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Capítulo 3 El rechazo de la Palabra de Dios

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–¿Cuáles fueron algunos de los otros cambios que hicieron los cristianos además de usar ídolos y no seguir exactamente lo que dice la Biblia? –quería saber Miguel.

–Bueno, la observancia del domingo es uno de ellos –respondió la mamá.

–Pero Jesús no iba a la iglesia en domingo, ¿verdad?.

–No –aseguró la mamá–. Jesús era judío; la Biblia nos dice que era su costumbre ir a la sinagoga cada sábado. Durante los primeros doscientos años después de que Jesús regresó al cielo, los cristianos todavía adoraban en sábado. Los paganos que los rodeaban adoraban al sol en domingo. Este era un día de gran celebración. La observancia del sábado, en cambio, no era ni con mucho tan bulliciosa. Para algunos cristianos, las celebraciones dominicales eran mucho más divertidas. Comenzaron a llamar “el viejo sábado judío” a su día de adoración. Gradualmente, empezaron a celebrar el domingo, diciendo que estaban honrando la resurrección de Jesús. Por supuesto, no hay ninguna evidencia en la Biblia de que Jesús alguna vez le haya pedido a alguien que lo adorara en domingo. Pero las Biblias eran escasas, y la mayoría de los cristianos no tenían una. Así que, en corto tiempo, eran muy pocos los cristianos que continuaban guardando el día de reposo sabático.

–¿Cuáles fueron algunos de los otros cambios? –insistió Miguel.

–Bueno –dijo la mamá–, cuando Jesús regresó al cielo, lo hizo para ser nuestro Sumo Sacerdote en el Santuario celestial. Eso significa que es nuestro Mediador.

–¿Qué es un mediador?

–Un mediador es una persona que trata de reconciliar a dos personas o a dos partes –le explicó la mamá–. Por ejemplo, si dos amigos tuyos tienen un desencuentro, tú podrías hablar con ambos y ayudarlos a amigarse nuevamente. Eso es un mediador. Jesús es un Mediador porque trabaja para que volvamos a ser amigos de su Padre.

“Entonces, el líder de la iglesia cristiana oficial decidió que, si alguien quería hablar con Dios o pedirle perdón, debía ir a la iglesia y contárselo al líder de ella. Luego, el líder hablaría directamente con Dios en nombre de esa persona. Nadie podía hablarle a Dios a menos que fuera a través de él. ¡Imagínate que tuvieses que ir al líder de la iglesia cada vez que quieres hablar con Dios! Cuando el líder decidió que él hablaría con Dios en nombre de todos, le estaba quitando el trabajo a Jesús. Jesús dijo: ‘Nadie viene al Padre, sino por mí’ ”.

–¿No es que algunos cristianos creen que la virgen María es algo así? –expresó Miguel–. ¿Que ella habla con Jesús por nosotros?

–Sí –respondió la mamá.

–Eso no está bien –Miguel reflexionó–. Eso es ignorar a Jesús.

–Es cierto, eso realmente es ignorar a Jesús. ¿Recuerdas por qué Jesús murió en la cruz?

–Sí, él murió para acabar con todos nuestros pecados –respondió Miguel.

–Y la vida y la muerte de Jesús en la cruz, ¿fueron suficientes para acabar con todos nuestros pecados? –preguntó la mamá.

–Claro

–Bueno –continuó la mamá–, con el tiempo, Satanás hizo que los primeros cristianos añadieran cada vez más requisitos a lo que Jesús ya había hecho en la cruz. Los cristianos creían que tenían que ganarse el perdón mediante las cosas que hacían: haciendo viajes especiales a los lugares santos o haciendo penitencias, como decir varias oraciones, azotarse o pagar con dinero. En vez de confiar en Jesús para su salvación, trataban de obtener la salvación por sus propios medios.

Miguel frunció el ceño mientras pensaba seriamente.

–Pero, mamá, ninguna de esas cosas podía eliminar sus pecados. Lo único que puede acabar con el pecado es la muerte de Jesús en la cruz.

–Tienes razón –coincidió la mamá–; pero, durante cientos de años, Satanás engañó a las personas haciéndoles pensar que también tenían que hacer todas esas otras cosas si querían ser perdonadas. Muchas de ellas eran personas sinceras que amaban a Dios y querían hacer lo correcto. Solo que les habían enseñado mal, y no tenían Biblias para leer y aprender la verdad. Así que, se esforzaban mucho para ganarse la entrada al cielo. Adoraban ídolos, encendían velas, rezaban a imágenes y les pagaban a los sacerdotes para que suplicaran a Dios en su favor.

–Eso es muy triste –dijo Miguel–. La iglesia cristiana decía que adoraba a Jesús, pero lo estaba ignorando a él y a todas las cosas que había hecho en la Tierra y las que estaba haciendo en el cielo. Eso realmente debió haber herido sus sentimientos.

–Sí –afirmó la mamá–, es probable. Entonces, el líder de la iglesia oficial, ¡a quien llamaban “papa”! hizo otro anuncio. Dijo que la iglesia nunca había cometido ningún error y que nunca los cometería en el futuro, según las Escrituras. Por supuesto, las Escrituras no decían esto, pero casi nadie tenía una Biblia, así que no podían consultarla.

“Cuando el rey Enrique IV llegó hasta el castillo del papa para hablar con él en medio del invierno, este no lo dejó entrar hasta el final. Lo hizo esperar en un patio exterior. De pie allí en la nieve, con los pies descalzos, sin ropa de abrigo, el rey Enrique esperó para hablar con el papa. Esperó durante tres días antes de que el papa lo hiciera pasar para hablar con él”.

–¡Tres días! –exclamó Miguel–. ¡Jesús nunca trató así a la gente mala!

–Eso es verdad –dijo la mamá–. Y todos deberíamos tratar de ser como Jesús, seamos líderes de la iglesia, madres o niños que van a la escuela.

–¿Hubo otros cambios en la iglesia? –preguntó Miguel.

–Ah, sí. Los primeros cristianos creían que cuando una persona moría permanecía muerta hasta el día en que Dios la despertara en la resurrección.

–Claro –aseguró Miguel–, eso es lo que nosotros también creemos.

–Sí, pero como los cristianos ahora habían llegado a orar a las estatuas de los santos y de los discípulos, ya no creían que estas personas estaban realmente muertas. Creían que los santos y la gente buena que había muerto debían estar en el cielo. Si era así, entonces los malos tampoco debían estar muertos. Probablemente estarían en el infierno, un lugar donde se estarían quemando eternamente.

–¡Ah! –dijo Miguel–, pienso que sería mejor que los malos estén muertos, como creemos nosotros.

La mamá sonrió.

–Estos cristianos también creían en otro lugar llamado “purgatorio”, un lugar a mitad de camino entre el cielo y el infierno.

–¿Quiénes iban allí? ¿Los que solo eran medio malos, o los que no eran suficientemente buenos como para ir al cielo?

–Sí –respondió la mamá–. Los dirigentes de la iglesia, entonces, les pedían a sus parientes que elevaran oraciones especiales y que compraran velas especiales para prenderlas en favor de sus seres queridos que podrían estar en el purgatorio. La gente pagaba mucho dinero para que sus amados pudieran ir del purgatorio al cielo.

–Pero –Miguel quería entender bien–, si sus seres queridos que habían muerto realmente estaban muertos en la tumba, esperando que Jesús los despertara otra vez, entonces los dirigentes religiosos estaban recibiendo todo ese dinero para nada.

–Eso es verdad –confirmó la mamá–. Y hubo otro cambio además. ¿Recuerdas la Última Cena que Jesús tuvo con sus discípulos justo antes de su crucifixión?

–Sí. De allí viene nuestro servicio de comunión, o Santa Cena.

–Y, ¿qué hacemos en la Santa Cena? –preguntó la mamá.

–Tomamos jugo de uva, que nos recuerda la sangre de Jesús; y comemos pedacitos de pan sin levadura, que nos recuerdan que él dio su cuerpo por nosotros.

La mamá asintió.

–Esos son símbolos que nos recuerdan a Jesús y lo que él hizo por nosotros porque nos ama mucho. Satanás les hizo creer a los cristianos que, cuando bebían el jugo de uva, en realidad se convertía en la verdadera sangre de Jesús; y que cuando comían el pan ¡en realidad estaban comiendo el verdadero cuerpo de Jesús! Ellos creían que el pan y el jugo de uva ya no eran solo símbolos sino carne y sangre de verdad.

–¡Oh! –exclamó Miguel–, ¡qué asco! No podían estar comiendo carne y bebiendo sangre de verdad, ¿no es así?

–No –dijo la mamá–. Solo eran pan y jugo de uva. Pero ellos creían que realmente era el cuerpo y la sangre de Jesús. Esa es la diferencia entre la Santa Cena y la misa.

“Todos estos cambios y transigencias entraron en la iglesia y se las enseñaban a la gente. Muchos que estaban en la iglesia cristiana en ese entonces eran personas buenas que amaban a Dios”.

–Supongo que si no tenían Biblias –reflexionó Miguel– no podían hacer otra cosa más que creer lo que les enseñaban.

–Sí, es verdad. Pero Dios tenía un plan para compartir la verdad con la gente, para que no siguiera confundida.

–Dios siempre es buenísimo en estas cosas –Miguel sonrió alegre.

–Sí que lo es, y hablaremos de eso mañana de noche –y la mamá también le regaló una sonrisa.

Dios y el ángel rebelde

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