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Capítulo 8 Un campeón de la verdad

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–¿Qué pasó al final con Martín Lutero? –Miguel estaba intrigado–. Los dirigentes religiosos ¿seguían enojados con él?

–Claro que sí –respondió la mamá–. Le pidieron que se presentara ante un grupo llamado la Dieta. Se reunieron en un lugar llamado Worms, de modo que el concilio se llamó la Dieta de Worms.

“A Lutero no le quedó otro remedio que ir. Carlos V era el emperador, y le ordenó a Lutero que fuese. Era una viaje de dos semanas. Lutero estaba enfermo y necesitaba ayuda para llegar allí. Fue un viaje largo, y él conversaba con todos durante el camino. En una parada, un sacerdote amigo levantó un cuadro de un italiano que había muerto por hereje”.

–Eso se llama “mártir”, ¿verdad? –Miguel quiso confirmarlo.

–Correcto. Uno de los hombres que viajaban con Lutero le preocupaba que este se desanimara, y le preguntó si quería seguir adelante. Lutero respondió: “Aunque me echen de todas las ciudades, seguiré adelante”.

“Posteriormente, llegaron a una ciudad llamada Erfurt, donde Lutero tenía muchos amigos. Ellos salieron para honrarlo, y él les predicó a todos. Esta era la misma ciudad en la que había sobrevivido como mendigo muchos años antes. Ahora era un predicador famoso, y la gente estaba alborozada por tenerlo de vuelta. Muchos estaban muy preocupados por él. Uno de ellos dijo en alta voz: ‘Te quemarán y reducirán tu cuerpo a cenizas así como hicieron con Juan Hus’. Pero Martín respondió: ‘Aunque prendan fuego todo el camino desde ­Wittenberg­ hasta Worms, aun así caminaría a través de las llamas y me presentaría ante el concilio para testificar de la Palabra de Dios’.

“Para cuando Lutero y su grupo llegaron a la ciudad de Worms, una gran multitud lo esperaba para darle la bienvenida. Era mucho más grande que la multitud que había salido a recibir al Emperador. Algunos líderes religiosos querían quemar a Lutero en la hoguera en ese preciso momento, sin permitirle hablar ni escuchar lo que tenía para decir. Pero el Emperador dijo: ‘No, déjenlo hablar’.

“Cuando el concilio se reunió, Lutero habló con respeto de la iglesia, ante los dirigentes religiosos. Confesó que algunas de las cosas que había escrito no eran tan corteses como deberían. Lutero tenía mal genio y varias veces había escrito algunas cosas cargadas de rabia sobre los líderes religiosos. Pero también le dijo al concilio que, a menos que los dirigentes pudieran mostrarle con las Escrituras dónde estaba equivocado, no retiraría nada de lo que había dicho. Los líderes de la iglesia no pudieron hacer eso.

“El concilio le dio una oportunidad más a Lutero para admitir que estaba errado, y para retraerse de las cosas que había predicado y enseñado. Pero él se negó a cambiar de parecer. Dio un discurso poderoso explicando que tenía que creer en la Biblia. Terminó diciendo: ‘Heme aquí, no puedo hacerlo de otro modo; ¡que Dios me ayude! Amén’.

“Los dirigentes lo retuvieron en Worms. Muchos príncipes, condes, barones y otras personas importantes lo visitaron. Tenía tantas visitas que su pequeña habitación no podía contenerlos a todos. Finalmente, el concilio lo dejó ir. El viaje de regreso desde Worms fue largo, pero muchos lo honraron durante el camino.

“Lutero todavía tenía enemigos que querían matarlo. Federico de Sajonia, un gobernante que ayudó a proteger a Lutero, estaba preocupado por su seguridad. Estaba seguro de que los dirigentes religiosos encontrarían la manera de matar a Martín Lutero en su viaje de regreso, así que envió a sus propios hombres para ‘secuestrarlo’. Los soldados de Federico llevaron a Lutero al castillo de Federico, en ­Wartburgo­. Allí, Lutero vivió como prisionero, por su propia seguridad y protección. No obstante, no perdió el tiempo mientras estuvo en el castillo. Comenzó a traducir el Nuevo Testamento al alemán, para que mucha gente de su país pudiera leer la Biblia en su propio idioma. También escribió muchas cartas para animar a los cristianos de todas partes a fijar sus ojos en Jesús.

“Algunos sentían que la reforma de la iglesia era el trabajo especial de Lutero, y que comenzaba y terminaba con Lutero. Eso no es cierto. La iglesia continuará reformándose hasta que Jesús venga. La tarea de Lutero fue mostrar a otros las cosas que Dios le había mostrado a él. Sin embargo, Dios no le mostró todo. Dios nos enseña una cosa a la vez; entonces, cuando somos capaces de aprender más, nos enseña cosas nuevas. Los seguidores de Martín Lutero formaron una iglesia que actualmente se conoce como la Iglesia Luterana”.

–¡Ah! –Miguel sonrió–, ¡nosotros conocemos a algunos luteranos!

–Sí, claro. Son personas que siguen las enseñanzas de Martín Lutero.

–Bueno, ¿y las otras cosas que la gente aprendió después?

–Hablaremos de eso mañana –respondió la mamá.

–¡Qué bueno! –dijo Miguel–. Ahora sé de dónde vinieron los ortodoxos, los católicos y los luteranos.

Dios y el ángel rebelde

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