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Capítulo 6 Dos héroes

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–De quién vamos a hablar hoy? –Miguel sonaba ansioso.

–De otras dos personas especiales a las que Dios les dio una tarea para hacer. Vivieron en Bohemia hace unos seiscientos años.

–¿Dónde queda Bohemia? –preguntó Miguel.

–Bohemia es parte de lo que hoy llamamos la República Checa. Juan Hus y su amigo Jerónimo vivían en Bohemia. El padre de Juan Hus murió cuando Juan era muy pequeño. Su mamá lo dedicó a Dios, así como papá y yo te dedicamos a ti cuando eras pequeño. Le pidió a Dios que se ocupara de Juan y que lo cuidara y, a cambio, ella lo consagraba a Dios.

“Dios cuidó a Juan y lo ayudó a obtener una buena educación. Cuando Juan viajó a la Universidad de Praga, su mamá fue con él. No tenía mucho para darle a su hijo, pero al acercarse a la ciudad se arrodilló y oró para que Dios lo bendijera siempre. Y Dios respondió su oración. Juan Hus terminó sus estudios y se fue a trabajar a la corte del rey como uno de los sacerdotes especiales del rey.

“El amigo de Juan, Jerónimo, había viajado a Inglaterra, donde conoció a la reina de Inglaterra, que era una princesa bohemia. Ella estaba muy lejos de su hogar y probablemente se sintió muy contenta de encontrar a alguien de Bohemia con quien conversar. Jerónimo y la reina de Inglaterra estudiaron los escritos de ­Wiclef­, y les parecieron muy interesantes. Al regresar a Bohemia, Jerónimo compartió los escritos de ­Wiclef­ con Juan Hus. Ambos se entusiasmaron mucho con ellos. Sin embargo, los dirigentes religiosos les advirtieron que no dijeran nada acerca de estas nuevas ideas.

“Por ese entonces, Hus y Jerónimo conocieron a dos hombres de Inglaterra a quienes tampoco les permitían predicar sobre las enseñanzas de ­Wiclef­. Estos dos hombres eran artistas, y decidieron dar un sermón mediante una ilustración. Pintaron dos cuadros juntos. El primero era un cuadro de Jesús vestido con mucha sencillez y montado en un burrito. Al lado de este cuadro había otra pintura que mostraba al papa montado en un caballo, portando su triple corona y con túnicas costosas. Lo seguían otros importantes líderes religiosos y hombres que tocaban trompetas, todos vestidos con ropa hermosa. Sin decir una palabra, estas pinturas mostraban la diferencia entre Jesús, con sus formas sencillas, y el estilo de vida presumido y lujoso de los líderes religiosos. ¡Cuán diferentes eran!

“Aunque estos dos hombres no decían nada y predicaban su sermón en silencio a través de su arte, Hus no tenía miedo de predicar a viva voz. Lo hacía en todas partes. No pasó mucho tiempo sin que los dirigentes de la iglesia se sintieran muy molestos. Llamaron a Hus a Roma para juzgarlo. Sin embargo, el rey y la reina de Bohe­mia lo protegieron y pidieron que no tuviese que ir a Roma. Los dirigentes religiosos de Roma estaban muy enojados, ¡y siguieron adelante con el juicio aunque Hus no estuviese allí! Lo condenaron, así que tuvo que dejar Praga e ir a un lugar más seguro.

“En ese entonces, Hus no estaba seguro de qué era lo que debía hacer exactamente. Sabía que había muchas cosas en la iglesia que no estaban bien. Sin embargo, aún creía que era la iglesia de Dios. Dios lo estaba guiando poco a poco y le enseñaba una cosa a la vez”.

–¡Que bondadoso era Dios! –reflexionó Miguel–. Si le hubiese mostrado a Hus todos los errores de la iglesia de una vez, se habría sentido terriblemente mal. Habría tenido que cambiar demasiadas cosas a la vez.

–Creo que tienes razón –concordó la mamá–. Dios nos trata así a nosotros también. Nos enseña una cosa a la vez, para que tampoco sea demasiado para nosotros.

“De nuevo los líderes religiosos le pidieron a Hus que fuese a hablar con ellos. Todos –el rey de Bohemia, el emperador Segismundo y hasta el papa– prometieron que Hus estaría a salvo si tan solo iba. Así que, acordaron ir a la ciudad de Constanza y hablar con los dirigentes religiosos. Mientras viajaban, la gente acudía en masa a verlo, y él les predicaba a todos a lo largo del camino. Pero, cuando llegó, fue arrojado a la mazmorra de un castillo, del otro lado del río Rin, donde se enfermó de gravedad. ¡Cuántas promesas vacías!

“Cuando su amigo Jerónimo se enteró de lo que le había pasado a Hus, fue a Constanza para intentar ayudarlo. Pero Jerónimo pronto también se encontró preso.

“Finalmente, los dirigentes religiosos sacaron a Hus de la mazmorra. Lo vistieron con una túnica sacerdotal y le pusieron una gran gorro de bufón con la inscripción: ‘El archihereje’. Hus inclinó la cabeza y dijo con voz suave: ‘Jesús fue envuelto en un manto que no era suyo cuando lo enjuiciaron. Y Jesús llevó una corona de espinas por mí. Yo puedo llevar este gorro de bufón por él’. Los líderes, entonces, lo llevaron a rastras por las calles, lo ataron a un poste, ¡y le prendieron fuego! En todo esto, Hus actuó como si fuese a una fiesta de bodas. Sonreía y se veía muy tranquilo. Cuando los hombres lo ataron a la estaca y le prendieron fuego, no gritó ni lloró de dolor. ¡Cantaba! Y siguió cantando hasta que murió.

“Mientras tanto, Jerónimo estaba enfermo y todavía permanecía preso. Los dirigentes religiosos trataron de hacer que admitiera que estaba equivocado y que ellos tenían razón. ‘Pruébenme con la Biblia que estoy equivocado’, les dijo Jerónimo, ‘y haré lo que ustedes digan’. Día tras día, los dirigentes religiosos continuaron intentando convencer a Jerónimo de que desistiera de su fe. Finalmente, había estado tanto tiempo encarcelado, y estaba tan desanimado por lo que le había ocurrido a su amigo Hus, que hizo lo que los dirigentes religiosos pedían que hiciera. Dijo que ya no estaba más de acuerdo con Hus ni con ­Wiclef­ y que creería en lo que los dirigentes religiosos le dijeran que creyese.

“Pero los dirigentes religiosos aun así lo mantuvieron preso. Cuando Jerónimo meditó en lo que había hecho, supo que había negado la verdad. Pensó en lo valiente que había sido Hus. Reflexionó en lo mucho que Jesús había sufrido por él. Así que, llamó a los líderes religiosos y les dijo que lamentaba haber hecho lo que le dijeron que hiciera. Les dijo que realmente creía que lo que decía la Biblia era verdad, aunque ellos no estuviesen de acuerdo. Los dirigentes se enojaron mucho, así que llevaron a Jerónimo hasta la estaca y lo quemaron en la hoguera así como habían hecho con Hus. Al igual que su amigo, Jerónimo también murió cantando.

“Los líderes de la iglesia tomaron las cenizas de Hus y de Jerónimo y las arrojaron al río Rin. Dijeron que el río lavaría todo rastro de estos dos ‘herejes’. Pero, en vez de eso, los pedacitos de sus cenizas flotaron durante todo el trayecto del río por todo el país hasta desembocar en el mar y, finalmente, hasta el mundo entero. Y, al igual que sus cenizas, el mensaje que estos dos hombres predicaron finalmente llegó a todo el mundo también”.

–¿Realmente cantaban mientras se quemaban? –Miguel quería asegurarse de haber entendido bien.

–Sí.

–Es bueno saberlo para cuando pienso en las cosas difíciles que sucederán justo antes de que Jesús vuelva otra vez –comentó Miguel–. Si Hus y Jerónimo pudieron cantar aunque la gente mala lastimaba sus cuerpos, entonces eso significa que Jesús los ayudó a no sentirlo. Y, si Jesús pudo estar con ellos para que pudieran cantar mientras morían, entonces él también puede hacer eso por mí.

–Tienes razón –dijo la mamá–. Seguro que puede.

Dios y el ángel rebelde

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