando ellos mismos “lo que querían escuchar”, hecho que a veces obstaculizaba la posibilidad de construcción real del conocimiento por parte de sus estudiantes de nivel superior. En algunos casos, se observaba también la “pasiva” respuesta de los alumnos ante la situación así planteada. Sin embargo, otros docentes jugaban con la interacción de distinta manera: hoy nos encontramos en este punto, frente al reciclaje “necesario” de las estrategias didácticas, entre ellas, el uso de la interrogación. Aciertos y desaciertos, ansiedad, angustia, sumado a los problemas de conectividad, fueron tornándose los avatares cotidianos del aula virtual: de ahí la importancia de estudiar ahora la interacción didáctica virtual, con el registro y análisis de los intercambios verbales y no verbales que comenzaron a establecerse entre unos y otros en el contexto de la clase remota.
El trabajo de Lucila Dallaglio busca analizar el panorama actual de las políticas públicas educativas que deben garantizar el derecho a la educación y los problemas o dificultades que se presentan en el nivel universitario a partir de la pandemia y del ASPO. En especial pretende indagar las asimetrías de capital cultural (Bourdieu, 2000), de capital académico y de capital virtual (Linne, 2018a, 2018b) que se ponen en juego en este momento para garantizar la continuidad de la enseñanza. La brecha educativa y digital que posee la Argentina requiere un análisis de las políticas públicas nacionales con el objeto de proponer alternativas para reducir esas desigualdades. Si bien el sistema de educación superior es muy heterogéneo y ha adquirido visos aún más variados en los últimos años, es necesario pensar una estrategia conjunta para ofrecer una educación de calidad y que permita la inclusión de las y los jóvenes o quienes deseen cursar un estudio superior. Una de las preocupaciones centrales de ese capítulo es revisar estrategias de articulación entre el nivel medio y la universidad con el propósito de permitir que los y las jóvenes que están cursando el último año del nivel medio no pierdan un año lectivo y puedan inscribirse y empezar la universidad.
El capítulo de Mariela Jaras se refiere a la educación secundaria, terciaria y universitaria. En su trabajo debate sobre la escuela media de adultos con vulnerabilidad social y la situación de estudiantes y profesores obligados a una virtualidad pero carentes de “la herramienta” en, al menos, el 50% de su población. Luego, relata vivencias docentes en el aula virtual en niveles de tecnicatura obligatoria, para sectores mayormente populares y en carreras de grado en universidades privadas.
El trabajo de Andrea Delfini propone dar cuenta de una experiencia pedagógica de educación en contexto de pandemia, en el nivel secundario (público y privado), correspondiente al área curricular de Lengua y Literatura. Su punto de partida es una serie de preguntas: ¿cómo se educa en la incertidumbre?, ¿qué ocurre con nuestros sujetos de aprendizaje (adolescentes) en este contexto y con esta modalidad de clases virtuales sincrónicas y asincrónicas? Luego analiza y compara las estrategias de planificación y las modificaciones (con poco y nada de preparación) en que nos vimos involucrados los docentes ante este desafío. Al trabajar en educación pública y privada, reflexiona acerca de la brecha informática y los derechos a la educación que en algunos casos no están garantizados. Luego se dedica a profundizar acerca de la importancia de la lectura literaria en contextos de crisis partiendo de las concepciones de Michèle Petit, quien trabaja desde la antropología las prácticas culturales (especialmente la lectura) en contextos de crisis, y toma también como referencia el marco teórico de la pedagogía de la lectura para analizar la experiencia de enseñar literatura en esta instancia inédita.
María Fernanda de la Mota, en su artículo titulado “Acompañar la enseñanza: el rol directivo en el contexto de la pandemia”, relata cómo los equipos directivos se están enfrentando durante la pandemia a la ardua tarea de sostener el acompañamiento cotidiano de la tarea docente y continuar siendo garantes de las trayectorias escolares de las y los estudiantes, a través de las pantallas. Como ocurrió en todos los ámbitos, su labor pedagógica se vio profundamente desafiada y modificada. Sin embargo, se encuentran también ante una gran oportunidad para transformar la enseñanza, renovar las propuestas y generar instancias únicas de formación docente en servicio. En ese artículo intenta recuperar aquellas vivencias que contribuyeron durante este tiempo a la mejora de las prácticas pedagógicas y que ojalá logren trascender y nutrir experiencias futuras.
Guadalupe S. Oviedo propone una breve historia de las decisiones en torno a la educación argentina en escenarios epidemiológicos similares. Durante la segunda mitad del siglo XIX y en el transcurso del pasado siglo XX nuestro país enfrentó escenarios epidemiológicos que afectaron a la salud de la población. En algunos casos epidemias localizadas en la ciudad de Buenos Aires y en otros casos escenarios de pandemia como el actual. Pero… ¿es posible historiar las respuestas del sistema educativo frente a los citados escenarios? En su artículo intenta dar respuesta a esta pregunta a partir de realizar un breve recorrido que le permita indagar sobre la reacción del Estado argentino y sus decisiones a nivel educativo (si es que las hubo) frente a otros escenarios epidemiológicos como la fiebre amarilla de 1872, la gripe española en la primera posguerra, la polio de mediados de siglo, el brote de cólera en las postrimerías del siglo XX y la N1H1 de los años 2000.
Queremos llegar a nuestros lectores narrando acontecimientos, relatos de experiencias nuevas, momentos, situaciones, acciones, sentires, pensares y, por qué no, propuestas sobre la educación remota. Los capítulos están centrados mayormente en el nivel superior, dada la formación y experiencia de cada uno de los autores. Hemos incluido el trabajo de colegas que acreditan, además, experiencia en los niveles medio y primario. Desde las ciencias políticas, la sociología, la psicología, las letras, la historia, la antropología, las ciencias de la educación y la psicopedagogía nos adentramos en la tarea de compartir experiencias pedagógicas en pandemia.