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Capítulo 9 Ulrico Zuinglio

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–¿Tenemos otro héroe de la Reforma para hablar hoy? –preguntó Miguel sonriendo.

–Claro que sí –contestó la mamá–. Hoy, el nombre de nuestro héroe es Zuinglio. Cuando Zuinglio tenía trece años, fue enviado a Berna, Suiza.

–¿Trece? –dijo Miguel–. ¡Eso es apenas un poco más grande que yo!

–Es cierto.

–Demasiado pequeño para dejar su casa.

–Sí –reconoció la mamá–, así es. Zuinglio fue enviado a un colegio muy respetable, donde pudiera aprender a ser orador y escritor. También estudió música y poesía. Pero, después de un tiempo, a su familia le empezó a preocupar que los dirigentes religiosos lo convencieran de que se metiera a un monasterio, así que finalmente su padre le pidió que regresara a su casa. Más adelante, Zuinglio estudió en la ciudad de Basilea y descubrió el perdón gratuito de Dios.

“Cuando Zuinglio se hizo pastor, comenzó a predicar cosas que había aprendido al estudiar las Escrituras. Predicaba que la gracia era un don gratuito y que la gente no tenía que ganarse la salvación. También estaba estudiando las Escrituras en griego y en hebreo, y las traducía al idioma local y compartía esa traducción con la gente.

“La gente le preguntaba: ‘¿Estás haciendo lo que hace Lutero? ¿Eres un seguidor de Lutero?’

“ ‘Ni siquiera conozco a Lutero’, decía Zuinglio. ‘Pero si él predica a Cristo, ¡entonces él hace lo que hago yo!’

“En un pueblo llamado Einsiedeln había una estatua de la virgen María que muchos creían que obraba milagros. Gente de toda Europa viajaba para visitarla, esperando que ocurrieran milagros especiales en su favor. Zuinglio fue invitado a ser el pastor de Einsiedeln. Se paraba al lado de la imagen y predicaba que nadie recibía perdón salvo a través de Jesús. Algunos que lo oyeron se enojaron mucho y pensaron que no había ninguna razón para viajar hasta la estatua. Otros estaban alborozados. Aunque algunos estaban muy contentos de escuchar el mensaje de Zuinglio, eso significó que fuesen menos visitas hasta el santuario de la virgen María. Así que, había menos dinero para la gente que vivía allí, y Zuinglio ganaba menos dinero también”.

–Pero, aún así, Zuinglio debió haber estado feliz de que la gente aprendiese la verdad de la Biblia –interrumpió Miguel.

–Estoy segura de que era así. Más adelante, fue nombrado predicador de la catedral de Zurich. Allí, se suponía que debía recaudar dinero para la catedral de entre los enfermos que esperaban que sus donaciones los sanaran, de los pecadores que daban grandes ofrendas esperando ser perdonados y de la gente que quería mostrar su amor por la iglesia dando mucho dinero.

“Zuinglio comenzó a observar que algunos dirigentes religiosos estaban dispuestos a ofrecer la Comunión solo a las personas importantes; no permitían que los pobres participaran de la Comunión. Parecía que, para muchos pastores, juntar dinero e impartir la Comunión a la gente importante era un sustituto de la predicación. ¿Cómo crees que Zuinglio se adaptó a un trabajo así?”

–Apuesto a que les mostró cómo se predica de veras –respondió Miguel.

–Tienes razón –sonrió la mamá–. Zuinglio dijo: “Predicaré la vida de Cristo y el Evangelio de Mateo”. Y eso fue lo que hizo. Logró que muchos se enojaran. Un hombre llamado Sansón, que se encargaba de vender indulgencias en esa zona, se tuvo que ir porque ya nadie la compraba indulgencias después de escuchar a Zuinglio predicar.

“Durante el año 1519, una terrible plaga arrasó Europa. Se llamó la ‘gran mortandad’, porque murió mucha gente. Comenzó a circular el rumor de que Zuinglio también había muerto, pero no era cierto. Dios todavía tenía una obra para él. Zuinglio estaba enfermo, pero se recuperó y continuó predicando. Sin embargo, en vez de decirle a la gente lo mala que era y de pedirle dinero para ser perdonada, Zuinglio le hablaba del amor que le tenía Jesús. La gente estaba muy feliz de escuchar los sermones de Zuinglio. Él les hablaba de las maravillosas historias bíblicas de Jesús y de sus enseñanzas.

“Esto hacía que los dirigentes religiosos se enojaran cada vez más con Zuinglio. Le hicieron un juicio en la ciudad de Baden, y Zuinglio fue expulsado de la iglesia. Esto lo entristeció mucho, pero aun así continuó predicando. Zuinglio era un gran aliento para los que estaban desanimados por la desaparición de Lutero. Aunque Martín Lutero estaba a salvo, escondido en el castillo de ­Wartburgo­, muchos de sus amigos no sabía dónde estaba. Tenían miedo de que estuviese encarcelado o incluso muerto”.

–Deberían haber sabido que Dios velaba por Lutero todo el tiempo –opinó Miguel–. Dios no permitiría que nadie muriera si todavía tenía una obra que hacer. Mira a ­Wiclef­ y a Zuinglio. Dios los protegió; él también podía cuidar a Martín Lutero.

–Sí, eso es cierto. Y es importante que recordemos eso ahora y en el futuro.

Dios y el ángel rebelde

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