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Capítulo 7 Martín Lutero

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–¿Y hoy, mamá? ¿De quién vamos a hablar?

–De Martín Lutero. Vivió en el siglo XVI.

–Ah, escuché hablar de él –señaló Miguel–. Escribió el himno “Castillo fuerte es nuestro Dios” –y Miguel comenzó a cantar:

“Castillo fuerte es nuestro Dios; defensa y buen escudo.

Con su poder nos librará en este trance agudo”.

–¡Muy bien! –la mamá lo felicitó–. ¿Cuánto crees que sabía Martín Lutero de castillos?

–No lo sé –contestó Miguel–. ¿Vivía en un castillo?

–Durante un tiempo –respondió la mamá–, pero no fue muy divertido. Estaba prisionero en un castillo. Pero, empecemos por el principio.

“Cuando Martín Lutero partió para estudiar, su padre quería que fuese abogado. Sus padres eran muy pobres y, durante un tiempo, Martín tuvo que entonar cantos de puerta en puerta para poder comprar comida con el dinero que la gente le daba. A menudo se iba a dormir con hambre.

“Después de dos años en la universidad, Martín Lutero decidió que prefería ser sacerdote en vez de abogado. Su padre se enojó mucho con él. La madre y el padre de Lutero siempre lo educaron para que amara a Dios, y habían orado por él. Solo que no esperaban que fuese sacerdote. Aunque sus padres ahora tenían más dinero, el papá se negó a darle lo que necesitaba para la universidad si iba a estudiar para sacerdote. Pero más adelante cambiaron de idea, y lo ayudaron.

“Martín Lutero era un hombre bueno, que amaba mucho a Dios. Estaba cada vez más preocupado por sus pecados, y quería complacer a Dios y ser perdonado. Así que, ayunaba”.

–¿Qué? ¿Se quedaba sin comer? –exclamó Miguel.

–Sí–, y se quedaba despierto toda la noche. Eso se llama vigilia. Hacía esto para castigarse por sus pecados.

–Eso no parece muy saludable.

–Es verdad. Martín Lutero pronto se enfermó. Se enfermó tanto que a menudo se desmayaba. Incluso después de dejar de ayunar y de hacer vigilas, nunca se recuperó completamente.

–¡Qué triste! –dijo Miguel–. ¿No sabía que Jesús murió por él y que él no tenía que hacer ninguna de esas cosas?

–Lo descubrió –sonrió la mamá–. Un día en un monasterio...

–¿Qué es un monasterio? –interrumpió Miguel.

–Es un lugar donde viven los monjes, los sacerdotes y los dirigentes religiosos –contestó la mamá.

–¿Qué es un monje? –quiso saber Miguel.

–Un monje –explicó la mamá–, es una clase especial de sacerdote. Hace votos especiales y vive con otros monjes en un monasterio. Un día, cuando Martín Lutero vivía en un monasterio, vio algo que le encantó. Era una Biblia en latín encadenada a la pared. Él había visto una Biblia en la universidad y le encantaba leerla. Ahora estaba fascinado de haber encontrado una en el monasterio. Dedicaba cada minuto a leer la Biblia en latín, incluso cuando le tocaba comer o dormir.

“Al leer la Biblia, Martín Lutero descubrió que no tenía que ayunar ni hacer las otras cosas para intentar pagar sus pecados, porque Jesús ya los había pagado todos. ¡Se llenó de entusiasmo! Comprendió que todo lo que necesitaba hacer era amar a Jesús, tener fe en él y serle obediente.

“No todos estaban tan entusiasmados como Martín Lutero por esta buena noticia. Un hombre llamado ­Tetzel­ era el encargado de vender indulgencias en Alemania. Las indulgencias eran pedazos de papel que la gente podía comprar para obtener el perdón de un pecado, o a veces de muchos pecados. ¡­Tetzel­ vendía indulgencias incluso por adelantado, si alguien estaba haciendo planes de cometer un pecado!”

La mamá se largó a reír y continuó:

–En varios libros, leí una historia muy graciosa de ­Tetzel­. Una vez vendió una indulgencia para pecados futuros a cierto hombre. Al día siguiente, mientras ­Tetzel­ viajaba por la campiña hacia un pueblo cercano, el mismo hombre le robó todo el dinero que había ganado vendiendo indulgencias. ¡­Tetzel­ comenzó a insultar al ladrón y le dijo que se quemaría en el infierno por robarle el dinero! Pero el asaltante solo esbozó una sonrisa burlona, sacó la indulgencia que había comprado el día anterior, y se la refregó a ­Tetzel­ en la cara. ¡Y luego se marchó con el dinero!

–¡Uau! –exclamó Miguel–. ­Tetzel­ ¿cómo podía creer realmente en las indulgencias después de eso?

–Probablemente no creía –señaló la mamá–. Lutero predicaba sobre el amor que Dios nos tiene y de que había muerto en la cruz por nosotros para que nadie necesitara indulgencias. ­Tetzel­ estaba muy enojado y se quejó ante los dirigentes religiosos. Lutero trataba de decirle a la gente que las indulgencias no tenían ningún valor y que no eran necesarias, pero ­Tetzel­ continuaba vendiéndolas de todos modos. Justo antes de una fiesta religiosa, cuando habría mucha gente en el pueblo y en la iglesia, Lutero clavó un papel en la puerta de la iglesia. En el papel había escritas 95 afirmaciones que mostraban que las indulgencias y otras enseñanzas de la iglesia no eran lo que la Biblia enseñaba. Lutero se ofreció a explicar estas afirmaciones a todos los que fuesen a la iglesia al día siguiente.

“Lutero continuó mostrando enseñanzas que no estaban en la Biblia. Muchos concordaban con él, pero los dirigentes religiosos estaban cada vez más enojados. Finalmente, el papa, la cabeza de la iglesia, declaró que Martín Lutero era un hereje, y los excomulgó a él y a todos sus seguidores”.

–¿Qué significa ser excomulgado? –preguntó Miguel.

–Significa que el papa dijo que Martín Lutero no podría ir al cielo, que no podría orar más a Dios y que ya no podría adorar más con los demás cristianos. Si moría, ni siquiera podría ser enterrado en el mismo cementerio que los demás cristianos.

–Pero el papa no podía hacer eso –Miguel sonaba indignado–. Solo Dios puede decidir quién va al cielo.

–Eso es verdad –afirmó la mamá–. Pero eso es lo que hizo el papa. Martín Lutero también había enseñado otras cosas que disgustaban a los dirigentes religiosos. Predicaba en contra de todos los palacios extravagantes, las fiestas, los mantos, las comidas suculentas y otros pecados. Pensaba que los dirigentes religiosos debían llevar una vida sencilla como Jesús. Lutero fue enjuiciado en Alemania por los dirigentes religiosos, que tenían planes de llevarlo a Roma. Pero escapó; y Dios continuó protegiéndolo.

“Muchos consideran que Martín Lutero fue el primer protestante, porque fue excomulgado de la iglesia”.

–¿Qué es un protestante? –preguntó Miguel.

–Bueno –respondió la mamá–, cuando Lutero vivía, en realidad había solo una iglesia cristiana. Se llamaba Iglesia “Católica”, porque era la iglesia a la que todos pertenecían. Pero Lutero protestó contra las prácticas y las enseñanzas de la Iglesia Católica que no seguían lo que Jesús enseñaba en la Biblia. Cuando fue excomulgado, ya no era más católico. A los que, como Lutero, protestaban contra la Iglesia Católica, se los llamó “protestantes”. Y Lutero fue uno de los primeros de esos protestantes.

“En realidad, Martín Lutero no estaba contento con la idea de ser expulsado de la Iglesia Católica. Tenía la intención de ser católico para siempre. Quería corregir las cosas que estaban mal en la iglesia, no dejarla. Y se entristeció mucho al dejar de formar parte de su iglesia”.

–Pero tenía que creer lo que decía la Biblia, ¿verdad? No podía estar de acuerdo con su iglesia si esta iba en contra de la Biblia.

–No, no podía –contestó la mamá–. Sin embargo, a veces se preguntaba si tal vez no estaba errado. Todos los dirigentes religiosos seguían diciéndole que estaba equivocado. ¿Podría ser que solo un hombre estuviese en lo correcto y todos los demás equivocados? Pero, cuanto más leía la Biblia, más seguro estaba de que la iglesia erraba en muchas cosas. Y así continuó predicando y enseñando lo que descubría en la Biblia. Muchos en Alemania comenzaron a escuchar a Lutero y a pensar que tenía razón. Esto hizo que los dirigentes religiosos se enojaran. Intentaron con más fuerza impedir que Lutero continuara predicando y enseñando.

–¿Por qué los dirigentes religiosos odiaban tanto a Lutero? –Miguel parecía confundido–. ¿Por qué no lo escuchaban?

–No es fácil admitir que uno está equivocado –explicó la mamá–. Actualmente, la gente muchas veces cree lo que quiere creer, aunque no concuerde con la Biblia. Así era en los días de Martín Lutero, así es ahora y lo será hasta que Jesús venga.

–Quisiera que Jesús viniera ahora mismo –expresó Miguel–. Entonces, todos estarían felices y se pondrían de acuerdo.

–Ese será un día maravilloso

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